Capacidad intelectual y cierre de filas / Manuel Medrano

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Por Manuel Medrano
    Hace escasos días he comenzado a oír en los medios de comunicación lo que mis allegados llevan años escuchándome: que hay fallos tremendos de gobierno, lacras políticas y sociales, barbaridades con miles de perjudicados, y otras calamidades insólitas, que se deben en buena parte, no ya a la falta total de escrúpulos, sino… a la falta de capacidad intelectual.
    Una sociedad presa del marketing corre esos riesgos. El arte de posar, de parecer siempre sereno, fuerte y reflexivo, esconde fácilmente al idiota, al incapaz, al que no tiene formación ni cualidades e, incluso, al que le es imposible alcanzar todo esto y superar sus taras.

    Sí, conciudadanos, así pienso: entre quienes gobiernan y entre quienes aspiran a gobernar hay (y habrá) gentes con escasa capacidad intelectual, que fían todo a la imagen, al artificio de la fama (ésta se fabrica y se compra, por cierto) y al poder de algunos amigos que hacen de corifeos. Así, puede pasar la vacuidad por fortaleza, la soberbia por timidez, el sectarismo por coherencia, la mafia por continuidad.

    No sé cuál es la solución. A lo mejor se puede hacer algo al respecto. Es posible que aplicando la memoria al control de esta plaga. Por ejemplo: hay personas que cometen ciertos actos deleznables y se toma la medida de que, continuamente, sus vecinos y quienes traten con ellos sean informados de este tenebroso pasado.

    Así pues: ¿por qué no se hace lo mismo con quien ha tomado decisiones con resultados calamitosos para la ciudadanía? ¿O con quien fue exaltado por aprovechados hasta los cielos del poder, provocando después duelos y quebrantos, incluyendo en la memorización pública y periódica a estos aprovechados?

    Se me acusará de querer hacer vigente la proscripción. Yo respondo: no, es sólo un tratamiento preventivo de una enfermedad social. Una profilaxis necesaria, un mecanismo que defiende el buen funcionamiento de la cosa pública.

    En cuanto al cierre de filas que figura en el título, es práctica conocida por casi toda la ciudadanía: consiste en que los dirigentes de un grupo social se sindican o conchaban para estar siempre en puestos muy bien remunerados. Lo importante no es la función del partido, sindicato o lo que sea. Lo importante es estar siempre colocados, tú y los tuyos. Gane o pierda tu organización, en las buenas y en las malas. Tú ahí y al pueblo que le den. Pero que nos pague.

    Esto convierte a las organizaciones en empresas privadas que, con dinero público de varias fuentes, se dotan de una horda de siervos excelentemente remunerados, algunos de ellos con nula productividad, y otros con ninguna capacidad para nada que no sea estar en ese jugo alimenticio emanado de la ubre de nuestros impuestos.

    Otro día, a no tardar, hablaré de la involución de algunas formaciones políticas. O de cómo de organismos democráticos pasaron a emular a sus antepasados tardofranquistas, yendo hacia atrás, hacia la intolerancia y el autoritarismo.

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