Por Max Alonso
Tengo conciencia de que en los últimos tiempos me estoy convirtiendo en moralista, en el sentido de reflexionar sobre costumbres, a juzgar por mis últimas columnas.
Debe ser por la edad, aunque hace algunos meses tenía los mismos años y no me comportaba así. Será por los acontecimientos registrados en el país en los últimos tiempos desde que los catalanes abortaron el feto del Proceso.
Que es su proceso pero le denominaron ‘el procés’ y de esa forma los papanatas, que tanto abundan, así le conocen. La historia original es de Franz Kafka. La llevó al cine el genial Orson Welles narrando la pesadilla que vivió su protagonista Josef K. y ya se sabe cómo acabó. Arrestado por una razón que ignora y se adentra así en un horror para defenderse de algo que no sabe qué es y vive así la inaccesibilidad de la ‘justicia’ y de la ‘ley’.
El cineasta norteamericano con su versión, anticipada hace cincuenta años, pudo haber contado la historia de los políticos presos catalanes que de tan perdidos que van pueden llegar a no saber quiénes son ellos mismos, ni por qué están procesados sin saber qué coño –como diría el nada honorable exorcista Jordi Pujol- han hecho.
Su historia puede convertirse en plenamente delirante. Es la consecuencia lógica de no llamar a las cosas por su nombre y no reconocer su delito, que como tal es toda acción que suponga una infracción del derecho penal. Así todo pierde su sentido y no se reconoce nada de lo que ocurre y por qué. El proceso catalán no tiene mejores perspectivas pero el caso es que dan mucha tabarra con sus cosas y con su afán de cambiarlas como a ellos les gustan, como típicos ‘nazionalistas’, a su favor. A los presuntos delincuentes que están en la cárcel ellos les denominan presos políticos cuando el resto de los españoles, como la mitad de los catalanes más uno, piensan que lo que debería haber es más políticos presos.
Pasa así que un rufián de la ‘Ezquerra’ catalana desestabiliza las Cortes, como lo ha conseguido un comisario, también presunto, camuflado tras su gorra visera como el antifaz del hombre enmascarado y lo intentan otros muchos de los políticos encarcelados o procesados por ser chorizos de alto nivel… Bárcenas, Rato, Zaplana, Granados, González y un largo etc. de la lista de invitados de la boda de la hija de Aznar.
El caso es que soy moralista con la cuestión catalana como con la rocambolesca astorgana que es la ‘Operación Enredadera’ y de lo particular a lo general de la cuestión nacional, sin entrar en muchas de las cosas que están pasando en las autonomías o autonomalas, como en lo de los ‘rojos’ y los ‘fachas’ y me preocupo de entrar en las diferencias entre el creer y el saber. Como no entiendo de las malas críticas cojoneras, ni en los malos cristianos que se creen buenos católicos y aceptando la realidad de nuestra provincia como La Laponia Leonesa.
A mí me gustaría más que caer en moralista ser regeneracionista. Muy al estilo, con las consecuentes diferencias de nivel, de Joaquín Costa, pero mis limitaciones no me lo permiten. El león de Graus (Joaquín Costa) pudo meditar en su refugio entre el Ésera y el Isábena, un pequeño paraíso como Astorga, sobre las causas de la decadencia.
Eran otros tiempos en el cambio de siglo al anterior, con razones más documentadas y menos subjetivas que como lo hacía la Generación del 98. Su filosofía se resumía en “Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid.”
Los regeneracionistas son una corriente trasversal de conservadores y progresistas. De todos aquellos que se plantean ¿Y ahora qué? Alejada la dictadura franquista, aunque en los últimos tiempos parece que no tanto. Convencidos de que la Transición está superada es cuando llega la gran pregunta: ¿Ahora por dónde?
Por el descrédito de los políticos es cuando hay menos soluciones y por la pérdida del norte de los partidos se acude a la creación de nuevos, que no lo son tanto. No hay apenas diferencias entre los ciudadanos de Ribera y los populares de Cansado, sino más de lo mismo, de profesión crispadores, que sustituyen con zancadillas partidistas los planteamientos políticos y se asoman peligrosamente al abismo del odio y la división. Eligiendo poder antes que el interés general, eso era cosa de la vieja política y los podemitas de largos pelos, a los que les amarga lo dulce y los socialistas, ahora ya calvos, buscando la tercera vía, a la luna de Valencia.
Ese es el nudo gordiano con el que hay que enfrentarse. La decadencia nacional aguda y más trágica en nuestra ciudad, en donde encima faltan ideas para encarar la despoblación y la especial crisis económica. Con falta de capacidad para dar respuestas.
Fuente: http://astorgaredaccion.com