El Patrullero de la Filmo: «El halo buñueliano en Svankmajer y Rabal»


Por Don Quiterio

    Producir una película de interés no tendría que ser, por lo general, producir su efecto. La querencia es ir de la mano de la publicidad para conquistar las voluntades y los afectos.

 

      El juicio sobre la ignorancia y la estupidez de las masas se traduce, en realidad, en el temor de que se vuelvan demasiado inteligentes. Producir una imagen es también pensar en sus interlocutores, confiar en su capacidad para percibir la complejidad y en su libertad para construir una visión propia. La educación artística se antoja hoy como un espacio de elaboración de actitudes críticas, del saber contemplar y del saber encontrar esa contemplación, a través, claro está, de unos caminos de aprendizaje que, sin embargo, se conforman en un estado de esterilidad superior. Sea como fuere, la filmoteca de Zaragoza, y más concretamente el área de programación que dirige Leandro Martínez, ha organizado en este inicio de 2012 un impagable ciclo en torno al animador checo Jan Svankmajer, una serie de trabajos inéditos en las salas comerciales y que, como siempre, nulo o poco eco ha despertado en los medios de comunicación de la ciudad. ¿Desidia? ¿Ignorancia? ¿Falta de profesionalidad? En cualquier caso, dejaremos de divagar e iremos al grano.

    Pintor, escultor, diseñador y grabador, Jan Svankmajer (Praga, 1934) representa un impulso creativo en la cinematografía de su país y su producción abarca filme animados y de acción real. Cineasta independiente que bebe de Buñuel, Borowczy y Nemec, sus filmes se decantan por el delirio y la provocación, y la filmoteca nos ofrece seis largometrajes, veinticinco cortos y un documental que llegan por primera vez a Zaragoza para trasladar el público a su imaginario mundo basado en la simbología de los objetos. Títulos como “La fábrica de ataúdes” (1966), “El apartamento” (1968), “Don Juan” (1970), “El diario de Leonardo” (1972), “En el sótano” (1979), “Alicia” (1987), “Juegos viriles” (1988), “Carne enamorada” (1989), “La comida” (1992), “La lección Fausto” (1994), “Los conspiradores del placer” (1996), “Little Otik” (2000), “Lunacy” (2005) o “Teoría y práctica” (2010), entre otros muchos, demuestran la capacidad de este cineasta para trasladar la magia de la animación, casi siempre, al entorno de un espectáculo. La filmografía de Svankmajer se caracteriza por la ausencia de tópicos infantiles y moralejas resabiadas. Las emociones que sufren los protagonistas ven su reflejo directamente en los objetos y transmiten al público la necesidad de que exista una conexión, aunque oscura, entre el respeto y la convivencia en armonía.

   La animación no solo vive del público infantil, tal como lo demuestran las adultas realizaciones de Svankmajer. Son animaciones distintas a lo que estamos acostumbrados a ver dentro del género. El impacto es doble puesto que la animación siempre se asocia al universo infantil, y choca que sea utilizada para hacer unas descripciones tenebrosas, con el objetivo vital de no ceder a la rutina. Un imaginario, en fin, basado en adaptaciones libérrimas de los universos de Edgar Allan Poe, del marqués de Sade, de Molière, de Freud, de Max Ernst, de Leonardo Da Vinci, de Lewis Carroll, de Horace Walpole o de Williers de l’Isle Adam, a los que Jan Svankmajer no sigue al pie de la letra sino que mezcla los sucesos allí descritos con un aura extraña y oblicua, valiéndose de los objetos cotidianos.

   Si, en efecto, Svankmajer se declara un admirador confeso de Luis Buñuel, Francisco Rabal (Águilas, 1926-Burdeos, 2001), del que la filmo ofrece otro ciclo, es literalmente su “sobrino”. En este ciclo se incluye su afición desde la adolescencia por la poesía, materializada en el cine con la producción de cuatro cortometrajes documentales, tan curiosos como convencionales, que el mismo actor murciano dirige a mediados de la década de 1970: “Mis encuentros con Dámaso Alonso y sus poemas”, “Funerales de arena”, “Rafael Alberti en Roma” y “Antonio Machado, por tierras de España”.

   Dicen los biógrafos que, terminada la guerra civil española, Francisco Rabal se establece con su familia en Madrid. Trabaja como aprendiz en una fábrica de chocolate, hasta que obtiene un empleo como electricista en los estudios cinematográficos Chamartín. Mientras actúa ocasionalmente como doble de luces, el director Rafael Gil advierte su extraordinaria fotogenia y le confía un pequeño papel en “La pródiga” (1950). Ese mismo año, Luis Escobar le da su primera oportunidad como protagonista en “La honradez de la cerradura”. Popular por su intervención en los filmes de Rovira Beleta “Luna de sangre” (1951) y, sobre todo, “Hay un camino a la derecha” (1953) -el primer papel importante de Rabal en la piel de un hombre resentido e inadaptado que no se conforma con amoldarse a una vida precaria y mediocre-, se afirma como la primera joven figura del cine español, y el éxito de estos filmes en Italia le vale un contrato para trabajar en este país y extender su naciente prestigio internacional, aunque solo pudo trabajar en películas de valor muy mediocre. Vuelto a España, logra sus mejores caracterizaciones con el bandido de “Amanecer en Puerta Oscura” (José María Forqué, 1957), un filme áspero y sintético, emotivo e intenso, que obtiene el Oso de Plata en Berlín. Tras su excelente labor en el filme de Buñuel “Nazarín” (1958), rodado en México, sobre la obra de Galdós en torno a un sacerdote que extrema su pobreza hasta el punto de ser perseguido como un delincuente, Francisco Rabal interviene progresivamente en películas de calidad y, en poco tiempo, se convierte en el actor español más solicitado internacionalmente: Michelangelo Antonioni le dirige en “El eclipse” (1962), una exploración en torno a las más íntimas frustraciones del hombre contemporáneo, o Jacques Rivette hace lo propio en “La religiosa” (1966), según la novela de Denis Diderot.

    La filmoteca también programa “Sonatas” (Juan Antonio Bardem, 1959), basada en dos de las “Sonatas” de Valle-Inclán sobre una aventura amorosa del marqués de Bradomín en el siglo XIX; “María Rosa” (Armando Moreno, 1964), el único largometraje de su director, hombre de teatro y marido de Nuria Espert, inspirado en un drama de amores y asesinatos de Ángel Guimerá; “España, otra vez” (Jaime Camino, 1968), discutible guion del teórico Roman Gubern sobre un antiguo médico de las Brigadas Internacionales que vuelve a España al cabo de los años, reviviendo un amor lejano; “Truhanes” (Miguel Hermoso, 1983), nada desdeñable comedia con un Arturo Fernández en estado de gracia; “Epílogo” (Gonzalo Suárez, 1983), literario discurso sobre dos escritores –Rocabruno y Ditirambo- que trabajan juntos y se separan porque se enamoran de la misma mujer; “Los santos inocentes” (Mario Camus, 1984), adaptación de novela homónima de Miguel Delibes y el debut en el campo de la producción del actor Julián Mateos; “Padre nuestro” (Francisco Regueiro, 1984), un guión de Ángel Fernández-Santos con mucho humor negro y anticlericalismo, entre la anécdota y la alegoría buñueliana, sobre un cardenal que, desahuciado por los médicos, regresa al pueblo castellano donde nace; y, para terminar el ciclo, “Paco, mi padre” (Benito Rabal, 1992), un homenaje del hijo de Francisco Rabal en un emotivo mediometraje documental.

   Hay que volver a pensar en Buñuel desde él y sobre él, no solo para repartirlo aleatoriamente ni para exponer puerildades que nada aportan. Por eso, en libertad crítica y fidelidad a su nombre, hay que conocer a Jan Svankmajer, al más cercano Francisco Rabal o, por extensión, al recientemente fallecido Antxon Eceiza, quien fuera su ayudante en “Viridiana” y nulo eco ha recibido de los medios de comunicación aragoneses tan intelectualmente provincianos. El rechazo o el silencio son signos de ignorancia o de intolerancia: ambas, ay, mortales para la libertad, tanto de la persona que lo practica como de la sociedad que lo consiente.

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