«Yanaiara», nueva revista de las artes (y las letras)

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Por Carlos Calvo

     Recordaba el escultor suizo Alberto Giacometti que Sócrates se puso a ensayar con su flauta mientras el verdugo le preparaba la cicuta. Un alumno le preguntó por qué hacía eso en sus últimos momentos y el filósofo le contestó: “Porque quiero morir sabiendo tocar la flauta”.

    La anécdota del sabio ateniense refleja el amor al conocimiento que va más allá de lo material imperante en la sociedad occidental. Este desprecio a la cultura, considerada como algo inútil, ha llevado al progresivo arrinconamiento de los saberes humanísticos. Para no huir de la abstracción de estos conocimientos nace en Zaragoza una nueva revista de las artes (y las letras), ‘Yanaiara’.

     La cultura, en efecto, nos ayuda a entendernos y a saber quiénes somos, de modo que hay más conocimiento en cualquier escultura de Giacometti que en un millar de manuales de economía, pues solo cuando se conoce la inutilidad puede empezar a hablarse de utilidad. Como el escultor más conocido del siglo veinte, esta nueva revista se plantea como un lugar que podemos recorrer, como un terreno de juego entre el arte, la vida y la muerte. De hecho, el pequeño taller del maestro fue un espacio físico y un espacio mental, el lugar en el que celebrar el arte y lo cotidiano. Y dentro del taller confluye su mirada hacia el exterior, unos lugares urbanos y naturales y personas que hacen de modelo.

         Uno de estos modelos, precisamente, fue un japonés conocido como Yanahiara, convertido en el símbolo de la ansiada perfección vital que el artista buscaba para sí mismo y para su trabajo parisino. Sin la consonante muda intercalada, la nueva revista de las artes y las letras toma del modelo nipón su nombre como título para hacer un guiño al mítico creador de la icónica ‘Mujer de pie’ o el no menos icónico ‘Hombre que camina’, como la contrafigura de erótica frontalidad de la fémina. Y, como la figura de Giacometti, toda revista que se precie requiere un cierto grado de conflicto. Sin conflicto, no hay literatura. Ni arte.

     Esto lo saben muy bien la escultora y cineasta Rosa Gimeno, la grabadora y fotógrafa Gloria García, y las pintoras Asun Valet y Julia Dorado, impulsoras todas ellas del proyecto ‘Yanaiara’ que acaba de dar a luz. Estamos, pues, ante el número uno de una revista, afirman en su editorial, que “nace de la voluntad de cuatro artistas visuales de disfrutar, indagar, mostrar y compartir conocimientos y reflexiones”, para “recoger aquellas voces interesantes y críticas que puedan aportar al menos penumbra en unos tiempos en que el arte como actividad social y humana se mantiene en unos mínimos peligrosos, como el resto del panorama cultural”.

     Una revista, en fin, que irá picoteando desde la segunda mitad del siglo veinte hasta nuestros días. Entonces había un grupo de gente joven luchando por aclarar las cosas desde una perspectiva política, social, cultural. Acaso el trabajo de un poeta no estaba en la poesía. Acaso su trabajo estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable. Acaso los que se dedicaban al oficio de las artes y las letras inventaban razones para que estas disciplinas fueran algo más de lo que se entienden por sí mismas, a la manera de una república utópica de acciones. Todo era en ellos, antaño como hogaño, un boceto de algo aún por venir y, a la vez, un gesto definitivo. La España de la segunda mitad del siglo veinte, pongamos por caso, era, también en el ámbito de la cultura, una tundra absurda en la que intentaban sobrevivir los informalistas del grupo El Paso, los postsurrealistas de Dau al Set, la tradición siderúrgica de la escultura vasca, con Oteiza y Chillida en primera fila.

     O el pop sulfuroso de Equipo Crónica. O Miró, a timón libre. O el cine de Bardem, de Berlanga, de Carlos Saura. O los delirios de Adolfo Arrieta. O el teatro de Buero Vallejo. O la poesía de Aleixandre, de Hierro, de Cirlot, de Francisco Pino, de Miguel Labordeta, el postismo de Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi. Y en medio, más arriba o más abajo, mejor o peor acabado, todas las extravagancias necesarias.

     A todo esto y mucho más aspira una revista como ‘Yanaiara’, la combinación de lenguajes, estilos, disciplinas, una conciencia de los caminos del arte por su introducción del documento, la autorreflexión y la crítica institucional desde el hecho intelectual. Sin estrategias, como los dedos del viento tiran de los cabellos e invitan a darle la vuelta a la vida. Solo con el poder de la cultura, de las artes y las letras. Ni más ni menos. Y, para refrendarlo, ahí están todos y cada uno de los colaboradores de ‘Yanaiara’, con sus gustos y placeres, sus filias y sus fobias.

     Un simbiótico texto de Eva Villar en torno a las relaciones ‘bellogrotescas’ sirve para adentrarnos en los universos de Antonio Chipriana, Paloma Marina, Charo de la Varga, Gonzalo Catalinas, Gustavo Giménez Laguardia o Miguel Ángel Gil. También los audiovisuales de Antonio Alvarado, Pedro Avellaned, Santi Gracia o Gabriel Pérez-Juana ofrecen el discurso al que aspira ‘Yanaiara’, al tiempo que se reivindica el mundo artístico de Irena Sinkovec y su rueda como símbolo de desarrollo y creatividad. O el mundo de Ryoji Ikeda y sus vibrantes diseños audiovisuales. O el mundo de Gema Rupérez y su compromiso más allá de la estética. O el mundo de Julia Puyo y sus cúmulos discursivos. O el mundo de Ángeles Marco y su profundo sentido antropológico. O el mundo de Bill Culbert y el uso de los objetos de consumo como lenguaje.

     O, en fin, la utilización del objetivo como testigo para interrogar la actualidad y el progreso en la obra de José Manuel Ballester. No hay nada más integrador que la cultura, la cultura sólida, porque alimenta a los individuos desde una visión colectiva de lo que se imagina puede ser un mundo ideal en que quepamos todos. No hay que cejar en la búsqueda de la complicidad activa de la ciudadanía para que lo cultural sea algo asequible y reclamado por todos como síntoma inequívoco de bienestar y de futuro.

     ¿Qué tiene más potencial artístico y ético, las imágenes o las palabras? ¿Cuál de los dos lenguajes comunica mejor? Este dilema abre un poso intelectual que despierta una inesperada motivación hacia la belleza descrita como algo capaz de sacar a las personas su mejor parte, como un ideal de regeneración humana y moral. Belleza y verdad van de la mano en esta aventura digital en la que el arte es para el hombre, no para los museos, y los artistas, por extensión, se dedican a la antropología y al pensamiento, más allá de la escritura, el dibujo, la pintura, la arquitectura, la fotografía, las pantallas y escenarios. ‘Yanaiara’, en efecto, es eso, multidisciplinar, intensa, indomable, y con ella comprendemos ese momento tan importante y decisivo para el arte como es el trabajo de las obras. Sin trascendencia somos bestias.

     En el arte, en todas las épocas, siempre ha habido dos grandes corrientes: el arte oficial, amparado por las instituciones del tipo que sean, y los artistas que trabajan al margen de la corriente oficial. En la corriente oficial que impera actualmente hay una gran tendencia, tal vez obsesiva, a utilizar las nuevas tecnologías. Pero no hay que olvidar que el arte en general tiene tres componentes: el emocional, el intelectual y el artesanal. Pese a que todo evoluciona, a este componente artesanal del conocimiento del oficio, de las técnicas y los procedimientos, parece que se le está dando la espalda, un desdén acaso mal entendido.

     Hay, dicen, dos maneras de ver el mundo: con pesimismo o con optimismo. No es verdad. Existen muchas formas de ver el mundo. Por ejemplo, con honestidad o sin ella. O con inteligencia o sin ella. Así es la vida, efímera y heterogénea. Así nace ‘Yanaiara’, libre y seminal, una suerte de cultura imbricada en el pensamiento. Ni se compra ni se vende la cultura verdadera. Acaso sea el momento de volver al concepto de frente cultural para afrontar el futuro. Ni un paso atrás y atención, mucha atención, a los virus oportunistas, que pueden implantar cepas destructivas en donde menos te lo esperas. Dos cuerpos en el oasis del desierto de soledades. Así sea ‘Yanaiara’, la nueva revista de las artes y las letras. De todos y para todos.

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