Profeta retrospectivo / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás

     Hay profesionales obligados a pronosticar, lo que requiere un buen conocimiento  de los saberes oportunos. Los médicos prevén la probable evolución del paciente a partir de un diagnóstico, de una prescripción terapéutica, de las circunstancias personales del enfermo, de las características del medio natural y social en que vive y de otros factores menos aparentes. Los meteorólogos deben adelantar cómo será el tiempo, que tantos confunden con el clima –constante a escala anual- y aun con la climatología, que es una ciencia. Ni uno ni otra se predicen por la meteorología de uso diario, pues no dependen de  alteraciones ocasionales de la atmósfera. La meteorología cambia pero lo hace como la física, la sociología o la hidráulica, por vías que tienen que ver sobretodo con la inteligencia y los presupuestos. Decir que la climatología será mala  para aludir al mal tiempo es tan necio como decir que la ginecología, o el derecho civil, serán malos porque se prevean partos distócicos, o pleitos por herencias.

Predecir por oficio

      Así, al profesional se le pueden pedir previsiones solventes, y no profecías y vaticinios  de oráculo. Está bien que sepamos cómo le irá a la cadera del rey si cumple con las prescripciones de los galenos y es correcto requerir a los informadores meteorológicos  que anticipen el tiempo con un poco de antelación. Así y todo, el pronosticador prudente hará predicciones por intervalos si la materia lo demanda. Esto es, dirá que el déficit público dentro de equis meses será de tal o cual porcentaje  del PIB, con una posibilidad normal de oscilación entre tanto y cuanto, por arriba y por abajo. Por eso asombra a las gentes informadas que personajes con alguna relevancia ignoren estas condiciones de la predicción entendible, sobre todo si el plazo es relativamente grande. Nadie atenderá a un predictor que enuncie hoy cuáles serán las temperaturas, la humedad relativa, la sensación térmica, el viento dominante, su fuerza, la precipitación y su cuantía a las 9 de la mañana dentro de un año. Lo atendible para dentro de un año es anunciar con exactitud, por ejemplo, la hora de la puesta de sol o el punto en que estará la fase lunar.

Predicciones azarosas

     Algunas predicciones que no tratan del mundo físico resultan de superior dificultad. Por ejemplo, lo que vaya a hacer de aquí a nada Pérez Rubalcaba con sus ácidos problemas en el PSOE y aledaños; o que respuestas desencadenarán en Rajoy las selectas desbandadas de diversa monta que se le han producido en vísperas de las elecciones europeas, no se sabe si con las bendiciones de su antiguo principal. Y no es que los analistas no conozcan bien a los dos líderes, sino que el asunto requiere predecir por intervalos tan amplios que no son útiles.

    En  cambio, hay vaticinios más seguros, bien por el personaje de que se trate , bien por otros motivos. Así, que el alcalde Belloch no renunciará a seguir siéndolo, que el papa Francisco no recuperará el calzado rojo para diario, que Emilio Botín aplaudirá al Gobierno (al que sea), que los fugados de la política se refugiaran en las empresas energéticas o en Telefónica o que Agapito Iglesias no encontrará comprador para el Real Zaragoza.

Predicciones hacia atrás

     También existen los vaticinios a posteriori. Con esto se hacen chistes sobre los analistas económicos. Las profecías retrospectivas abundan en la literatura sagrada, Biblia incluida. Profetizan lo ya sucedido y logran que acabe pasando por anticipación. Mi última profecía retrospectiva la he hecho tras conocer el premio que el PNV le ha propinado al obispo Uriarte. Si un obispo acepta en público un premio de un partido político, le lloverán improperios y con motivo. Por eso no lo aceptará. Pero si el partido y el obispo son nacionalistas, la cosa cambia. Uno lo habría predicho, de haber imaginado algo parecido. La Fundación Sabino Arana –que era un integrista católico, racista pertinaz, separatista para lograr “la perfección grata a Dios” y defensor de la sumisión de la ley civil a los obispos- merece que un obispo afín le acepte un premio. Pudo predecirse que lo aceptaría.

     Al igual que pude predecirse, a premio pasado, la conversación: “¿Acepta nuestro premio ´Sabino Arana´? Ya sabe que la fundación es distinta del partido, ¿eh? [sutil matiz], eh don Juan María” [Uriarte]. “¡Oh, claro, cuánto me honra, de mil amores, Jainkoak bedeinka zaitzala , eskerrik asko, don Juan María” [Atutxa].

   El día 26, en Bilbao, no era posible dirimir quién sonreía más beatíficamente en la entrega, si el presidente del PNV, el de la Fundación Arana –que es distinto, ya, ya- o el obispo. Es un caso en el  que para acertar no hubiera hecho falta predecir con intervalo. La ecuación, de primer grado y con una incógnita, solo tiene una solución, entera y positiva: los señores del PNV irán al mismo cielo que el obispo Uriarte. Qué suerte.

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