Barcelona / José Joaquín Beeme


Por Jose Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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    ¿Qué me he perdido no aproando, con otros que hicieron las maletas y entre la ropa escondían una máquina de escribir, a la ciudad marinera y ancha que es siempre parada y fonda de mi viaje a Italia?

    Seguramente me he forjado una Barcelona mítica, de durrutis y quatregats y fachadas surgidas de un sueño y editoriales a la contra. Manel, que conoce el mundillo escribano y publicista, no guarda de él un recuerdo maravilloso. Y, sin embargo, sus energías siguen puestas allí. Está ordenando cartas, dibujos, manuscritos, libros de los hermanos Ferrater para la opus magna que saldrá por Galaxia Gutenberg. A Gabriel no le conoció, se suicidó siendo él muy joven; en cambio con Joan Ferraté, que se encargó de los inéditos de su hermano, mantuvo una duradera amistad desde que asistiera a sus seminarios «para amigos» sobre The waste land y sobre Ausiàs March, su poeta preferido. Le conoció amarillecidos sus años cubanos, y cuando los sabáticos de Alberta le devolvían a su ciudad y a sus amigos reanudaban una conversación que las cartas habían ido sólo afianzando. Hasta vivió por un tiempo en el piso del filólogo y poeta ausente. Lo que ahora son cajas de libros y cuadernos y legados de testamentaría —»acompañó su muerte / un injusto silencio intelectual, / fruto del peor cainismo de la especie», ha escrito Jaime Siles— fueron discusión viva y regada con y sobre la poesía, Cavafis, los griegos, Gil de Biedma, el mar, Riba, las mujeres, Barral, la Biblioteca Breve… Ah, Barcelona, los catalanes errantes y sedibundos: sus ahijados aragoneses. Allí no conozco l’ensopiment. Me siento en casa hasta en el museo de cera, donde todos son trasuntos de otras auroras rojas.

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