Las brujas de Macbeth y las elecciones / Manuel Medrano

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Por Manuel Medrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

    Tengo una traducción del Macbeth de William Shakespeare de los años 50 del pasado siglo cuyo comienzo me encanta. En el Acto Primero, Escena Primera, en un ambiente de truenos y relámpagos, entran tres brujas.

    Dice la Bruja 1ª: “¿Cuándo, de nuevo, nos vamos a ver con rayos y truenos y mucho llover?”. Responde la Bruja 2ª: “Cuando se acabe la zarabanda y pierdan y ganen una y otra banda”. Literal.

    Traducido al día de hoy: después del estrepitoso ruido electoral, el lío y el baile político… ¡hasta las elecciones nacionales, amigos!

   Pero siempre hay lecciones que se aprenden en estos acontecimientos. Una de ellas viene definida por la pregunta que se hace el elector, acerca de los motivos personales que tiene para votar una lista u otra, un programa (si tienen) u otro, es decir, la extensión cada vez mayor de un egoísmo electoral entre los votantes de a pie que yo considero saludable. Esta forma de evaluar a quién se va a votar me chocaba a mi hace muchos años cuando hablaba con amigos estadounidenses, pues ellos valoraban y valoran mucho su elección en función de lo que dicen en concreto los programas, que son la traslación directa de la ideología de una opción política, y también de la fiabilidad demostrada en poner en práctica lo que se propone como líneas de actuación en él.

    Frente a este egoísmo electoral justamente aplicado, aquí pasan cosas muy curiosas:

  • Por ejemplo, la frecuencia con la que, a la hora de los pactos, se habla de aparcar cuestiones ideológicas, los principios incluidos. Muy bien, pero a ver qué aparcas, porque si el programa es la plasmación en la gestión de tu ideología, lo mismo aparcas buena parte de los motivos por los que muchos te votaron.
  • La incoherencia: hoy digo esto, mañana lo contrario, pasado mitad y mitad, y mientras, claro, el día a día es lo que me pasa por el arco del triunfo al levantarme. Bueno, en esto hay un grave peligro: hace décadas me enseñaron que el electorado premia la coherencia, aun cuando vienen mal dadas, y castiga la incoherencia, que produce sensación de inseguridad cuando no hastío o cabreo.
  • Hay un principio general que se niegan a asumir opciones muy consolidadas: un partido no suele ganar las elecciones, las pierde el contrario o contrarios y, en consecuencia y proporción, tú obtienes mejores resultados electorales.
  • Otro principio general es el de no retorno: es imposible volver a estructuras del pasado en la organización política y que se sobreviva. ¿Se imaginan a los socialistas volviendo al sistema de células propio del comunismo clandestino? ¿O a los del PP retornando a la forma de funcionar de Alianza Popular? ¿No? Pues eso.
  • La permanencia de los fantoches en la política, a veces con altos cargos en los partidos políticos y las instituciones: trepas, parásitos, elitistas que no son élite en nada por esfuerzo propio, sectas de colocación en cargos digitales (a dedo), etc. Y los mentirosos: me estoy hartando nuevamente de leer que un candidato es “diplomado en Derecho” (cosa que no existe) o que tiene “estudios de Economía” (es decir, que debió cursar una asignatura de contabilidad doméstica en el colegio). Los currículos falsos proliferan desaforadamente, de nuevo.
  • Seguimos viendo el fomento del espíritu de “ser un elegido”, por el pueblo, la cúpula partidaria o lo que sea. Se oye que “somos los mejores”, los candidatos son “los mejores de nuestros militantes”, y los demás (militantes de base incluidos) son seres inferiores o meros currelas descerebrados, solamente adiestrados para nuestro servicio. Bueno, y todo esto, ¡porque lo digo yo!
  • También hay casos de soberbia inconmensurable, que es un escudo que algunos/as se colocan a causa de su inferioridad intelectual y/o moral.
  • Con lo anterior suele ir imbricado el culto a la personalidad, encarnada en ídolos con pies de barro. Sólo así se explica que medios de comunicación serios jaleen la imposición de liderazgos desde las altas cúpulas partidarias aplastando procesos electorales internos perfectamente democráticos y en curso a nivel local o autonómico. O que les guste tanto que se articulen “sucesiones ordenadas”, como si los partidos se rigiesen por el absolutismo monárquico de permanencia dinástica que decide el futuro de todos “por la Gracia de Dios”. ¡Viva el cacicazgo! ¡Que le den a la democracia, siquiera sea de apariencia!

    No, no acabaré sin decir cuál es mi receta, para curar, no para paliar los síntomas: la democracia radical, directa, pegada al suelo (sea éste asfalto o tierra de labor). O se va por ahí, o algunos se van a encontrar muy solos, se quedarán aislados con la secta que han montado, pero sin su lucrativo negocio de explotación de militantes de base y ciudadanos electores.

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