Incultura / María Dubón


Por María Dubón
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    El filósofo Gianni Vattimo acuñó el concepto de «pensamiento débil». Consideraba que para contrarrestar una lógica férrea y unívoca, hay que oponer la libre interpretación.

    Vattimo reacciona contra la rigidez y el dogmatismo de la modernidad ilustrada y aboga por el posmodernismo. Tiene bastante razón. Es decir, se equivoca solo en parte.

   Los excesos en los que incurre la modernidad ilustrada resultan evidentes. También es cierto que nunca antes hubo nada más firme en el campo de las ideas. Pese a los defectos del mundo actual, nadie querría regresar al siglo XVI. En cualquier caso, el pensamiento débil puso en su sitio a quienes estaban seguros de todo y se han visto obligados a revisar falsas evidencias. La pega es que ha derivado en «pensamiento debilitado», que es otra cosa. Llevado al límite, y cayendo en los excesos que combatía, ha dejado las puertas abiertas a la cultura de la incultura, una situación que nos retrotrae a un estado mental y social prepresocrático.

   En la sociedad, el debilitamiento mental es patente. Tras dos generaciones de relajación intelectual, los primeros «debilitados» son maestros. La carencia de rigor ya no se combate, se enseña. El esfuerzo personal y el rigor en el procedimiento están desprestigiados, han sucumbido a la automatización informática y de los buscadores. Alcanzan el éxito cantantes carentes de técnica vocal, escritores ágrafos son encumbrados por lectores que nunca han leído literatura y millones de espectadores sucumben a la fascinación de los efectos especiales sin haber oído hablar Chaplin. El cine y la televisión comparten registros expresivos, se mezclan realidad y ficción en subproductos carentes de hilo conductor, que se sostienen gracias a un engarce de flases y anécdotas.

   Los canales convencionales que antes distribuyeron la información contrastada: libros y prensa, son invadidos por los que antes fueron sus destinatarios. La «nube» es un espacio etéreo de información compartida y compartible. La autoría de dicha información se difumina, y esto da pie a  que los usuarios se apropien de ella de forma acrítica y sin remordimiento. El  «copia y pega» es un recurso generalizado entre los universitarios actuales. Al no existir información firmada, nadie es responsable de la información, cualquiera puede generar datos no contrastados y anónimos.

   Necesitamos un «pensamiento débil» que sea fuerte o los ignorantes atrevidos se harán los amos y la fama desbancará al prestigio. De hecho, ya ocurre. Es la cultura de la incultura.

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