Patriotismo de segunda mano / Daniel Arana


Por Daniel Arana

   Nuevo gobierno. Nuevo y difícil, también, pensar en una adaptación total al instante tras los años de egoísmo, corrupción y mentiras.

   Si entendemos la salida del gobierno del Partido Popular como un paso adelante que, además, recupera parte del desmantelamiento de la democracia de aquel (auspiciado, seamos justos, por la negra época de Aznar y la torpeza supina de Zapatero), lo que nos queda es una recuperación de los valores y libertades más básicas. Esto es, más democracia de la que había hasta la llegada de Sánchez al gobierno.

   La salida de Rajoy, forzada por las pruebas que lo señalaban a él y su partido como instrumento de la mayor trama de corrupción conocida en el país (sólo comparable a la del final de González), ha dotado a los acólitos derechistas de una cólera descomunal. Cólera que los ha transformado –o desenmascarado- en personajes de una súbita carestía democrática.

   Lanzando la vista atrás, uno reconsidera los hechos y se da cuenta de que el gobierno saliente, en contra de lo que se nos ha querido hacer ver, no es que tuviese poco poder –utilizaré aquí el término dynamis– en lo que respecta al bien y el mal, sino que se ha demostrado, con suficientes argumentos, que las dos legislaturas han sido un remedo de democracia.

   Nada hay peor para las libertades, y ya se ha avisado desde tiempos de Montesquieu, que la corrupción. Siempre hemos visto como antesala del totalitarismo la pérdida del respeto hacia las leyes y la ética. Hemos sido, durante años, una mina apuntalada con troncos que cruje en algún ángulo donde hay siempre la incertidumbre de un derrumbamiento.

   Y es verdad que, aunque no me pertenece, por fortuna, la cualidad de visionario, ni soy capaz de adelantar qué va a ocurrir con el gobierno de Pedro Sánchez –entre otras cosas, el tiempo hasta las próximas elecciones es escaso y sus socios de gobierno, un museo de la mediocridad-, sí les adelanto a ustedes que, frente a la corrupción y el desprecio por las libertades del Partido Popular, a la deriva esquizoide y xenófoba del independentismo o a los inaplicables programas de Podemos, plagados de psicodelia y vago –en todos los sentidos- retrogusto marxista, parece lógico intuir que las políticas de Sánchez son la menos mala de las respuestas al deseo de libertad de un pueblo que ha sufrido lo, por otra parte, votado.

   Este es el caso opuesto al de Italia, por ejemplo, donde los dos extremos del arco político han decidido firmar su propio pacto de Varsovia. El fracaso no tiene razonamientos y ese poder, que tan goloso resulta para los radicales de izquierda y de extrema derecha, trae consigo la desidia del resto.

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