El catálogo del quiosquero / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo 

    Encopetados profetas de la economía se han pasado años cacareando las bondades globalizadoras. La globalización, para el quiosquero de la esquina, equivale a anteponer la macroeconomía a las personas…

…, anteponerla al bien común, la creatividad, la paz, la democracia. Los que mandan están convencidos de que las cosas no pueden hacerse de otro modo, prefieren no arriesgarse a perder la silla. Y nos lo dicen, afirma el quiosquero, personas sin sentido humano ni ético, economistas que no leen, que no les interesa el sufrimiento de la gente, la exclusión, los oligopolios y monopolios. Solo se obsesionan con el crecimiento y encima nos dicen, como toscos resabiados del cristianismo, que hemos pecado y que nos toca hacer penitencia, pagar las culpas.

    Al final, dice el quiosquero, hemos perdido la batalla del lenguaje. Utilizamos palabras ajenas al mundo de la cultura que acaban corrompiendo todos los verbos y algunos sustantivos. Producto, gestión, industria, porcentaje de ocupación. Y tantos otros vocablos o conceptos que provocan náuseas escribirlos fuera de su contexto militar o financiero, afirma el quiosquero, verdaderamente enojado. Las empresas se agrupan y bloquean los convenios. Los paros patronales tienen más poetas que les escriban que las inexistentes huelgas de los trabajadores asalariados de la cultura. También conocidos, puntualiza el quiosquero, como artistas por cuenta ajena. Un mundo al revés, pero siempre a favor de lo mismo: la laminación de derechos y proyectos que escapen del control de las maquinarias coercitivas que acaban haciendo una cultura de catálogo. Y por catálogo.

     No parece existir otro impulso que el mercantil, advierte el quiosquero. Tanto ingresas, tanto vales. Se intenta fortalecer una de las tautologías más nefastas para una idea de la cultura adecuada a nuestros tiempos: todo lo que interesa a mucha gente, de manera masiva, es bueno. Por lo tanto, ironiza el quiosquero, lo debemos promocionar e invertir los recursos públicos en estas iniciativas privadas. Puede existir una contra, aclara el quiosquero: lo que tiene respuesta masiva, es malo por definición. Lo bueno, en ese sentido, es lo que solamente comprendemos cuatro o cinco. Eso tampoco, reflexiona el quiosquero. Analizando con un poco de rigor, todos sabemos distinguir una cosa de otra, incluidos los parroquianos del quiosquero.

    El receptor de toda acción cultural, afirma el quiosquero, es la ciudadanía. Hombres y mujeres, niños y niñas, que son potenciales espectadores, oyentes, visitantes de museos. No públicos, ni meros clientes, sino ciudadanos libres que pueden elegir y deberían tener la posibilidad efectiva de intervenir en los catálogos que se les ofrecen. Pero los que mandan, al fin y al cabo, prefieren no arriesgarse a perder la silla. Solo se obsesionan por el crecimiento y encima nos dicen que hemos pecado y que nos toca hacer penitencia, pagar las culpas. Se antepone, insiste el quiosquero, la macroeconomía a las personas, al bien común, a la cultura, a la creatividad, a la paz, a la democracia. La crisis de la humanidad por catálogo.

Artículos relacionados :