il novecientos cuarenta

159liberatap

Por Liberata

Es una calle del Madrid diezmado

en el que tantos negros abanicos

agitados, más grandes y más chicos,

alivian un estío despiadado.

 

De las que, siendo estrecha y no muy larga,

entre sí el vecindario se conoce.

Por la que a punto de sonar las doce

aceleran los carros ya sin carga,

una moza se asoma a la ventana

justo al paso de un joven carretero,

se cruzan sus miradas y, ligero,

él se aleja tal vez hasta mañana;

en la que se condensan los vapores

de sabrosos potajes sugerentes

 y se agitan algunos mondadientes

entre papilas faltas de sabores…

 

La atraviesa un tullido. Y el encuentro

se produce a la puerta del colmado

de un hombre corpulento y atildado

con la muchacha que lloraba dentro.

 

Un niño quejumbroso, y el pañuelo

que luce la que ignora su protesta

-portando con esfuerzo una gran cesta-

representan la síntesis del duelo.

La mujer interrumpe el recorrido

un instante, privada del resuello

por el dogal pendiente de su cuello

en que el propio vivir se ha convertido.

Con sumisa actitud, les acompaña

un lebrel de marcados costillares,

nostálgico de rústicos lugares,

de un amo cazador y de otra España.

 

La mencionada calle es  adyacente

a una cuyo trazado del tranvía

acaba conduciendo a la Gran Vía,

donde todo parece diferente.

Donde los toldos cubren las terrazas

de cafés que conservan su solera;

la vida sigue, de cualquier manera,

en un Madrid preñado de amenazas.

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