Odiología política / José Luís Bermejo Latre

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Por José Luis Bermejo Latre.
Profesor de Derecho Administrativo, Universidad de Zaragoza

     Hoy por hoy, el espectro político –siempre según los cánones occidentales- puede seguir dividiéndose en dos espacios opuestos, tradicionalmente denominados derecha e izquierda, desde que los diputados de la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa, el 11 de septiembre de 1789, se posicionaron físicamente a cada lado respectivo del presidente en la votación sobre el derecho regio de veto a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa (los favorables al veto a la derecha, los contrarios a la izquierda).

    Esta diferenciación ideológica, que nominalmente se origina a un debate puntual mantenido en el ocaso del Antiguo Régimen pero que seguramente se remonta a la dialéctica política más primitiva, ha ido tomando diversas manifestaciones con el andar del tiempo. También se ha podido difuminar en muchas ocasiones, complicarse con las crecientes subdivisiones y especializaciones internas e incluso han surgido disidencias del debate mismo, cuando los valores y causas en cuestión se han alejado de los habitualmente manejados en el diálogo político. Por ejemplo, se está advirtiendo un reciente reforzamiento de la ideología “de causas” frente a la tradicional “de ideas” (la cual, en el fondo y en definitiva, ha terminado siendo “de partidos”).

     No obstante, y a pesar de esta evolución, resulta técnicamente fácil y mediáticamente cómodo identificar de manera dualista y tajante las posiciones ideológicas de monárquicos y demócratas, socialistas y liberales, progresistas y conservadores… izquierda y derecha, al fin y al cabo. Sin perjuicio de la existencia de círculos concéntricos en torno a los dos polos ideológicos, círculos que en muchas ocasiones son tangentes y aun se solapan; y a pesar de la existencia minoritaria y puntual de polos excéntricos, la diferenciación ideológica bipolar es un hecho. Como también lo es la posibilidad de adscribir ideológicamente a la población mayoritaria a alguno de los dos polos.

     Dos son las causas de esta dualidad tan acusada: la primera es la natural tendencia humana a la generalización y la simplificación de la realidad, tendencia que se manifiesta tanto en la propia aglutinación ideológica de la sociedad como en la interpretación que los politólogos hacen de los movimientos sociales. La segunda es la naturaleza dicotómica del ser humano, enraizada en un atavismo tribal aún no olvidado, y patente en casi todas las manifestaciones y fenómenos antrópicos. El enfrentamiento, la oposición, la simetría son querencias típicas de base biológica pero trascendencia espiritual y social. La división ideológica parece tener más sustancia por ser división que por ideológica. De ahí el calambur “odiología”, ya que lo que interesa a muchos (fundamentalmente a los profesionales de la política de partidos) es posicionarse en contra de los rivales, en la inmensísima mayoría de las cuestiones y decisiones, buscando la afirmación propia y la negación del contrincante.

     Al menos en el escenario política, donde se representa la farsa de la ideología, la “odiología” explica el devenir de los personajes y define –a veces torpemente- la trama. En la tramoya, rige una cordialidad de clase, unas veces impostada, las más real y siempre sospechosa, que no desmiente la génesis cainita (Génesis 4) ni el desempeño sectario de un ser afanoso en sus fobias tanto o más que en sus filias.

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