La cola del pan / Eugenio Mateo

PMateoEugenio1
Por Eugenio Mateo Otto
http://eugeniomateo.blogspot.com.es/

     Pasajero de un autobús que juega con sadismo con el precario equilibrio de los que allí viajamos, observo una larga cola que se alinea frente a una discreta panadería.

    No son frecuentes las colas ante un pequeño comercio; por lo visto, el pan que allí se vende, o es muy barato, o es muy bueno. En todo caso, en esa cola que el autobús urbano deja atrás con celeridad, nadie habla con nadie. Los que vivieron otros tiempos de posguerra, cuentan de las charradas en las colas. Es verdad que la escasez formaba colas ante las puertas de cualquier lugar donde se pudiera encontrar víveres y es verdad que servían para comunicarse a los que carecían de todo y les sobraba tiempo. La que vi la otra mañana parecía aburrida y monótona, incluso aséptica e indiferente.

   Hoy ya no hablamos casi. Nos hablan. Nos hemos convertido en oyentes a través de mil artilugios manipuladores, que afectan directamente a lo poco de que queramos hablar. Cada día es imposible procesar tanta información, demasiadas veces contradictoria, como la que se nos cae encima para hacernos perder el hilo entre lo real o falso. De tal manera, soportar tal batería de despropósitos hace olvidar a qué se está jugando y se queda uno perplejo, sumido en el silencio más allá de las propias ganas de entender.

    Hay asuntos que tienen su guasa; ése cachondeo fino que se traen unos cuantos para saber como somos los de abajo -¬ que diría un jerezano¬ El trasunto de Facebook tiene su guasa si no fuera por las veces que hemos sido advertidos de que uno de los negocios más grandes del mundo no puede ser gratis sin llevar gato encerrado. En este caso, el gato es tan grande que se nos come a todos.  Si alguien dudaba de que estamos fichados, casos como la venta de datos de cincuenta millones de ciudadanos norteamericanos para uso electoral, son sólo la punta de un iceberg que debe ser inmenso. Si alguien pensaba que la cosa no va con él, que se vaya preparando. De todas formas, aquí no se obliga a nadie a estar en el “feisboks”, pero lo estamos casi todos, y luego, si vienen mal dadas, no será decente quejarse de que nos controlan. ¬Sarna con gusto no pica¬ nos dirán. De momento, y antes de que me descubran, voy a escribir mentiras para que mi perfil despiste a los algoritmos, que ya se sabe que son de carne y hueso; vaya paradoja.

    Otros “asuntillos” ponen en solfa la credibilidad de instituciones como la Universidad, a tenor  de las publicaciones sobre lo fácil que es aprobar un master en Madrid. Nada nuevo bajo el sol. O el extraño sistema de inspección sanitaria a los establecimientos de hostelería zaragozana y comercios de venta de alimentos. Cada día paso por uno de esos comercios chinos en los que sobre un mostrador sin ninguna medida higiénica, el despiece sanguinolento de un cerdo parecería una puesta en escena del inefable Tarantino. Enfrente hay un bar, también oriental, al que el comercio suministra a pelo aquella carne que da miedo. Los sufridos tasqueros de alrededor se quejan de ser inspeccionados cada dos/tres meses cuando los vecinos de ojos rasgados no han pasado ninguna. Y siguen igual las cosas. Quizá los funcionarios esperan a que muera alguien por envenenamiento para ejercer su obligación en defensa de la salud de todos.

   Sigo pensando que las colas son buenas para charlar y que hay que fomentarlas, dándoles más contenido y el tiempo conveniente. Colas como la de sacar entradas para el cine un día de descuentos son abigarradas y apenas conceden interés a la conversación; la fila para desfilar con fervor ante la reliquia del Santo de turno, en la que los murmullos parecen oraciones;  la de los que esperan un plato caliente a la puerta de la beneficencia, en la que hay demasiada soledad crispada; la cola del pan, tan escasas que no alcanzan representación; la del paro, a cuyo nivel de comunicación le afectan los idiomas y sus circunstancias; la cola ante el roscón de San Valero sólo permite hablar del frío con la boca llena; la fila para que un autor te dedique el libro que has comprado a los grandes almacenes, sufre de endogamia cultural; la que obliga a tramitar una gestión en la administración sería un prototipo si no fuera por el cabreo de los que esperan. Y tantas más, incluso nuevas que se podrían desarrollar. Todas susceptibles de servir de lugar de encuentro relajado, de foros donde hablara la gente corriente mientras esperan a ser atendidos con la urgencia distraída.

    Definitivamente, también en las colas se puede publicar en el Facebook. Seguramente, es por lo que nadie utiliza ya la voz para hablar de sus cosas con los otros parroquianos contertulios de la cola.

Artículos relacionados :