Poemas a Miguel: 43 voces ante el  espejo de Sumido 25


Por Édgar Valdemar Rojo

      Una rica pluralidad de voces rinde homenaje a Miguel Labordeta, el gran poeta con hondo raigambre surrealista y con pasadizos secretos, casi laberínticos que conectan su alma con las estrellas, su vacío con el cosmos.

     Interesante es esta iniciativa de la Asociación  Aragonesa de Escritores en el año en que se cumple el centenario del nacimiento del poeta. Encontramos en esta antología poemas que dialogan con la voz cósmica de Miguel, con su silencio de raíz en el árbol del infinito. Algunos textos funcionan a modo de carta, ahí es donde sus autores trazan el diálogo con él en el único lenguaje posible, con la voz de las estrellas, con el silencio y sus raíces en el desierto del destierro de la utopía. Otros dialogan desde dentro, son poesía que habla con la voz del poeta, otros parecen ser la fusión del yo lírico creado que prolonga la que en su día nació del alma, dolorida, social, existencial y cósmica del autor aragonés.

    Entre quienes entran en esta correspondencia epistolar metafórica encontramos a Alejandro Bona Ester que alude al sótano, al vacío de su morada interior (se filtra la resonancia clásica de Santa Teresa y las moradas místicas), siendo esta una estancia cerrada, sin posibilidad de oxigenar el alma con el exterior, claustrofóbica en su sentir del vacío del yo ante el silencio del cosmos:

Soy yo, atónito huésped

de tu morada sin puertas,

donde tus voces,

salvadas del hueco silencio

por las almas de los árboles,

se desmenuzan en trigo, agua y vida

entre las manos

dibujando un camino de venas compartidas. (Escuín, Villagrasa, 2021: 14).

 

   El libro se compone de inéditos y de poemas ya publicados anteriormente, como es el caso de Ángel Petisme, que apareció en una editorial de prestigiosa raigambre como Huerga y Fierro. Entre sus versos se alude a la voz de Miguel en Zaragoza, similar a la de Pessoa en Lisboa, Kafka en Praga o Kavafis en Alejandría, como el eco en el silencio que grita la angustia, el vacío del yo ante el silencio del cosmos:

 

Miguel Labordeta, uno de los poetas que volaron

mi adolescencia con cargas de profundidad,

dejó este mundo en el 69 con 48 tacos.

Como Pessoa de Lisboa, Kafka de Praga

o Kavafis de Alejandría,

él apenas salió de Sydnik, ciudad dorada;

de la dulce rutina de sus clases al café Nike;

y sin embargo su conocimiento del dolor, del vacío

supera a cualquier neurocirujano. (Escuín, Villagrasa, 2021: 30).

 

    Idoia Arbillaga en “Dime Miguel quién eres tú” revisita el poema homónimo desde la parodia, siguiendo lo que afirmó Linda Hutcheon de entender lo paródico desde una repetición con diferencia, no implicando la revisión burlesca, sino siendo una forma modificadora, nueva, que mantenga cierta referencia u homenaje intertextual respecto al modelo originario. Así la poeta citada sigue el diálogo de Miguel Labordeta consigo mismo, pero lo revisa desde otra perspectiva, la suya, que es la de una voz lírica que interpela desde su otredad a esa voz labordetiana a la que homenajea. El tú lírico creado se auto-interroga, al igual que el sujeto poemático labordetiano se auto-indagaba, se preguntaba a sí mismo. Es entonces otra voz que se con-funde en el reflejo poético con la suya, al mirarse en este espejo interno de las ideas que se muestran con la palabra poética:

¿Y quién eres ahora? Dime, tú:

¿La Unidad te atraviesa con fractales de vida?

¿Cambiaste el brillo fatuo de trompetas-jazmines

por un cendal de agua que desnude tu alma?

¿No ves el resplandor? ¿No has entendido nada?

¿Por qué sigues parada y no exploras vidente

los jardines secretos?

¿Acaso te extravía la luz de otro espejismo? (Escuín, Villagrasa, 2021: 45).

     Antón Castro reconstruye de forma original en la voz del sujeto lírico la corriente de consciencia de un sujeto, que es una de las mujeres que amó el poeta, una de esas novias con las que salía y no consumó su amor. Reconstruye, desde su introspección, el abandono de ella, que, como leemos en su monólogo introspectivo, se centró en su vida, en sus nietos, lo olvidó. Sin embargo, su amor imposible siempre estuvo allí, el tranvía que volvió a la ciudad era también el de su alma, traía de regreso el sueño de Berlingtonia, el deseo cósmico del poeta hacia el amor ideal, inalcanzable, del que ella fue estrella con piel de sueño. La caricia de la nada fue la de la negación que le arañó el alma con el vacío, para despertar en la realidad de su dolor: el de un hombre perdido en su soledad, incapaz de entrar en el fuego estelar de sus deseos. Sin embargo, ella recupera su aurea, se reencuentra con él, en un sueño-realidad que recuerda “El rayo de luna”, siendo aquí la soñadora, la mujer descreída que rechazó al poeta por sus delirios de infinito, por su hambre de sueños. El poema-epístola de Castro es “elevado” gracias al original punto de vista de la voz que nos convoca, el del alma de una mujer que tal vez lo amara y se quedó en la frontera de lo posible, en el otro lado de lo real que es que da lugar a la poesía:

      Y más de una vez, al ir o al volver, cuando el poniente se cuaja de oro por las laderas del Moncayo, he creído verte: un hombre grandioso, espectral o sombrío, no lo sé bien, desciende y se pierde por las calles. Una tarde bajé y te seguí. Cuando entrabas en el palacio de los Gabarda, te llamé, dos, tres o cuatro veces. Pensaba que ibas a girarte, Entraste al portal, que se abrió a tu llegada. Desde el umbral te dije: “Miguel, mi amor, soy yo. Recibo tus cartas que llegan desde el más allá. Desde que te has ido aún escribes más bonito. Desapareciste transformado en aire o misterio.  (Escuín, Villagrasa, 2021: 52)

   Un “panegírico” es el siguiente texto que dialoga con la voz del poeta, evocando como la historia ha derrotado su destino, pero la aventura vital mereció la pena. La poética y creativa voz de Gregorio Muelas habla el lenguaje del cosmos del poeta, la fuerza de sus abismos, la dicción de la belleza rebelde, el único lenguaje en el que puede llegar al poeta un mensaje al otro lado del tiempo:

No volveremos más

pero esto tú ya lo sabes amigo

no podemos luchar contra el destino.

En las noches azules casi negras

del más irreparable infortunio

cuando miremos hacia atrás

y lo vivido cobre un oscuro sentido

sabremos tal vez el secreto

de la flor machacada por las botas

de la historia que apenas recordamos. (Escuín, Villagrasa, 2021: 53-56)

    “Dime Miguel quién eres tú” de José Antonio Santano reactualiza el diálogo del poeta, el monólogo consigo mismo, es la voz de otro sujeto lírico la que convoca al poeta ido. Este es nombrado desde la lluvia, las raíces, la belleza de los pájaros que acarician el misterio de los abismos, el poeta vuelve en la esencia de la vida, en la luz, en lo infinito que anida en lo más olvidado, el canto de la belleza que debe ser mirada, desaparecer en ella, ser ella:

¿Quién eres, dime, acaso luz de otoño

en la nevada cima del Moncayo,

cósmica visión del mundo, violenta

plenitud en carne y alma, quién tú?,

anárquico y preciso en melodías

de surcos y de arado, alto ciprés

que crece en camposantos solitarios

y al cielo, libre, remontas el vuelo,

silencioso, consumado y abstraído,

resucitando en luz una vez más,

si acaso viento que te lleva preso

a la cima enramada de los pájaros,

al abismo secreto de la tarde (Escuín, Villagrasa, 2021: 58-61).

 

     “Agonía del existente” de Nacho Escuín nos hace meditar sobre dónde van las ideas del poeta, los golpes de belleza con los que transforma su dolor en lenguaje, se plantea a quién llega esta voz que busca traspasar los límites de nuestra soledad habitual en la que no entendemos la mirada silenciosa del otro

    Al menos parpadea para que yo sepa que cuando lanzo una palabra al viento alguien trata de recogerla y no se pierde en el infinito cielo de poemas que nos habitan. Al menos dime que no estoy tan solo como para recitar versos para mí, al menos dime que hay un lugar en el que todo lo que decimos cuando estamos solos se recoge. (Escuín, Villagrasa, 2021: 117).

     Jesús Soria Caro realiza una fusión paródica de una voz que parece ser una prolongación lírica casi intertextual del sujeto poético que encontrábamos en el poema “En lo alto del faro”:

 

En lo alto del faro

desde las colinas de la Mansión Azul

viendo ir y venir a los deseos náufragos

y navegantes de la luz

en los mares del tiempo.

 

En lo alto del faro

contemplando desde el universo del texto

el abismo de aquellos que se sienten gota

en el mar de los versos.

 

En lo alto del faro

imaginando lo profundo de su viaje,

sabiendo que el silencio es el destino

que ha de ser recorrido, callando,

sabiendo que al borrar el instante

queda la ortografía de lo eterno… (Escuín, Villagrasa, 2021: 32).

 

    Villagrasa en su creación lírica habla del lenguaje que traspasa la órbita de sí mismo, que llega al universo, al infinito donde no caben límites en la forma y el fondo es la esencia primigenia, aquello que el poeta trata de abrazar, la gota que quiere abarcar todo el mar, el instante que quiere llegar a la eternidad, la palabra que quiere ser el nombre de todo lo innombrable:

 

Toda tu poesía ya rozaba el universo […]

Tus versos impregnan todo el espacio tiempo […]

Respiración fatigosa que se acerca. Oscuridad y

más oscuridad

estremecida en eco de suspiros. Todo se da cita

en el espacio que es.

¿Será capaz el lenguaje de cruzar esa nueva

frontera soñando un día?

La materia oscura de la poesía en llamas. El

desierto, clepsidra anegada. (Escuín, Villagrasa, 2021: 115).

     Arturo Ansón rememora las autoindagaciones del poeta, este se apelaba a sí mismo desde fuera de manera violenta. Esa voz autocrítica es recuperada en la voz poética, sin embargo, hay una caricia de hierro poético que funde el dolor ante la incomprensión con la soledad injusta del poeta y su agresividad ante un destino robado:

invicto

buscas refugio entre mis piernas

acude a llenar la ausencia

                   vindicar una guerra sin rivales

defender una bandera un entusiasmo

una creencia

                                cándido

                                feo

                                viejo liróforo

empeñado en azuzar un credo patoso una

   vesania

de poetastro inspirado sin remedio

la fungosa existencia de enunciados que

  desdicen

el silencio  (Escuín, Villagrasa, 2021: 112).

 

     Se encuentra entre este coro de voces poéticas el pensamiento labordetiano, la música de lo inefable, el canto que sea son de una realidad que ha quedado por debajo de sí misma, es el sonido deforme que evoca el ideal perdido, el trasunto en verso del grito de Munch, pero allí, en el silencio, queda en las capas más profundas del ruido del significado la verdad, el sonido del alma, su melodía de belleza perdida que tal vez se pueda recuperar.

BIBLIOGRAFÍA

Poemas a Miguel: (2021) Varios autores (selección de Nacho Escuín y Enrique Villagrasa, Libros del frío, Zaragoza.

Artículos relacionados :