Jorge, un santo resistente / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza 

Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

     La fiesta de san Jorge, patrono de Aragón, quedó canónicamente alterada en 1970. El Concilio Vaticano II, clausurado por Pablo VI en 1965, sentó doctrina sobre las celebraciones de los santos.

    Con fecha 14 de febrero de 1969, el mismo papa dictó, en un ‘motu proprio’ (decreto papal), nuevas normas para la celebración de los santos en el Calendario Romano, el de los católicos de rito latino (‘ad usum Latini ritus’), que incluyen a España y, por ende, a Aragón y Cataluña. Comunicada la decisión a la Sagrada Congregación de Ritos, esta emitió un decreto el 21 de marzo y ambos documentos se hicieron públicos a mitad de mayo siguiente, siendo de obligado cumplimiento lo decidido el 1 de enero de 1970.

Tantas celebraciones, que, con el tiempo, llegaron a ser en exceso numerosas y muy extensas (pues tenían ‘octavas’, prolongaciones de una semana), desagradaban al ilustrado papa Montini, pues obraban en merma de la conmemoración de los «misterios de la divina Redención», que han de ser la conmemoración dominante en el calendario romanocatólico. La solución tocó diversas teclas.

Salidas y entradas

     La primera fue apear del calendario a una treintena de santos menos conocidos, de forma que, sin contar a José y los apóstoles, quedaron como de devoción general ‘solo’ ciento cuarenta y tres. La ‘compresión’ afectó también a los tres arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, subsumidos desde entonces en un solo día. Los demás santos no eran tan de obligada celebración litúrgica universal.

    También fueron introducidos en esta categoría principal de los, diríamos, grandes santos otros que habían sido evangelizadores pioneros en regiones incorporadas al cristianismo más tardíamente. Existía un motivo de política ecuménica: no había, o casi, sino santos europeos.

    A partir de 1970, aunque siguieron dominando el panorama, con 126 presencias, a los europeos se unieron ocho africanos, cuatro asiáticos, otros tantos americanos y uno de Oceanía (en puridad, era otro europeo, un marista francés: la primera canonización de nativo oceánico fue la de una monja australiana, en 2010). En fin, se dio la posibilidad a las iglesias particulares (locales, regionales y nacionales) de conservar y celebrar a algunos santos de su especial devoción.

Algunos cambios ‘aragoneses’

    Se variaron ciertas fechas y, entre ellas, las de dos bienaventurados relacionados con Aragón: san Vicente de Paúl (para algunos, si bien arraigado en Francia, procedente de Tamarite de Litera: por eso tiene estatua en el Pilar) y santa Isabel, nacida en Zaragoza e hija del rey Pedro III, casada con el monarca portugués Dionís y enterrada en Coimbra.

   El primero mudó el 19 de julio por el 27 de septiembre; y la segunda, que se celebraba el 8 de julio (sobre todo en la Diputación de Zaragoza), cambió al 4 de julio. Esto es, a las fechas de sus fallecimientos, que son las canónicamente estimadas como de acceso a la vida celestial.

Un santo correoso

    La revisión tuvo, también, aires de depuración historiográfica: relatos desbordantes de imaginación, historias legendarias sin fundamento o la mera falta de datos positivos eliminaron, aunque solo oficialmente, figuras muy conocidas y a quienes los fieles siguen manifestando gran devoción. Por ejemplo, san Cristóbal, protector de los conductores; y santa Bárbara, tutora de quienes manejan explosivos, como los artilleros y los mineros.

   Todos los inconvenientes citados se concentraban en la figura de Jorge, cuya biografía está en una densa niebla documental, comparable a la intensidad de su tradición legendaria: guerrero vencedor de monstruos malignos, envenenado sin éxito dos veces, atormentado inútilmente con filos cortantes, frito de modo inmisericorde en una sartén y, finalmente, decapitado por un déspota malvado (y uxoricida) de nombre y rango variables.

    La rebaja litúrgica sufrida por Jorge ha hecho poco o nulo efecto en Aragón y Cataluña, en Génova e Inglaterra. Y ninguno en la cristiandad oriental, que lo tiene por santo principalísimo.

   En Aragón, san Jorge llega con la fiesta del Libro, invento barcelonés del valenciano Vicente Clavel, en honor de Cervantes. La Cataluña nacionalista ha conservado el libro y a sant Jordi, pero ha expulsado aldeanamente a Cervantes de su día universal. Recientemente, unos insensatos (subvencionados) pretenden que el Quijote es la traducción de un original catalán redactado por un tal Miquel Sirvent, del todo ignoto. Los gurús culturales del pospujolato aún no lo han declarado verdad oficial, pero no hay que desesperar. Todo llegará.

    Jorge resistió fieras torturas, superó las rebajas que le aplicaron en el santoral y va superando las notables pruebas que le trae el siglo XXI. Todo un carácter.

 

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