Paris: “Acid Mothers Temple”, bucles psicodélicos nipones en París

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Por Marina Hernando Rabaza

     Animada por el relato del buen recuerdo del espectáculo que Acid Mothers Temple proporcionó en Huesca en el año 2011 en su actuación para el festival Periferias, -concierto al que en su día no pude acudir-, me acerco hasta La Maroquinerie en la rue Boyer del distrito 20 parisino, para no volver a perder la ocasión de disfrutar del directo de esta banda de rock japonés.

 

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Marina Hernando Rabaza
Corresponsal del Pollo Urbano en París

   El guitarrista de la banda, Kawabata Makoto impulsó la formación del grupo en el año 95, aunque de esta idea primigenia han derivado y derivan diversos y abundantes proyectos en los que han colaborado con ellos diferentes personalidades puntualmente o durante largas temporadas, o han sido los propios miembros quienes se va intercalando en función de la nueva perspectiva musical ya que dicha formación inicial no es estática. Así, deberíamos hablar más bien de una banda cuya identidad es construida por la prolífica producción en sí misma y no por “los músicos”, concepto que ya comenzaron a trabajar en su día los Residents. Las diferentes fabricaciones que han desarrollado como Acid Mothers Temple and the Meltin Paraiso UFO, Kawabata Makoto and the Mothers of Invasion, Acid Mother Temple mode HHH, Acid Mother Gong y un largo etc., parecen desarrollarse dentro del marco experimental que proyectos que abarcan desde Stockhasen, el Kraut de Can, John Zorn o los Boredoms entre otros, han ido proporcionando a lo largo de las últimas décadas de la historia de la música. Por medio de sintetizadores, voces y cantos difónicos, sintetizadores y pedales de guitarra, bajo y batería, aunque en ocasiones también con sitares eléctricos, violines, hurdi gurdi, etc. desarrollan conciertos como el que pudimos disfrutar en la sala parisina.

   El “20ème” parisino es un barrio conocido por su movimiento: conciertos, mercados y “vide greniers”, teatros, talleres, “bistros” y pequeños restaurantes frecuentados por los habitantes del distrito, “bouquineries”, comercios de todo tipo, etc. Esta pequeña sala de conciertos se encuentra a mano derecha, al final de la larga y repechada calle de Menilmontant, en la que es recomendable hacer una parada a la altura del bar “La Liberte” y si hay tiempo, también aventurarse por sus calles adyacentes iluminadas en naranja.

    Nos adentramos en La Maroquinerie, situada en las entrañas de lo que podría ser cualquier casa parisina, y descubrimos complacidos que cuenta en su patio interior con un agradable bar-restaurante. Con un precio de entrada asequible para el concierto (10 euros anticipada 12 en taquilla), nos decidimos por probar suerte con el pastis del idílico rincón antes de que el espectáculo de comienzo. Así complacidos, entramos en el espacio de conciertos propiamente dicho. Se trata de un habitáculo con una distribución aprovechada, con diferentes alturas, que parece poder abarcar unas 400 personas, todas ellas en disposición de poder disfrutar de lo que allí suceda. El concierto da comienzo, y los temas se enlazan sin pausa mediante las reminiscencias que va dejando cada tema anterior, recuperadas gracias al sintetizador y el theremín electrónico. Ningún sonido es desaprovechado, cada eco, cada resto de onda audible se incorpora a una nueva oleada, a una nueva náusea sintética, entrando otra vez en el juego de identidades, pero ya no sólo de los componentes orgánicos del grupo, sino además, de los propios temas que componen el concierto, no pudiendo identificar donde empieza uno y termina otro, qué es una unidad y qué no lo es, como si de la intención de una propagación infinita se tratase. Así, las reverberaciones de los instrumentos más clásicos (las guitarras, el bajo, las voces), son mutadas por la intervención de los aparatos electrónicos que uno de los componentes maneja a su antojo, entrando en un juego de mutuas intromisiones para nuestro disfrute y que nuevamente juega a poner en entredicho la importancia del autor orgánico, que aunque se encuentre ante nuestros ojos resulta anónimo a nivel sonoro, pues es imposible identificar al productor de cada parte desmembrada y que, además, carece de importancia. En suma, psicodelia de pastiche para objetivos más profundos y trascendentales. Ya el propio Makoto afirmaba que la música no es para él un medio de auto-expresión, sino una manera de robar los sonidos que acontecen a su alrededor.

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