Por Carlos Calvo
Fotografías: Xavi Buil
Aunque Luis Buñuel tarda en verse, si lo contemplas con algo de paciencia se comprende muy pronto. Esto lo entiende a la perfección Ramón Masats (Caldes de Montbui, Barcelona, 1931) cuando se cuela con su cámara –clic, clic, clic- en pleno rodaje de ‘Viridiana’ (1961), la reincorporación del calandino a la industria española tras el exilio provocado por la insurrección franquista.
La suerte es para el que la trabaja, pero también para quien se halla en el lugar adecuado y en el momento justo. Es lo que le ocurre al joven fotógrafo. Sus instantáneas, positivadas por José Manuel Castro Prieto, se llenan a la vez de honor, de soledad, de revelación. Porque fotografía a Buñuel concentrado, absorto, ausente del resto de la gente, dentro de su trabajo. Masats, esto es, ejecuta el retrato de la soledad, aunque al autor de ‘Los olvidados’ le incomode la presencia de un tipo que le usurpa su intimidad, su estar, por mucho que los hermanos Antonio y Carlos Saura sean los inductores. Le mira bastante mal, con recelo, con desconfianza, como a un intruso, pero lo tolera y le deja hacer.
Y el que esto escribe tenía ganas de volver a transitar con mi fotógrafo favorito, Xavi Buil, compañero de fatigas con quien acudí este verano al museo provincial de Teruel que dirige Jaime Vicente. Allí, en efecto, se exponían las instantáneas de Masats dedicadas a la obra maestra del maestro turolense, treinta y cinco en total, acompañadas de mensajes y recuerdos de las personas que estuvieron junto al cineasta durante el rodaje. Y Buil las retoca en su técnica del movimiento intencionado de cámara en tiempo de exposición. Un nuevo asombro. Véanlas, desocupados lectores. Porque ha sabido fijar sus ojos en un escenario que requiere esmero y tacto, entendimiento y calma. Buil, con su buen ojo que todo lo ve, calibra la cámara y dispara sobre fotografías ajenas. Visto y no visto. Clic, clic, clic.
Unas instantáneas en sobrio blanco y negro de uno de los fotógrafos españoles más importantes, que comienza durante su estancia en el servicio militar, donde la consulta de la revista ‘Arte fotográfico’, unida a su naturaleza creativa, le lleva a querer conocer más la práctica de la fotografía. Publica, entre otras cosas, ‘Neutral córner’ junto a Ignacio Aldecoa y ‘Viejas historias de Castilla la Vieja’ con Miguel Delibes. También ‘Los Sanfermines’ es un libro de referencia en la historia de la fotografía española del siglo veinte, con texto de Rafael García Serrano: “Empecé a hacerlo siendo amateur y lo acabé siendo profesional”.
Con veintiséis años rompe con el negocio familiar de venta de bacalao en Barcelona y se traslada a Madrid para empezar a trabajar en publicaciones como ‘Ya’, ‘Arriba’, ‘Mundo hispánico’ o ‘Gaceta ilustrada’. Pero Masats, a mediados de los años sesenta, deja este medio y empieza a dirigir documentales y series para televisión (‘Prado vivo’, ‘El que enseña’, ‘Conozca usted España’, ‘Si las piedras hablaran’, ‘Los ríos’, ‘La víspera de nuestro tiempo’), con un único largometraje de ficción en su haber, ‘Topical Spanish’ (1970), uno de los títulos del ‘pop art’ más locos del cine español, en la órbita de ‘Un, dos, tres, al escondite inglés’, realizada por Iván Zulueta un año antes, mordaces críticas ambas a los tópicos y a la copia de estilos musicales foráneos.
Autodidacta y célebre por aquella foto del seminarista que trata de parar un chut con su sotana al viento en una gran estirada, Masats capta con su objetivo los gestos de un Buñuel en su madurez, sus movimientos y silencios, su recogimiento, siempre sencillo y austero. Y con su maletín a cuestas. ¿Llevaría una botellita de tinto entre sus cosas? Masats, un mito del oficio con bigote de arponero, recoge el clima del rodaje, que parece cómplice y fraternal, y sus imágenes hablan por sí mismas, con un Buñuel marcando con matices y gestos lo que quiere de sus intérpretes, profesionales o no. Un Buñuel que reflexiona, que planifica hasta el último detalle la puesta en escena, como un trabajador metódico y muy disciplinado. El lenguaje corporal que muestra en las imágenes destila el respeto con que trata a los técnicos y la capacidad que tiene de construir buen ambiente entre el equipo de trabajo. Y el fotógrafo plasma lo que ocurre delante de sus ojos, representa al calandino dirigiendo, sin otra intención que recogerlo en el acto de pensar, la manera de trabajar y su proceso creativo. Preciosa esa captura sentado en una silla plegable, ausente del resto de la gente. Concentrado. Absorto.
Masats pertenece a un grupo de inquietos fotógrafos llamados a renovar la fotografía en España y a superar la grisura y la censura en la que estaba atrapada desde la posguerra. Un grupo pionero y determinante, en el que se encuentran creadores de muy distintos orígenes e intereses como Julio Ubiña, Ricard Terré, Alberto Schommer, Leopoldo Pomès, Carlos Pérez Siquier, Francisco Ontañón, Xavier Miserachs, Oriol Maspons, Gonzalo Juanes, Francisco Gómez, Gabriel Cualladó o Joan Colom. Es la edad de oro de la fotografía española, que abarca los años cincuenta y sesenta del siglo veinte, con el gran referente de Henri Cartier-Bresson, el ideólogo del instante preciso. Una ventana al exterior en plena dictadura franquista. Y tienen el interés de lo social, lo humano, en una imagen del hombre que no es la que el régimen quiere exportar. Aunque más que grupo homogéneo habría que hablar de una suma de individualidades, de una comunidad de ideas, porque cada uno tiene su forma de ser y estar en el mundo, su identidad. Liberan la mirada y la rescatan del corsé del oficialismo con un enfoque desprejuiciado, vital, desacomplejado.
En los años ochenta, Masats vuelve a su labor de fotoperiodista, pero ya en color. En 2004 recibe el premio nacional de fotografía que concede el ministerio de cultura. El libro ‘Masats: Buñuel en Viridiana’ reúne las imágenes –vistas por primera vez- que el fotógrafo realiza durante el rodaje de ‘Viridiana’, y que sirven de marco para la excelente exposición del museo de Teruel, después de su paso por Zaragoza, Huesca y otras ciudades. Un libro perteneciente a la colección ‘Luis Buñuel, cine y vanguardia’ que dirige Jordi Xifra, de la universidad Pompeu Fabra, y en el que Antonio Ansón, Amparo Martínez y Agustín Sánchez Vidal dan cuenta de cómo el fotógrafo acompaña al director de cine documentando los momentos en los que el aragonés trabaja sobre el guion (redactado con Julio Alejandro de Castro), habla con los técnicos (José Fernández Aguayo, Concha Hidalgo, su hijo Juan Luis Buñuel), se prepara y da instrucciones a los actores (Francisco Rabal, Silvia Pinal, Lola Gaos), en exteriores e interiores.
El libro lo recoge muy bien: “La filmación de ‘Viridiana’ se inició en los estudios CEA de Madrid el cuatro de febrero de 1961. Varias semanas después, pasados los días más fríos del invierno, durante el mes de marzo, dio comienzo el trabajo en exteriores. Fue por entonces cuando Ramón Masats se infiltró en el rodaje junto a los hermanos Saura. Solo estuvo un par de días, pero iban a ser suficientes, porque decidió no fotografiar la película, sino centrarse en Buñuel en acción, dando instrucciones a los distintos miembros del equipo técnico, descansando o pensando en soledad”. Y agrega el volumen: “El rodaje de los exteriores de la película tuvo lugar en Villa Matilde, una finca a las afueras de Madrid emplazada en lo que hoy es el campo de golf de La Moraleja. Las imágenes de Masats recogen la filmación de la secuencia en la que los mendigos llegan acompañados de su benefactora a la casa en la que van a constituir una comunidad de pobres. Y también el momento en el que se encuentra por primera vez la protagonista con su primo, el hombre que va a trastocar su escala de valores”.
Uno no sabe si, en un principio, Ramón Masats tenía en la mente que ‘Viridiana’ iba a consagrarse como una de las películas imperecederas de la historia del cine, una obra eminentemente barroca que contiene algunos de los mejores momentos del cineasta, como la orgía de los mendigos, orquestada por el ‘Aleluya’ de Haendel, o la célebre caricatura de la ‘Santa cena’. Por no hablar de la navaja en forma de crucifijo. O las recurrentes cuerdas. O el perro. Algunos momentos los fotografía Masats y son imágenes que hablan por sí mismas, y que nos dan una lección de talento y sencillez, de cómo es posible construir una obra de arte con una buena historia –inspirada libremente en el Galdós de ‘Halma’- y el ojo de un genio.
Buñuel, al fin y al cabo, ofrece al espectador una penetrante parábola tanto política como social sobre un anciano impotente que reina en su vieja mansión –“desde hace veinte años las hierbas se han adueñado de todo”- y que intenta apoderarse también, por la fuerza, de su sobrina. Masats, consciente o no, fotografía la feroz descripción de las consecuencias que se derivan de las prácticas caritativas y de los buenos sentimientos de Viridiana, y el cínico triunfo final del amor erótico en la partida de tute –gracias, censura, gracias- de los tres personajes que quedan en el caserón.
Todo, en realidad, empieza con la joven novicia que visita a su tío anciano, un rico terrateniente. Este, excitado del parecido con su difunta esposa, intenta violarla y después se suicida. La novicia, como castigo a sí misma, abandona el convento y se consagra al amor del prójimo. Invita a un grupo de pordioseros y prostitutas a vivir en su finca heredada, y estos, en su ausencia, organizan una orgía. A su vuelta la agreden, soliviantados por el hijo bastardo de su tío. Su caridad, en fin, la conduce al desastre y a la perdición. Una película censurada por la dictadura franquista por sus constantes mensajes críticos hacia la falsa caridad y la religión católica. Una bomba de relojería.
He aquí la trama de ‘Viridiana’, que parece un auténtico folletín decimonónico, pero la maestría en la puesta en escena de Buñuel lo llena de detalles y símbolos surrealistas y de una crítica furibunda contra la sociedad, cuyo humor negro es un mero alegato en favor de una vida terrenal. Como las propias fotografías de Masats, ‘Viridiana’ es una de las más perfectas exposiciones de las locuras sin remisión de la naturaleza humana y de la irreprimible comedia de la vida. Y Xavi Buil, mi fotógrafo favorito, da a las instantáneas del catalán una vuelta de tuerca. Compruébenlo, desocupados lectores.