Cuando los oprimidos son opresores / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón

     Al palestino Sabir  al-Zain lo asesinaron en Gaza. Lo cuenta su hijo: “Fue brutalmente torturado, algo horrible. Le rompieron los dos brazos y lo quemaron en una estufa. Cuando identifiqué su cuerpo, estaba roto. Fui el único de la familia que soportó verlo”.

    Al-Zain no fue torturado por judíos israelíes, ni por cristianos americanos, sino por sus compatriotas de Hamás. Esta palabra significa “Fervor” y es, a la vez, el acrónimo en árabe de “Movimiento de Resistencia Islámico”. El muerto militaba en Al Fatah. El testimonio lo respalda , como otros más de parecida fecha y clase, Amnistía Internacional (A.I.)

Discrepantes pacíficos

    En 1961, A. I. nació de un artículo escrito por Peter Benenson, abogado londinense. Su triste queja apareció en “The Observer”, dominical fundado en 1791, y pedía a los lectores sensibilidad hacia los presos de conciencia, “encarcelados, torturados o ejecutados porque sus opiniones  o su religión no son aceptadas por sus gobiernos”.

    La iniciativa la suscitó la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar: dos estudiantes de Coimbra fueron encarcelados al saberse que habían brindado por la libertad. El artículo, sencillo e incisivo, fue muy reproducido –la difusión “viral” no ha nacido con internet- y atrajo el interés de muchos lectores. ¿No habría que calmar la sensación desazonadora de impotencia que producían noticias de esa clase mediante alguna acción colectiva que pudiera resultar eficaz? Sucedió algo aleccionador: esa propuesta, genérica y difusa, fue asumida por lectores de medio mundo, que escribieron a sus periódicos y empezaron a formar agrupaciones locales  para apadrinar a presos de conciencia. Meses después,  Benenson había convencido a colegas de diversa filiación política  -se ocupó de que hubiera conservadores, laboristas y liberales- para crear una organización estable en defensa de quienes eran perseguidos  por defender –de forma pacífica- ideas distintas de las del poder.

   El éxito de Amnistía fue grande. En Aragón, como en otras partes de España, en los años setenta el grupo de Zaragoza, coordinado con otros países diferentes, ya pudo hacerse cargo de amparar con éxito a algún prisionero de relevancia internacional.

   Militaba, con otros más, en la organización el abogado y poeta Emilio Gastón. Los coordinaba Pilar Molina, luego sucedida por Miguel Á. Bases. Se seguía una regla de oro (que omite, desdichadamente la actual dirección nacional): no tratar de los asuntos del propio país. Había, y hay, buenas razones para ello, pues así se gana en objetividad y discreción y se evitan discordias internas. Los abusos detectados se comunicaban a la central londinense y esta enviaba informadores ad hoc.

    Pronto fue A.I. objetivo apetecible para las infiltraciones y se enfrentó a acusaciones de obrar al dictado de la CIA, sospechosa inevitable en estos casos. En Zaragoza también sufrió tales infundios.

Zonas sombrías

    La atención mundial se dirige a los atroces desmanes de las organizaciones islamistas violentas, ya sean difusas o nebulosas, como Al Qaeda, o compactas y con base territorial, como el Estado Islámico del tétrico califa Al-Baghdadi, que se deja ver y oír sin disimulo, y a quien se vinculan espontáneamente presuntos “enviados” de Alá o de Mahoma, como el bárbaro nigeriano que se hace llamar Abubakr Shekau, líder de Boko Haran (“Lo occidental es pecado”, podría traducirse); o el directorio somalí de Al-Shabab (“Los jóvenes”), que, aunque más antiguo que él, imita cuanto puede al despiadado califato. Todos ellos tienen el encargo divino de empapar sus manos con la despreciable sangre de los disidentes y los infieles.

    Estas bandas fanáticas, dirigidas por clérigos y predicadores, han dejado fuera de foco a otras que no lo parecen tanto, pero que no son tan diferentes en sus métodos, como es la citada Hamás en Palestina. Amnistía, que ya denunció diversos abusos de Israel, pide ahora atención para una zona umbría de la atormentada Gaza, donde hay árabes encarcelados, torturados o ejecutados por Hamás, entidad islámica armada. Muchas de las víctimas son miembros de  Al Fatah, milicia política otrora acusada  de terrorista y que, por contraste, hoy parece angelical. Hamás oprime con dureza en nombre de los oprimidos.

    Es norma de A.I. acreditar la información, aunque ello retrase las acciones. En la lista figuran, además  del citado Sabir al-Zain, Abdas-Salam Yilo, A.H. (de la Autoridad Palestina: le rompieron las manos y le perforaron los pies), F.A., de 40 años, ex agente de información de esa Autoridad, o Mohamed F. Abu Dayyeh, de 35, ex funcionario del Gobierno. Apresados, torturados o ejecutados sin juicio ni defensa, aun simulada, es preciso que alguien los reivindique  como seres humanos. Precisamente porque son árabes –y, en general, musulmanes- perseguidos por otros musulmanes árabes, oprimidos que imitan y superan los detestable métodos del opresor a quien denuncian.

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