Asión y el crepúsculo de la contracultura en Aragón


Por Carlos Calvo 

  La verdad permanece oculta por miedo a quien prefiere que no sea revelada. Lo novedoso es el miedo a la verdad misma. Y que la mera búsqueda se considere arriesgada.

     Es la deriva y la connivencia de una clase político-cultural trémula, beata, adocenada y ñoña. Sin la indignación, la experiencia es incompleta. Sin búsquedas ni alternativas no hay fuga posible. La cultura, hoy, vive intimidada por la jauría y abundan los cofrades que sacan sus monsergas en procesión sobre sus hombros porque consideran que la fricción de los argumentos es peligrosa, no vaya a saltar la chispa que provoque el incendio. A esa chispa se le llamaba antes inteligencia.

  En estos tiempos, maldita sea, la clandestinidad está bajo sospecha. Existe mucha actividad pública, sí, pero apenas hay disidencia. Lo políticamente correcto es lo que se lleva. El compadreo con el poder. La sumisión como factor desvergonzado. Escondemos, ay, nuestras vergüenzas. ¡Ah, los que tienen razón y tienen mando en plaza! ¡Ah, los que tienen leucocitos bien armados, muy blancos y muy redondos, listos para el ataque! Y los que siempre pisan tierra firme. Y los que hablan muy alto con sentencias y refranes. ¿Dónde quedan los valores de la contracultura, forma fina de referirse al ‘underground’?

  A ese mundo frondoso se acerca la investigadora y doctora en historia del arte Ana Asión (La Puebla de Híjar, 1989) en ‘La cultura audiovisual en Aragón durante la transición’ (Rolde, 2020). Allá por los finales de la década de 1960 y principios de los setenta, el ‘underground’ español (cine, cómic, rock, literatura) se implantó, en términos sociales, musicales y editoriales, en Barcelona. Allí prosperaron ‘Star’, ‘Ajoblanco’ y la galaxia de dibujantes que desembocaría en ‘El Víbora’. Bestias de muy diverso pelaje. En los años ochenta, como es sabido, el péndulo subterráneo osciló hacia el Madrid de la nueva ola, luego movida -moverse para buscar droga-, donde brotaron abundantes fanzines y varias revistas vistosas (‘La Luna de Madrid’, ‘Madrid Me Mata’, ‘Dezine’), en los que el nivel gráfico, muchas veces, resultaba superior al puramente periodístico. Recuerden: la inmensa mayoría de las carreras artísticas estaban marcadas por el fracaso, y quienes las ejecutaban no lo sabían. Eran los ‘cultos’ regados con lejía.

  “Los años setenta del siglo XX”, explica la propia Asión, “estuvieron marcados en España por el cambio. Esperanzas y oportunidades que convivieron en aquellos instantes con el sentimiento de huida hacia adelante, de romper con el pasado y construir algo nuevo; una metamorfosis política, pero también social. La cultura, testigo y altavoz de los deseos de apertura que desde la década de los sesenta germinaron por todo el país, no esperó a 1975 y el final del régimen franquista para comenzar a plantearse un futuro distinto. Su transición se produjo en las postrimerías de un sistema político obsoleto, incómodo ante la imparable llegada de la modernidad y el desarrollismo”.

  Y añade, en relación con esa tarea ocurrida en Aragón, de información o creativa, escrita o audiovisual: “En el caso aragonés resulta paradigmática la riqueza y variedad de propuestas que surgieron al amparo de todos estos cambios. El grito libertario que se oía en las calles fue escuchado e interpretado por cantautores y pintores, parte de la prensa y, por supuesto, el audiovisual. Fue el momento de reivindicar a cineastas locales, visibilizar la creación amateur y asentar alternativas de ocio como la televisión. Pero sobre todo los años setenta sirvieron para cimentar las bases de un cine aragonés que, hoy día, continúa siendo todo un referente a nivel nacional”.

  Para los que no salían y se quedaban en casa, la programación de televisión marcaba sus expectativas de la jornada. Era el ocio de millones de personas realizado por unos profesionales que se la apañaban en un estudio minúsculo para ir ofreciendo los distintos programas y series de producción propia, cambiando decorados mientras se ofrecía un serial extranjero o un reportaje del nodo. Pero la vida se hacía en la calle, entre manifestaciones y contestaciones políticas, entre descampados, bares y gramos de perica. Acaso la vida no tiene sentido y se lo damos a posteriori, cuando la narramos.

  Los setenta fueron años de sueños, aquí y en otros lugares. Parecía que salía el sol y eso hizo que nos mutilaran los órganos para la lucha. Cada generación ha tenido sus dificultades. A ninguna le ha sonreído todo en la vida. Son las circunstancias, y nadie tiene la culpa. Hay que saber enfrentarse a las cosas. La vida es qué problemas tenemos y cómo los resolvemos. Los problemas son el único argumento de la vida. Fuimos educados para ser felices y eso termina por generar frustración y una cierta invalidez, porque no nos educaron para la adversidad. Así que cuando llega no sabes qué hacer con ella. Nos educaron, en fin, en el nudo ético de san Agustín, Rousseau y Thomas Mann.

  Sí, narrar algo es darle un sentido. Ana Asión lo sabe. La vida no lo tiene, se lo damos a posteriori. Es la narración lo que se lo proporciona. En la época de la que habla la autora de ‘La cultura audiovisual en Aragón durante la transición’, no sabíamos cuándo íbamos a volver ni de qué manera. Ahora somos más felices con menos. Acaso debemos decrecer. Acaso no. Lo que sí tengo claro es que de nuestros ascendientes recibimos los genes. De la época, costumbres y forma de vida. Del tiempo vivido, la experiencia. De los amores, la felicidad. Pero no hay felicidad plena sin libertad. Y no hay libertad sin responsabilidad. Acaso por eso, Ana Asión, en la segunda parte del libro, se acerca a los nuevos años hasta llegar a la ‘Zaragoza vil’ de Antonio Tausiet, curiosamente el prologuista de este libro de búsquedas y alternativas. Lo que se dice un giro circular.

  Escribe Tausiet que el estudio de Ana Asión “excede su propio título, adentrándose en detalles de los movimientos contraculturales, la respuesta política y muchos otros, construyendo todo un tratado acerca del cambio de época, trasladable a todo el territorio nacional, en lo que fue más una transición cultural que un profundo cambio de régimen, puesto que las bases de poder y económicas continuaron siendo prácticamente las mismas”. Un volumen, pues, de reflexión, proyección e investigación, que pone en valor a los principales grupos, agentes y personalidades de ese periodo. Y luego está, naturalmente, “el temperamento y la creación artística de un territorio”, que “van ligados a su paisaje y su clima”. Ya saben: polvo, niebla, viento y sol.

  Al fin y al cabo, este libro es un paseo histórico, un viaje en el tiempo que refleja la búsqueda de artistas transversales que implicaron a todo el tejido creativo que producía por y para los márgenes sin instalarse completamente en el circuito. Y por sus páginas aparecen medios de comunicación (‘Aragón Exprés’, ‘Andalán’), artes plásticas (los grupos Forma, Trama, Azuda-40, Algarada, Equipo LT), compañías teatrales (El Grifo, La Mosca, El Silbo Vulnerado, Tántalo), firmas invitadas (Dionisio Sánchez, Agustín Sánchez Vidal, Eugenio Monesma, Alejo Lorén, José Luis Cano, Eloy Fernández Clemente), cantautores (José Antonio Labordeta, Joaquín Carbonell, La Bullonera), revistas de humor gráfico (‘El pollo urbano’, por el amor de dios) o, por supuesto, el universo cinematográfico aragonés (Manuel Rotellar, Alberto Sánchez Millán, Antonio Maenza, Julio Alvar, Antonio Artero, José Luis Borau, Carlos Saura).

  Hay un tiempo en la memoria de Ana Asión, acaso solo estudiada –por edad-, que inserta algo del pasado en el presente. Y no está claro si busca mostrar un tiempo que se percibe en el interior, en el espíritu del hombre, o si, por el contrario, analiza un tiempo que se puede medir y comprobar fuera del hombre y al margen del mismo. Sea como fuere, el resultado es un libro sobre una ‘época dorada’ de la cultura y de un tiempo ya mitificado hasta la sospecha.

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