Las «habitantes» del andamio


Por Cristina Marín Chaves.
Geóloga/petróloga especialista en restauración

    Llevo más de veinte años subida en el andamio. En todo este tiempo he ido percibiendo un cambio -quizás excesivamente lento- en la actitud de los hombres, señores absolutos de la estructura metálica, hacia las mujeres en la obra.

    Mis comienzos no fueron nada halagüeños en aquellos noventa iniciales, en los que, a pesar de tantos intentos, muchos españolitos de a pie, aún no habían salido de la caverna. Y les costaba entender qué hacía esa gachí –sí, sí, gachí- diciéndoles lo que tenían que hacer, si el papel de la mujer era estar en casa y, si acaso, recibir los requiebros más o menos groseros del pecho lobo con el pañuelo anudado en la cabeza. Aún recuerdo aquella mañana en una vieja iglesia oscense en la que, tras varios intentos frustrados de que el albañil de turno nos hiciera acaso a dos veinteañeras que le estábamos indicando cómo tenía que aplicar unas soluciones, llegó Antonio, el jefe de obra, un armario ropero pelirrojo, que además era el que pagaba, y le dijo: “Manuel, haz exactamente lo que te digan estas dos señoritas”. Y como lo había dicho Antonio, Manuel obedeció.

    Poco tiempo después me presenté a una entrevista de trabajo para una empresa de productos químicos para la construcción. Yo pensaba que era la persona idónea, ya que esa era mi especialidad. Los dos motivos por los que fui rechazada fueron que era licenciada y, sobre todo, mujer, Y las mujeres no teníamos nada que hacer en el mundo de la construcción. Así me lo dijeron… Hace dos años acudí a una feria de la piedra en calidad de técnica prescriptora. Reconozco que cuando me acerqué al stand de esa casa, y el comercial me intentó vender sus productos le dije que lo sentía mucho, pero que su empresa me había rechazado por ser mujer y no iba a ser yo la que recomendara una firma tan marcadamente machista. O por lo menos que a mí me constara fehacientemente.

     Porque esa es otra. Vas a una feria del sector de la construcción y las mujeres están consideradas como auténticos floreros de carne hueso, bien como azafatas soportando las baboserías horteras de cierto tipo de visitantes sedientos de todo tipo de mercancía, bien en fotos con posturas inverosímilmente provocativas intentando insinuarse ligeras de ropa poniendo morritos al cazo de una excavadora…

     Han pasado más de veinte años desde aquellos primeros pasos y en el camino he visto de todo. Pero lo más sorprendente es el machismo que me he encontrado en ocasiones entre los propios titulados superiores de la construcción. Ha habido situaciones tan delirantes como tener casi que chivar las soluciones en las visitas de obra a un reputado profesor colaborador solo porque venía del mundo universitario, era de Madrid y, sobre todo, era hombre.

    Sin embargo, cada vez son más las mujeres, aparejadoras, jefes de obra, así como arquitectas e ingenieras o técnicas de prevención de riesgos laborales. También las hay albañiles, electricistas, gruístas, etc., aunque la mayoría de las mujeres en la obra estamos en puestos técnicos y Dirección Facultativa. Y eso que no teníamos futuro en el mundo de la construcción…Desde 1991 el número de arquitectas, aparejadoras, ingenieras, geólogas, químicas y otras licenciadas en carreras relacionadas con la construcción no ha parado de crecer (mención aparte son las restauradoras, que dominan ese sector) y la evolución de la presencia de la mujer dentro del sector de la construcción en España es positiva pero muy lenta. Sin embargo, sigue habiendo una más o menos soterrada minusvaloración hacia nosotras, que lo mismo nos acusan de tener una mala leche increíble que de no tener ni idea, por no hablar de cómo relacionan nuestro comportamiento con nuestro ciclo biológico o nuestra mayor o menor satisfacción sexual. De todo he oído.

     También me he encontrado con compañeros de trabajo excelentes, tanto entre los técnicos como entre los albañiles y canteros, una gente absolutamente especial de los que he aprendido mucho. Y he podido pasar muy buenos ratos, tanto en el andamio como en torno a una mesa de restaurante de menú del día comiendo alubias con guindillas mano a mano con los trabajadores. Lejos quedan esos momentos iniciales en que no me hacían caso, y ahora me dedico a asesorar a la Dirección Facultativa, o directamente formo parte de ella, mi firma está en la mayoría de los planes directores que se han redactado en Aragón, doy instrucciones y en muchos monumentos no se ha movido una piedra sin mi visto bueno.

     Han pasado más de veinte años, pero aún queda mucho camino por hacer. Y así este verano escuchaba a una compañera de trabajo quejarse de cómo la ninguneaban los albañiles a su cargo y no le hacían ni caso. Solo porque era mujer y joven.

    También en este campo, es necesario ganar esa igualdad en empleo, respeto y salario según nuestra capacitación. No podemos esperar otros veinte años a que cambien las cosas. El andamio está evolucionando, ya no son esos viejos andamios amarillos con tablas, ahora tienen que seguir la normativa europea de seguridad. Esperemos que esa evolución prosiga también entre sus “habitantes” y desaparezcan, de una vez por todas, esos ramalazos machistas para trabajar todas y todos como profesionales que somos.

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