A palabras luz: La poética visual de lo no mirado.


Por Jesús Soria Caro.

   A palabras luz es una obra firmada entre Javier Sanz Becerril y Gonzalo Montón que supone una mirada a la realidad que queda en las afueras de la comodidad, un retrato de lo que a veces no queremos mirar, pero que también contiene la belleza…

…de otras vidas alejadas de esa generalización en la que todos creemos habitar, siendo, sin embargo, todos nosotros parte de esa otredad, portadores inconscientes de nuestro esperpento no auto-percibido, de nuestra pequeña deformidad que nos hace hermosos. A palabras luz es un título sinestésico que recoge muy bien la intención de esta obra conjunta: ser palabra que ilumine lo que dejamos en la sombra, lo que oscurecemos al no quererlo abarcar con nuestra mirada normativa. El payaso, personaje metonimia de todo los outsiders que aquí se retratan, es el objeto de la risa, el que es mirado como si no existiera, un objeto de la calle que sólo entretiene, inerte, sin vida.

   En “Estatuas vivientes” nos encontramos con ese yo que se reconoce en su diversidad, ha sido muchos personajes que no son nadie, que son un abandono de su verdadero yo, ha sido borrado en esas ficciones en las que la gente al pasar no ve nada, se autodefine como “Un nómada sin sentido como mis personajes”. Su consciencia de cosificación, de abandono de la conciencia le lleva a reconocer que es “un autómata que se automata”, interesante paranomasia que define perfectamente su “egocidio”. Es uno mimetizado con la oscuridad, un alma negra manchada de blanco, el objeto de las bolas de trapo, de quien cree tener poder virtual al agredir a otro en este juego de ficción que imita la realidad más oscura y reprimida de lo más perverso. La calle es su escenario, la oscuridad de quien cree ser mejor que quien humilla al hombre sin-yo, al persona(je) payaso:

  Soy muchas estatuas y cada estatua viviente cuenta una historia con un pasado en una pensión, en una fonda sin fondo, en los bajos fondos. Arrastrando todos los bártulos de mi miseria, juego a ser una naturaleza muerta que revive con el tintineo de las monedas. Consigo lo que necesito en un chino […]  No me muevo, juego a estar muerto. Me quedo en el aire leyendo el periódico, apoyado en un solo brazo y no es magia. Odio a los niños “tocapelotas” que intentan descubrir mis trucos. […]. Soy un nómada sin sentido como mis personajes. Vuelvo al anochecer con el mismo carro y el mismo perro. Pienso, pienso el día entero porque tengo tiempo: soy un autómata que se automata. (Sanz Becerril, 2019: 9)

   Hermoso retrato de un pasado que se perdió es el que retrata la introspección de una “naturaleza muerta”, cuando la estatua viviente, que es como muchas que vemos en nuestras calles, regresa con su recuerdo a la infancia, al recuerdo materno originario, amniótico casi. Es el único lugar en el que había protección frente al mundo, en el mar del útero se alcanza la paz de no saber, de ser sin tener consciencia, de sentir sin pensar:

    Los recuerdos son un foco, un chorro, una fuente de luz que ilumina los pasos de mi vida y con ellos practica una coreografía. Ahora veo lo que he sido. Hago el muerto en la piscina. Soy otra naturaleza muerta de un artista desconocido y veo el mundo a través de los ojos de buey. Floto en pompa en la burbuja de mi madre y me siento feliz. Escucho sus latidos, su olor a pan tierno, su voz dulce y recuerdo mis primeros días. La vida es un inmenso ojo de buey a través del cual también yo soy observado. Mi cubo con agua jabonosa es otro ojo de buey de un tono más cálido y burbujeante. Los años me han ido haciendo pequeño, achicado, empequeñecido, arrugado. Quedo en nada. El agua clorada del cubo desportillado semeja aquel líquido amniótico y vuelvo al vientre de la vida que me devora. Apenas hablo, vivo como extranjero de mí mismo, en un país extraño donde a nadie echo de menos. Veo el techo azul, verde almendra, ese verde que tanto amaba Picasso y que ahora me recuerda las olas del mar. (Sanz Becerril, 2019: 21).

   La temática del payaso se retoma en “Autos de impacto. Un negro que se amojama”, es el otro yo un sujeto poético que también asume su derrota, la que es parte de su espectáculo. El objeto de la risa se hace representación de su verdad, desde el  nihilismo del vacío del yo es la metonimia que carece de la parte para ser el todo de su nada, el contenido de la ausencia que carece de continente, la verdad del vacío que no posee la forma que la pueda contener, la identidad de la nada que carece de “ser” en el que albergarse, ya que su yo, su verdad moral ha sido borrada por su personaje, la involución de su persona en alguien irreal, que es ya lo único que puede ser:

    Alberto Fratellini, ilustre payaso, un ejemplo -por ejemplo- de la ruptura convertida en espectáculo… El sweet humbug de un leproso en tu cama, perro sin collar que te abraza, abrigo colgado del vacío en la caravana del circo… Un artista es un amante sin objeto, el amor fracturado en el mostrador de admisiones. Todo por nada, gratuito e indecente como un cálculo renal (Becerril, 2019: 59).

    Las fotos de Gonzalo Montón Muñoz son, como los poemas, un retrato del circo social en el que todos somos personajes, actores de una “naturaleza muerta” que se cree viva, de un “payaso” social que representa una ficción que esconde en su introspección lo que nadie ve, que sufre la soledad de la incomunicación. Aunque aparentemente todos nos vean, gracias a un orden global superpoblado donde en nuestra oculta diversidad somos exóticos y a la vez, dentro del grupo social o cultural, nos vestimos con nuestro disfraz que nos integra socioculturalmente en un rol: raperos, alternativos, hombres de negocio, mujeres elegantes, hombres a la última moda. El fotógrafo se centra en aquellos que son la parte más extraña del escenario, los que por su valor de negación no entran dentro del gran guión en el que estamos dentro y creemos que otros quedan fuera. Son casi invisibles, no forman parte de nuestra realidad-representación. Las personas elegidas lanzan su mirada al infinito, parecen sentir el peso de la mirada ajena, de su negación, forman parte de lo que, desde la libertad, el dolor, la lucha, la marginación, ha quedado fuera de lo normativo. Esa mirada cuenta el silencio, es el dibujo del recuerdo, del paisaje del ayer o del amanecer del futuro cuando una nueva luz ordene lo imposible con nuevos vientos de justicia. Parecen no pertenecer al mundo que no los mira, sino ser en su mirada el mundo que debería no mirar fuera sino verse dentro.

 

    En esta fotografía el micrófono roza la persiana que es el muro (metáfora de los límites de un mundo real dominado por el poder, el control, lo normativo), destaca lo queda fuera de la zona central de la sección aurea, allí queda el micrófono que es metonimia del que no tiene voz, es el peso visual que nos lleva al silencio de los que no pertenecen al discurso de la mayoría. Se traza en una diagonal inversa que nos invita a mirar el mundo desde la perspectiva inversa a la que lo hacemos.

     En la siguiente imagen nos encontramos con un oxímoron, es el de la sonrisa de la cara pintada del payaso que también está pintada de lágrimas, que al ser rojas podrían ser de sangre, una herida hiperbólica para que veamos lo que no queremos ver en estos personajes. Son más personas que los que no ven nada en su espectáculo; que es tan solo el espejo de todos, actores de una subjetividad, personajes de su persona, “actuantes”  y también extras de la irrealidad en lo real.

     En esta imagen nos encontramos ante una diagonal que nos lleva a colocar la basura por encima de una persona que mira fuera de encuadre, que se sabe fuera del rodaje de la vida, de la trama de la Historia…

    Interesante el juego ficción realidad: son más reales estas personas que los que creemos ser más verdad que ellos, los que los observamos como estatuas vivientes, payasos o personajes fuera del centro de lo real. Destaca a este respecto en la siguiente creación visual la técnica del Myse en Abyme, en esta los personajes de ficción entran en la realidad al igual que sucedía en La Rosa púrpura del Cairo o en Niebla, nos miran, pero su destino es la salida, no entran dentro de los planes de lo real, son seres ficticios que podrían ser los personajes de nuestro yo real, son más reales que nosotros, se marchan, regresan a la ficción donde hay más realidad que nuestro mundo virtual que se cree real y no ve las otras realidades que quedan lejos del centro normativo.


           En el escenario de la vida es sueño lo real, cada persona es su personaje, pero creemos ser espectadores de lo que queda fuera, lo que pertenece al escenario de la otredad, allí se hace espectáculo la verdad más expresionista, más deforme, pero que nos convoca, como el movimiento estético alemán anteriormente citado, a ver en lo deforme lo que no queremos ver, a devolver a la mirada lo que debe ser exagerado, hiperbolizado, para que así podamos ver algo. Estamos enfermos de mirada, de su centralizada normalidad, “necesitamos ver las formas de otra realidad” (Soria, 2008: 17), las de aquellos que quedan en el margen, que nos parecen personajes, objetos vivos, pero que viven más allá de nuestra visión.  Nosotros somos los verdaderos personajes, atrapados en un Myse en Abyme nos creemos en la verdad y su realidad. Pero verdaderamente los que somos mirados somos nosotros, desde fuera, por otra cámara, otro ojo, el del centro global, el de su escena unificadora. Cada uno representamos un personaje en el teatro de la globalización, mientras tanto miramos y no sabemos, como postulaba Orwell en 1984, que somos controlados por el gran ojo de la tecnología y su poder de control unificador de la Verdad.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Montón Muñoz, Gonzalo, Sanz Becerril, Javier (2019): A palabras luz, Stiediciones, Zaragoza.

Soria, Caro (2008): The end, Aqua, Zaragoza.

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