Nacho Escuín: Huir verano / El azul y lo lejano

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Por Jesús Soria Caro.

     Nacho Escuín en los poemarios Huir verano y El azul y lo lejano no solo comparte algunos poemas que aparecen en ambos libros sino que también el yo poético asume una misma mirada desde lo “azul”. Nos podríamos preguntar qué quiere representar el azul.

     Los poetas modernistas asumieron del parnasianismo y del simbolismo la idea de que la palabra tenía color y servía para pintar realidades interiores. Cuando José Martí hablaba de “días azules” evocaba la nostalgia de la infancia perdida. Rubén Darío tituló Azul su primer libro, refiriéndose a los países azules como un lugar utópico donde se alcanzarían las ilusiones y los ideales. Para Antonio Machado en los últimos versos que fueron encontrados junto a su cuerpo sin vida, huyendo de España de la barbarie política, el azul era el círculo que cerraba su vida, ya que en ese momento final le acercaba dicho color a un recuerdo, a una etapa, a la verdadera patria perdida que es la infancia, así los últimos versos antes de su muerte le conectaban con el pasado de su niñez: “En esos días azules y ese sol de la infancia”. Para otros poetas el azul ha representado muchas cosas.

   En la obra de Nacho Escuín ya está presente el valor simbólico del “azul” y de otros colores en su poemario Coleur, así los libros aquí estudiados suponen una continuidad de una obra que va más allá de un libro concreto, que se traspasa a futuros libros, que retoma una línea poética anterior y nos ofrece una nueva mirada. Coleur era un poemario en el que Escuín asumía muchos elementos de la tradición simbolista al dotar al color de un valor emocional, capaz de evocar con una serie de imágenes irracionales estados introspectivos que la palabra en su uso lógico deforma, unifica, hace retrato de algo que no puede ser compartido ya que pertenece a la voz biográfica y al sentir de cada subjetividad. El poema inicial se refiere a “azul” como un absoluto de su sentir, el del orden de algo universal que nos despierta a la belleza, a la intensidad de la vida, por eso afirmará: “Primero fue azul/todo azul en contra de lo que se cree/la inmensidad, el océano, el cielo/los ojos de Eva/que hicieron a Adán perderse” (Escuín, 2007: 10). Pero ese “azul” es también la derrota, la fuerza oscura de aquello que amamos, que nos despierta  hacia otra verdad y nos conecta con la totalidad, pero que nos destruye desde dentro de una pasión de la que es imposible escapar, incluso cuando ya nada queda de ella porque todo ha terminado; es el regreso al pasado de lo que no pudo y debió ser. “Azul» es también en Huir verano y en El azul y lo lejano esta mencionada nostalgia ante ese pasado ideal que no se cumplió, ya que lo real deshizo la fuerza de la ilusión. En la composición VIII de Huir verano, que funciona a modo de poética, el sujeto poemático se autodefine como una mirada nacida de lo “azul”, de esa sensación de pérdida de aquello que fue posible en el sueño de la nostalgia de lo mejor de un pasado barrido por el presente de una realidad dolorosa:

 He venido hoy en busca de lo indecible

de aquello que se acuesta en el recodo más oculto

de un sendero que no existe,

las palabras que huyen de todos los lugares

y se arrojan en las manos de quien no saben decirlas

La vida para quien no la desea,                        

el sol en lugares sombríos;

poética de la angustia y la nada,

poética de los días azules barridos por el viento. (Escuín II, 2014: 23).

     En ambos poemarios se inicia un proceso de búsqueda del yo, de una fuerza que sea capaz de permitirle seguir caminando desde las ruinas, desde lo “azul” de ese pasado roto que en el presente tan solo es la ceniza de un fuego que jamás volverá a arder. Tras la aceptación de la imposibilidad del amor, el yo poético se describe metafóricamente como un bosque lleno de ramas que se cruzan e impiden ver el camino, para después anunciar de forma “azul” y machadiana: “Así es mi corazón, así se mueve él entre/ la maleza, sin encontrar el camino/guiado solo por el día azul de aquellos días lejanos” (Escuín I, 2014: 32).

       La memoria se retrata desde el símil de la pantalla de un ordenador (que puede asemejarse a un espejo en el que se mira el poeta cuando escribe), siendo congelada, detenida la emoción del sujeto en el momento “azul”, que es el de esa lucha entre el pasado idealizado y la realidad devastadora: “La cara digitalizada, el pantallazo azul en la memoria, las teclas que caminan por esta senda blanca que es nada, que va hacia la nada, que duerme en la nada y se convierte en nada” (Escuín II, 2014: 14).En ese viaje hay deseos de huida, de abandono, de negación, se ansía una fuga de la verdad, de la realidad y sus mediocridades, se huye del yo.

 He huido

lentamente, sin aspavientos

sin dejar que el polvo en el aire delatase

esta marcha quizá sin retorno.

 

Me marcho.

Ahí os lo dejo todo.

Quizá dejo más de lo que me encontré al llegar,

quizá menos.

 

Cada vez que elevo la vista

todo parece tener menos sentido. (Escuín II, 2014: 20).

     Existe la posibilidad de alcanzar el otro lado del dolor, la otra mirada desde fuera del miedo, dentro de la negación de la negación que es donde reside la afirmación del final, la de un instante desde el que después de la muerte de un deseo se puede sobrevivir a la angustia: “Me haré tan fuerte y duro como el titanio. Regresaré/al azul y lo lejano, creyendo que vuelvo a todo lo/ que no seas tú” (Escuín I, 2014: 26). Hay  una continua  fuga de la subjetividad, de la experiencia, de esa sensación de abandono y de negación de lo esperado y de la falta de verdad en lo real que está presente en todo el poemario: “Por entonces yo ya había comenzado a huir. Mi vida/ no era otra cosa que un atracador de poca monta/que corre asustado porque a lo lejos incendia el/cielo una sirena” (Escuín I, 2014: 37). Se efectúa una desaparición a través de la palabra, de la poesía, que es en muchas ocasiones el relato de lo que debería haber sucedido y no sucedió y en otros casos una revancha con lo real para poder ajuntar cuentas con la vida. Por eso: “Me voy despacio y tigre. Camino sin mirar atrás y delante/ solo se abre la maleza de aquello que no es poema. Me voy antes de que el texto me borre entre sus líneas”. (Escuín II, 2014: 27).

     Es un yo que en ese abandono de sí mismo ha encontrado la libertad: “Soy demasiado libre para elegir”, recuperando todo aquello del yo que perdemos en la identidad social, en ese papel de personas e individuos que deben cumplir una función social, familiar, relacional en lo sentimental, pero que son, en definitiva, también sujetos que pierden la verdadera libertad de no deber nada a nadie con su actuación, con su forma de vivir, el yo inicia un vuelo de libertad contra la realidad y sus negaciones:

Soy demasiado libre para vivir en un mundo que no lo es

demasiado, lo sé, pero cabalgo en las noches de la tierra

como el halcón que vuela a la mano de su amo,

demasiado, lo sé, pero alcanzo alturas que otros no sueñan,

pero viajo en la noche a lugares que invento y olvido,

el mundo acaso es una circunferencia que invita a girar

a bailar, a virar a gran velocidad en un circuito cerrado

y yo soy demasiado libre, demasiado, el mundo no lo es,

pero yo vivo demasiado al margen y por ello ya no soy

de este mundo. (Escuín II, 2014: 36).            

      La verdad ha sido fragmentada en dos mitades, el mundo ha modificado su naturaleza, y esta ya no puede existir completamente, el yo pasa a ser tan irreal como el mundo falso del que cree ser parte: “Se ha partido en dos mitades la vida irregularmente/como un espejo que se rompe y la línea de rotura/dibuja un camino infinito e impredecible/ en su dirección” (Escuín II, 2014: 12). De nuevo la imagen del camino que nos aleja de nuestra vida, del peso moral que esta supone, es un yo resquebrajado que en el espejo de su identidad externa ve su verdad interna destrozada. Esta visión fragmentada y quebrada de su yo la proyecta sobre el mundo exterior que también es un decorado en el que su personaje roto introspectivamente se encuentra ante las ruinas de lo social. todo lo que le rodea está dominado por la desconfianza: “saber es el resultado de una ausencia, como vivir lo es de los fragmentos heridos” (Escuín II, 2014: 55),  pero también está la realidad marcada por la falsedad, en el mundo posmoderno ya no se puede creer en nada: ni en los partidos políticos, ni en la democracia, ni en la autenticidad del propio yo que también pasa a ser un personaje en este teatro de falsas realidades: “Se abre el mundo en dos mitades/ …Un hombre camina por la calle y su vida se ve segmentada/ en dos en el momento menos pensado”  (Escuín II, 2014: 49).

      Nacho Escuín nos ofrece en ambos libros un viaje hacia sí mismo, hacia la verdad oculta del yo, esa en la que somos capaces de sobrevivir a todas las negaciones, en el que lo esencial es el camino, el viaje hacia otras zonas de libertad del ser, es necesario el alejamiento, el tránsito por las zonas más oscuras de uno mismo, pero lo importante en este itinerario es que es posible huir hacia la belleza, ese recorrido ya en sí mismo justifica la existencia: “Algo bello es algo necesario. Es lo que nos salva y/ más de una vez justifica un nuevo amanecer/un nuevo día, incluso un nuevo fracaso” (Escuín I, 2014: 35).

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

Escuín Borao, Ignacio (2007): Coleur, Zaragoza, Prensas Universitarias.

I (2014): El azul y lo lejano, Logroño, Ediciones del 4 de agosto.

II (2014): Huir verano, Sevilla, Ediciones La isla del Siltolá.

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