Por Jorge Álvarez
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Le juro que me gustaría alguna vez sorprender al lector de El Pollo Urbano, a su director y por qué no a mí mismo escribiendo de un tema que no sea sobre la agonía de la Argentina.
Lo intento pero la realidad se lleva puesto a mis deseos.
A usted como a mí la palabra casta no le resultará extraña porque en el acto lo remite a la India. Y además que la leyó, la escuchó, la estudió en el instituto y hasta en la televisión y en el cine alguna vez vio de qué se trata.
Pero no sólo en la tierra de Ghandi hubo, hay y habrá castas. Todos los políticos argentinos desde la aparición de Perón, allá por los años 40 del siglo pasado, forman parte de una. Y es así. Es más fácil creer en el avistamiento de un grupo de naves extraterrestres, a baja altura, sobre las Cibeles que haber visto a un político viajando en un transporte público. O en la puerta de la Escuela pública buscando a su hijo o a su nieto.
Sé la respuesta si le pregunto ¿vio a un político hacer cola desde las 05.00 AM a las puertas de un Hospital público para ser atendido? ¿A que en un aeropuerto entran y salen por un sitio VIP estos ególatras y usted que les paga, porque en realidad son empleados suyos, espera como imbécil su maleta?
¿Vio algún demócrata trasladarse en un auto usado modelo de los 2.000? Presenció, como yo, cómo al llegar a un Banco se eyectan los empleados para atenderlos como en una escena de “El Padrino” de Coppola.
Y lo mismo pasa en un teatro o en un estadio de fútbol. Acaso ¿los vio hacer cola para pagar la renta o impuesto alguno?
Bueno, como supongo que todas las respuestas son negativas usted y yo somos ciudadanos de segunda, unos kelpers en manos de gente común y silvestre, unos gurkas (de medio pelo en su inmensa mayoría) que se siente especial. Y actúa como tal. Y no lo es.
Entonces ¿qué hace atendiendo las estupideces que dicen por televisión? La próxima vez, si por casualidad ve alguno, ignórelos porque ése es el peor castigo. Ya lo sabe: sin usted ellos no son nadie.