Italia: Nightmare nostrum

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Por José Joaquín Beeme

Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

   Van dejando un reguero de tristeza desierto arriba, mar abajo, por los campos donde les hacinan, prisioneros. Los refugiados golpean el bajo vientre de Europa con su tozudez de muertos vivientes, y el goteo de lutos es ya borbotón, sangrona.

 
    Espeluzna el relato del carabinero que, arrancando a estos desgraciados de entre los tablones del pecio, se da de bruces con uno que, enormes los ojos de pez amargo, se gira y le inquiere una salvación imposible. Y luego la hilera de féretros, los moldes de personita en flor. Y las aberrantes multas, con repatriación aparejada, a los que después de todo salvaron piel y huesos. Lampedusa es sinónimo de oprobio, y ahora que es primera página la marina en gala se hace la foto —hasta ayer detenía a pescadores que, obedeciendo a las leyes del mar, osaban embarcar náufragos—, pero la Italia buena que yo conozco les acoge, les conforta, les integra. Fleta contenedores con abarrotes de todo lo que nos sobra, y es tantísimo, para que abran tiendas allá en su aldea pobre; ayuda a los familiares a transferir el dinero del pasaje infernal; les facilita la apertura de talleres, cooperativas, combos, coros; les incluye en los comités de las fiestas populares, o les premia, como a uno más, en los palios o en las sagras. Nunca sabremos las penalidades que nos ahorran con voluntad de olvido: economías arrasadas por rapiñas propias y ajenas, travesías de ganado desde Subsáhara o el cuerno de Somalia, chantajes y humillaciones en cárceles libias a manos de cualquier taifa, cuerpos que pagan su puesto en cubierta o sentina, estiba en centros de clasificación / expulsión. Esto que escribo podría añadirse a la ristra de lamentos y en nada mueve la raíz del asunto, la que más me encocora: las políticas asistenciales son y serán inútiles mientras sigamos oponiendo cuchillas para separarnos, escondernos de la insultante pobreza.

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