De piaras y otras raleas / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
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    Llega el verano de nuevo, ¡vaya latazo!, y no sólo por tener que levantarse al alba para poder colocar la toalla en la playa; tampoco por aceptar volar con la cicatera Ryan Airways; ni siquiera porque todos viajen a Venecia o Barcelona obligando a una lucha campal a la hora que hacerse un selfie.

    Hay muchas cosas más que hacen del verano un verdadero latazo: por ejemplo, el sentimiento gregario que se impone al socaire de la palabra vacación para una mayoría, que apelando al instinto de manada hacen buena la frase del primatólogo Frans de Waal. “Nada une tanto a las manadas humanas como un enemigo común”. En este caso, me permito apuntar el enemigo: el calor. Otro latazo es la galería de pieles de todo origen, edad y condición, que nos sale al encuentro, mezclados el feísmo y el ridículo (salvo en notables ocasiones), que  recuerdan a personajes de los cómics de Robert Crumb, aunque debo de reconocer que tal desfile ayuda a mantener la autoestima de los discretos, pues ya se sabe que toda comparación es odiosa. Manadas de semidesnudos que no se enteran del peligro solar, pero se enterarán. Manadas de paso que no se enteran de nada. Manadas que no se enteran de que son otra cosa.

    Sus hechos relatan más de una piara de cerdos que de una manada real. No merecen la épica que asiste al lobo, al elefante, al león. Nada que ver. Desarrollan instintos de berraco en celo, y no entienden el no de las mujeres. Violan con premeditación y alevosía, se jactan de lo machos que son y convierten a la víctima en cómplice necesaria. Subvierten la juerga para desgracia de juerguistas y se extienden como una plaga, para desgracia de todos. Hay que temer que el calor acreciente sus ganas de meterla como sea, la época es propicia para salvajadas. Habrá, de una vez por todas, que hacer justicia para cortar de raíz tanto animal suelto. Restituir la dignidad de las mujeres pasando primero por la de ellos mismos.

   Volviendo al verano, está lo de los cien días de gracia al Gobierno, que no parece importar a casi nadie. También, la torticera utilización del amarillo, que ahí persevera pese a todo. El morado, que se cree que manda. En los azules se ha comprobado que casi nadie paga las cuotas de afiliado. Los de naranja están por pasarse al limón o directamente al gintonic. Nada nuevo, en todo caso, el chiringuito nacional está que arde. Barrunta récord, y van…

  Cuando el Pollo reaparezca en octubre con sus plumas lustrosas, habremos pasado sin darnos cuenta, de la canícula al otoño caliente. La cuestión es mantener la presión de la caldera. ¿Arde Paris?

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