La utopía de la honradez política / Dionisio Sánchez

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Por Dionisio Sánchez Rodríguez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net 

   Vivimos tiempos revueltos en los que -no sabemos por qué extraño sortilegio- todos los problemas de los españoles parecen reducirse  a los abundantes casos de  corrupción  que lidera nuestra aparentemente cutre clase política.
   En una sociedad desarmada y desarticulada a la que con precisión de cirujano nos han llevado los cerebros grises de  nuestra reciente clase política” todavía hay personas de cierto nivel que los citan con un genérico bondadoso cual si esa “clase” tan solo significara  que sus componentes  mantienen una dedicación circunstancial a la “res pública”. Es decir, que son como nosotros, los ciudadanos de a pie,  pero que les ha tocado “organizarnos un poquito” ¡Quiá!

   El jurista palermitano y profesor que fuera de derecho constitucional, Gaetano Mosca, alumbró el concepto de “clase política” como clase dirigente en el primer tercio del siglo XX. Y desde su engendro, los ciudadanos deberíamos haber estado atentos al nacimiento de esta especie cuyo desarrollo tanto nos debilita. Mosca hizo una afirmación que algunos creyeron muy atrevida al afirmar que “la monarquía y la democracia son regímenes aparentes, y que el único régimen político real es el de la minoría que gobierna a la mayoría”.  Y a esa minoría la llamó “clase política”.

  El jurisconsulto italiano continuó apretando las tuercas del asunto y llegó a la conclusión de que “(…) en todas las sociedades, comenzando por aquellas más mediocremente desarrolladas y que han llegado apenas a los principios de la civilización, hasta las más cultas y las más fuertes, existen dos clases de personas: los gobernantes y los gobernados”. No sé  si ustedes se van dando cuenta de que eso de que en democracia todos somos iguales se va convirtiendo en una filfa porque ya podemos deducir  que -a grandes rasgos- están ellos “(…) los menos numerosos, pero que  llevan a cabo todas las funciones políticas, monopolizan el poder y gozan de las ventajas que a él están unidas” y estamos nosotros, los demás, que somos los   más numerosos pero que estamos  dirigidos y regulados por ellos “en modo más o menos legal, o más o menos arbitrario y violento, y nos proveen, por lo menos aparentemente, de  los medios materiales de subsistencia y aquellos que a la vitalidad del organismo político son necesarios». ¡Jodo petaca, compañeros, amigos y camaradas! ¡Pobre de mí que suelo almorzar algún que otro huevo fritos  con estos pájaros de cuenta!

    Dicho todo lo anterior, hemos de colegir en primera instancia que el problema de la corrupción política, no es un problema de nuestra sociedad…..es un problema de “su clase”. Así que ya podemos, solo de momento,  empezar a sentirnos gratificados y elevar nuestra autoestima obrera y ciudadana como miembros del club –mejor que clase- de los gobernados que solo podemos, por narices, ser honrados ya que,  si no, nos meten, de golpe, todo su aparato represor y defensor de las buenas prácticas que han de prevalecer entre los gobernados.

   Sesenta años más tarde que Gaetano nace en un pueblo del Estado de Tenessee, en EE.UU., James McGill Buchanan, que con el tiempo será economista, máximo representante de la  teoría de la elección pública (Public choice), que trata de ligar la economía con la política a través del Estado, entendido como la suma de voluntades individuales y Premio Nobel en 1986.

    Este señor habla, entre otras muchas cosas, de las “constituciones” como mecanismos de control de la clase política aunque hemos de reconocer -¡qué remedio!- que las constituciones las hacen ellos. A nosotros solo nos piden (en el mejor de los casos)  que las ratifiquemos, cosa que habitualmente hacemos porque sería difícil presentar alternativas a las brillantes propuestas de la “casta” dominante. Y también el americano apuntó una verdad de Perogrullo: “Las decisiones políticas, que son las realizadas por los estamentos del Estado encargados del manejo estatal,( la clase política), necesariamente generan costos a los particulares y a la sociedad en su conjunto. Asimismo, las decisiones políticas no le cuestan al Estado como tal, sino a todos los que se encuentran bajo el dominio de dicho Estado”.

     Amigos, ya se comienza a adivinar para que servimos los gobernados: para pagar y dar cobertura a las decisiones políticas.

    Ahora solo nos resta distinguir entre políticos y funcionarios aunque ya, en España , no hace falta. Solo se pueden dedicar a la política los funcionarios o los ricos. Los que estaban en el ínterin de nuestra democracia, salidos de diferentes colectivos organizados  aspirantes a “clase dirigente” y provenientes de diferentes categorías  sociales, ya han dado los pasos necesarios para profesionalizarse. Así pues, en nuestro país, ya podemos cuasi equiparar ambos trminos. Unos lo son por oposiciones (que organiza la “clase dirigente”) y otros lo son por Ley (que elabora la misma clase). Llegados a este punto, leamos un último apunte de McGill Buchanan: “(…) Cuando el funcionario es un político (en España ya es lo mismo) con un cargo importante, éste va a buscar crear las condiciones adecuadas para poder ser reelegido, así como procurar elevar la cuota de poder de la que goza. Como evidente consecuencia de ello, nosotros debemos deducir que el Estado tiende necesariamente a elevar el poder material del que goza. Resulta entonces una utopía considerar que el Estado, podrá controlarse a sí mismo de manera espontánea, aunque existan en su interior mecanismos de fiscalización entre los órganos que lo componen”.

    Dicho y escrito todo lo dicho y escrito, la conclusión es definitiva: la corrupción es inherente a la clase política porque se crea para ello, plusvalías aparte para los más (sociedad del bienestar) o a los menos (dictaduras de todo pelaje). De nada vale pues argumentar desde arriba para justificarse con cara de mejillón que “la corrupción es inherente al ser humano”. La corrupción del pobre es la supervivencia. La de la clase política es su  leiten Motiv .

   Otra cosa es la chapuza o el modo de aplicar la máxima ”dinero público para negocios privados” que se establece entre la “clase política”. Seres humanos al fin y al cabo, los procedimientos podrán ser más discretos o más burdos pero…..

   Corría el Enero de 1854 en España y en Madrid se sufría una desmesurada “pasión de riqueza, fiebre de lujo y comodidades” entre la clase política. No pasaba un día en que los periódicos de entonces no hablaran “(…) de los escandalosos agios 1, de los negocios y contratas con que el Gobierno premiaba a los que le ayudaban. Y ya venía de atrás este tole-tole; pero don Juan Bravo Murillo fue quien más abrió la mano en las concesiones de vías férreas, de explotación de minas, de obras para nuevos caminos  y para puertos y canales”. ¿Les suena?

   Finalizaré repitiendo la sentencia antes citada de James McGill para ablandar la cabeza de algún lector de cerebro pétreo: “Resulta entonces una utopía considerar que el Estado, podrá controlarse a sí mismo de manera espontánea, aunque existan en su interior mecanismos de fiscalización entre los órganos que lo componen”.

   Pues eso, que aquí  estamos como inocentes gobernados, creídos algunos todavía en la capacidad de transformación de los nuevos partidos y sin posibilidad ninguna de dar la batalla a nuestra  ambiciosa y “perpetua” clase dirigente ¡Qué putada, mi brigada! ¡A caballo! ¡Yihíiiii! ¡Salud!

1.- Beneficio que se obtiene en negocios financieros por diferencia entre el valor nominal y real, presente y futuro, en compra o en venta.

(P102009)

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