Hazanavicius arroja el guante / José Joaquín Beeme

 
Por José Joaquín Beeme

     Un delicioso musical d’antan, un articulado homenaje al primer (o segundo) Hollywood, una fresca revisitación del subgénero «ha nacido una estrella», una baraja cómplice de muchos de los clichés que anidan en la retina del buen cinéfilo.

      The artist es todo eso y más: un guantazo a la cartelera, erizada de megaefectos audio / vídeo para disfrazar la abrumadora ausencia de historia. Hazanavicius o la reinvención del gesto, la melodía desmelenadamente narrativa, los folletones de serie B, el mélo de toda la vida, los rollos virados —sepia, azulón, verdino— en función de la trama. El pacto con el espectador es el mismo que proponían Donen y Kelly en Cantando bajo la lluvia: la transición al sonoro en torno al fatídico 1927, cuando los talkies sepultaron carreras consolidadas y catapultaron nuevas stars, brinda extraordinario material sin necesidad de salir del cine. Gente como Chaplin se opuso con uñas y dientes a la replicante teatralidad del cine dialogado, que restaba poesía y hechizo a unas imágenes que habían aprendido a hablar por sí solas: el tiempo no le dio la razón, ganó la prosa galopante, y en eso estamos. Habrá siempre rebeldes como McLaren, Tati, Menzel, Varda, Nichetti, Kaurismaki, Helmer, Chomet, que planten cara a la verborreica nada que odiaba Beckett, y que aquí encuentra deformado eco en una pesadilla donde hasta los inofensivos foley aterrorizan al protagonista. A esa heroica lista se suma el lituano de París que ha ingeniado este mecanismo de retropropulsión cinematográfica, de la mano de sus actores fetiche: Jean Dujardin, un tipo con una increíble capacidad autoirónica a medias entre Fairbanks y Belmondo, que ha defendido al agente OSS 117 de sus anteriores parodias (aparecen citadas en esta galería de espejos), y su compañera la franco-argentina Bérénice Bejo, hija de un director del underground bonaerense exiliado con la dictadura, que pone la chispa flapper —y ginger— al amor / piedad por el ídolo caído. Ambos pletóricos, al máximo de la expresividad, alegría de vivir a manos llenas, y sin decir (casi) ni mu. Tan inaudita es la cinta en la programación del día, ya digo, que el público de Milán la premió con una ovación como si, las últimas notas flotando sobre la sala, la orquesta fuera a doblarse en un murmullo de arcos y los actores, perlados de sudor, estuvieran a punto de saludar al reparo del telón rojo

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