Por Don Quiterio
En las entrañas de numerosas películas que parecen insignificantes, anecdóticas, películas con escasa acción, de pronto hay vida y el espectador las celebra como merece.
Lo sabe Jaime Rosales, un extraordinario director capaz de, con un par de escalofriantes escenas, cambiar el rumbo a una historia y la perspectiva. Y existen, también, filmes que intentan conectar con el público desde un avaro ahorro narrativo pero que, finalmente, fracasan porque acaban antes de comenzar. David Francisco (Madrid, 1987), responsable de “La diferencia” (2011), se encontraría en un justo término medio. No es, desde luego, Jaime Rosales, pero su documental tampoco resulta del todo desdeñable. Se trata, en todo caso, de un atípico y arriesgado recorrido por la vida y la obra del poeta Ángel Guinda (Zaragoza, 1948). Entre las anécdotas de su vida, se van intercalando imágenes urbanas y rurales mientras el propio Guinda, a través de una voz en off, va recitando buena parte de sus creaciones, en una suerte de diálogo con la poesía, confrontando y uniendo dos mundos paralelos, la imagen y la palabra.
El autor de “Vida ávida”, “Claustro”, “Conocimiento del medio” o “Espectral” necesita ser dueño de una identidad personal en tiempos en los que el poder deshace individuos para hacer ciudadanos, y diserta sobre sus fantasmas, obsesiones y recuerdos. Rebelde y seductor, romántico y pícaro, heterodoxo y con mucho sentido del humor, Guinda también se muestra en el documental de David Francisco como un hombre trágico, atormentado, que fue denunciado por un texto y condenado por blasfemia y escándalo público, y que convive con la muerte. Su poesía nace de la muerte de su madre en el parto y ese drama le condujo a la necesidad terapéutica y estética de luchar contra la muerte mediante la creación poética. Para él, las palabras son seres vivos, semillas cargadas con el silencio de los mundos. Vive con el silencio y convive con las palabras. Sin ellas no sería nada, sería nadie, o acaso el misterio y la suprema sencillez de una piedra o una gota de lluvia.
El realizador David Francisco, que ya había realizado dos cortometrajes sobre la figura de Ángel Guinda (“Una fuerza hipnótica” y “Entrevista a mí mismo”), toma el título de su documental de un poema homónimo del autor incluido en el libro “Claro interior”, y cuenta su pequeña historia combinando imágenes, declaraciones y poemas. Y se muestra apasionado por retratar a un contemporáneo mayor, que fue incluso su profesor. A veces, el resultado deviene en un producto excesivamente domesticado, poco revelador. Acaso falla la voluntad de indagar detrás de la leyenda. El director parece conformarse con ejercer de hagiógrafo y puede torpedear cualquier otra visión alternativa. Pero tampoco exageremos, que David Francisco sabe perfectamente, aunque no sea Jaime Rosales, que el documental con personajes supera a menudo al drama de ficción en su capacidad para trazar retratos humanos de cierta hondura, al disponer de mucho más material para seleccionar y eliminar en la sala de montaje. Ahí está la diferencia.