Concierto para cuerda y gorriones / Paco Bailo


Por Paco Bailo

“Común es el sol y el viento,
común ha de ser la tierra,
que vuelva común al pueblo
lo que del pueblo saliera”

Romance de los Comuneros
Luis López Álvarez, 1971

    Cinco tensos cordeles conforman el tendedor de esta terraza que un sol otoñal acaricia y el viento, como si los imaginara cuerdas de un arpa primitiva, quisiera arrancar las notas que algunas pinzas desordenadas han convertido en curioso pentagrama: mi, sol, si, fa. De completar los espacios del re y el la, en este trampantojo con el que la perspectiva me engaña, se encargan dos buitres que desde la lejanía se aproximan al muladar donde a las faldas del monte Gratal se acogen los despojos de algún animal cuyo destino ya está cumplido mientras algún gorrión hace por unos segundos de sostenido o bemol sobre alguna pinza de madera añeja. La brisa entre las ramas de los árboles cercanos se encarga del acompañamiento. Preciso es alejarse del barrio unos días para acceder a estos conciertos casi privados y disfrutar con sus inusitadas melodías que en la ciudad terrazas, ladridos, frenazos y bocinas mantienen amordazadas.

     Hace más de cinco mil años que nuestros ancestros intentaban armonías con el arpa, la kora o la lira antes de que llegaran a las manos de Nicanor Zabaleta, Andreas Vollenweider, Loreena McKennitt, Mory Kanté o Alan Stivell que tanto nos deleitan con su habilidad, técnica y buen gusto tañendo esa casi cincuentena de cuerdas e imaginando paisajes, traduciendo sentimientos, procurando sensaciones. Incluso Alice Coltrane añadió el arpa ante el asombro y sorpresa del acompañamiento habitual de los temas de jazz.

      Algunas cuerdas de este instrumento se hacen con tripas de carnero y tal vez esta conjunción de carnero en el muladar, pinzas como notas musicales en la partitura al viento y acuciante necesidad de armonía me lleva a pensar en un libro que, hace cuatro décadas ya, nos cambió la mirada sobre el arte, las fronteras de la belleza y la búsqueda de la verdad. Eugenio Trías publicó “Lo bello y lo siniestro” en 1982, un texto que cayó en mis manos de rebote pues lo sugerían como lectura no obligatoria en los estudios de mi hija, una reflexión en la que distingue lo bello de lo sublime y de lo siniestro.

     bello encontramos en una obra de arte cuando contiene lo infinito entre sus límites, sea el soporte que sea; lo sublime lo traspasa, hace bajar de su peana al soberbio ser humano. Lo siniestro está más allá de lo sublime y nos ciega tanto con una luz intensa como con una densa sombra que algo oculta, lo siniestro se nos escapa de los límites.

     Se está poniendo el sol, apoyado y extasiado en la barandilla de la terraza dudo si este espectáculo tan gratuito como hermoso es bello o sublime, supera los colores de Turner y de Afremov e insufla algo de esperanzador. A lo siniestro accedo al escuchar las noticias y leer la prensa, actividad que practico al anochecer pensando ingenuamente que se hayan podido remediar algunos titulares o evadido algunas fotografías.

     ¿Qué más pruebas y evidencias hacen falta para quien sigue sin creer en el cambio climático tras las temperaturas y la sequía de este verano? Las últimas tormentas y sus desastres, volcanes activándose y desaparición de glaciares, pantanos casi vacíos (¿a quién llena el bolsillo el recrecimiento de Yesa que quiere multiplicar por tres ese árido vacío que ya expulsó a tantas familias?) ¿Cómo explicar que, aunque mujeres y rubias con suficiente poder, no están pensando ni en ti ni en el futuro de tu gente ni en los derechos que tantas vidas y sufrimientos costaron conseguir? Otro tipo moviliza a la ciudadanía que debiera cuidar y amenaza con el botón nuclear, la policía de la moral vigila si el hiyab te cubre lo que solo “ellos” consideran suficiente, periodistas que desaparecen impunemente porque cuentan la realidad, cada vez más personas refugiadas en los campos a las puertas de un invierno que a saber cómo vendrá. Siniestro realmente.

    Gratal seguirá presidiendo esta hermosa sierra, los gorriones mantendrán sus armoniosos ensayos sin partitura y la brisa marcará el ritmo mientras, como cuerdas de un arpa por su dueño olvidada, continuemos afinándonos con ese poquito de apoyo mutuo más, con lo bello y lo sublime por horizonte. 

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