Por Carlos Calvo
Subdirector del Pollo Urbano
Ya perdidos en el fin de los palacios invernales, se consume tanta nostalgia que nos hemos olvidado del presente. Cuanto más aprecias lo antiguo, mejor evalúas el valor añadido de lo moderno.
Estamos en nuestro derecho de pedir a la vida que dé la vuelta, que regrese al principio, al estilo de aquella pintada que reclamaba desde una pared “Volvé, Cortázar, qué te cuesta”, cuando Cortázar ya había muerto.
A menudo no queremos oír hablar del futuro de cualquier disciplina, sino de un pasado. Ahí está todo, incluido el porvenir, al que ciertos días se llega retrocediendo en el tiempo. Todo suena a lejano, porque el tiempo, digno de recuperar en pleno achaque de nostalgia, pasa demasiado deprisa. Todo nos parece tan remoto que la nostalgia, ese virus que asola el entretenimiento actual, cada vez llega antes. Si no fuera porque (casi) todos deseamos la renovación, es imposible creer que el tiempo futuro vaya a ser mejor que el pasado. Pero no por melancolía, sino por la cruda constatación de que hace apenas nada comenzó a imponerse las fuerzas de una futura sociedad perfectamente infame.
Cuando apareció internet, la madre del quiosquero de la esquina, con su contundencia característica, ya predijo que los ordenadores nos arruinarían la vida. Y siempre mantuvo que uno de los grandes logros para propulsar el feminismo había sido el invento de la lavadora. Nada hay menos fiable que una sociedad tan hiperconectada que convierte la soledad en el negocio de los solos. Es demasiado la prisa que requiere ser posmoderno para la demora que exigen las transformaciones de verdad.
Antes de que todo esto terminase, de que vacíen las alacenas, de la última de las madrugadas, del final de la angustia y las veredas, del fin de todos los paseos, de la cancelación de todas las discusiones, de todos los argumentos, de todas las furias, de todos los desprecios, del cielo cae una caricia de sol azucarado. El frío pelón del invierno zaragozano hace memoria. Y se agitan los pezones de los árboles. Ya se intuye la alimaña feroz de la primavera. Como esperaba el olmo seco de Machado.