Exposición colectiva “Sinatra: la voz del siglo”, en el Espacio METAmorfosis

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Por Manuel Medrano

   Durante el mes de noviembre,se pudo visitar esta muestra organizada por el Ateneo Jaqués en el Espacio METAmorfosis (c/ Don Juan de Aragón nº 18, de Zaragoza).

    El Ateneo conmemora así el centenario de Frank Sinatra en una exposición que ha recorrido hasta la fecha Jaca, Hecho, Canfranc, Sant Carles de la Ràpita, Barcelona, Eibar, Santoña, Madrid y Villanúa.

     Durante el año 2015 y con motivo del centenario del nacimiento del cantante, diversas iniciativas culturales fueron alumbradas a lo largo y ancho del planeta para celebrar este acontecimiento de carácter internacional.

    Las exposiciones coparon las salas de Norteamérica, pero también se organizaron exposiciones dedicadas a Sinatra en Latinoamérica (Brasil, Argentina), Europa (Italia, Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania), Asia (Japón) y Oceanía (Australia). El Ateneo Jaqués, asociación cultural aragonesa, tomó la iniciativa en España al crear una exposición multidisciplinar y colectiva donde más de una veintena de artistas nacionales e internacionales pintaban, fotografiaban o ilustraban con sus obras a “la voz”.

  La exposición debutó en Jaca, durante el Festival de Jazz de aquel año, pero rápidamente se convirtió en una muestra itinerante, visitando Hecho, Canfranc, Sant Carles de la Ràpita, Barcelona, Éibar, Santoña y Madrid a lo largo de 2015, acompañando cada exposición con una sesión de Cine Club, recitales de poesía, audiovisuales o conferencias alrededor de la figura de Frank Sinatra. 

    Esta muestra sigue su curso durante el año 2016, durante el cual ha visitado de nuevo Jaca, ha permanecido en Villanúa y, ahora, se presenta en Zaragoza.

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Frank Sinatra, la voz del tiempo

Por Carlos Calvo 

  Entre toses y estornudos, por esas cosas de las bajas temperaturas, la voz de Frank Sinatra (1915-1998) volvió a escucharse en la sala Metamorfosis. Una exposición colectiva organizada por el ateneo jaqués, bajo la batuta del poeta Marcos Callau, sirvió para recordar la vida y obra del cantante y actor de Nueva Jersey. Su cálida voz y su repertorio de melodías sentimentales lo convirtieron en uno de los cantantes más populares del mundo. Intervino, además, en numerosas películas. Existía, a propósito de la canción, un impenetrable telón entre dos bandos: los que les gustaba Sinatra y los que no. De todo esto y mucho más hablaron los ponentes del acto, entre ellos el propio Callau, Miguel Ángel Yus o Raúl Herrero, quienes intentaron aproximarnos a ese mundo netamente dividido entre dos grupos de gentes, pero siempre con el faro de la canción americana y el jazz, las composiciones y las letras, la poesía y el cine.

  En la muestra han participado una veintena de artistas, entres españoles e hispanoamericanos: Juan Luis Borra, Pedro Sagasta, Javier Soto, Francisco Ochoa, Antonio Callau, Mapi Pérez, Adrián Flor, Sonia Ripoll, Pilar Aguarón, Juan Gandín, Maribel Moratilla, Pilar Pérez, Raúl Herrero, José Conde, Miguel Zueras, Juanjo Camacho, Ana Campo, Javi Hernández, Artur Golart y Miriam Stoliski. Seguro que me dejo alguno. Son pinturas en distintas técnicas, trabajos de diseño, dibujo a lápiz, fotografía, caricatura o programas de mano. Aunque en la mayoría de los casos son retratos del cantante y actor, también se pudieron ver imágenes más alegóricas o paisajes neoyorquinos, la ciudad de las ciudades, la ciudad que nunca duerme. La exposición ya ha recorrido varias localidades (Jaca, Hecho, Canfranc, San Carlos de la Rápita, Éibar, Santoña, Villanúa, Madrid, Barcelona) y ahora lo ha hecho en Zaragoza, en el espacio de la céntrica calle Don Juan de Aragón. Ya lo escribe José Luis Rodríguez en su novela ‘Mano negra’: “No existe escenario más privilegiado que el de la barra de un bar para comprender el mundo”.

  De Sinatra hay que decir, en efecto, que era la voz. Luego tenemos al Sinatra mafioso. Y al pendenciero. Y al violento. Y al mujeriego tempestuoso. Y al políticamente ambiguo. El director del ateneo jaqués y director de la revista de las artes y las letras ‘El eco de los libres’ hizo un recorrido desde su trabajo de juventud con la orquesta del trombonista Tommy Dorsey, en cuyo juego instrumental se inspiró decisivamente el bisoño vocalista para construir su propio camino, hasta su muerte y más allá. Así, sus primeros pasos independientes con el arreglista Axel Stordhal. O el periodo Columbia, que acabó funestamente cuando el atroz director artístico Mitch Miller le hizo grabar en 1950 canciones de la peor estofa, algunas con efectos de ladridos de perro y ruidos de lavadoras, cosa que no le perdonó jamás. O la destructiva pasión que sentía por la devoradora Ava Gardner. O su amigo el compositor Van Heusen, que lo encontró con las venas cortadas en un ascensor…

  Era lógico que Sinatra, a raíz del inmenso éxito obtenido como cantante entre las quinceañeras durante la segunda guerra mundial, abordase el mundo del cine. Casi todas sus primeras películas fueron musicales. Y cantaba. Y aparecía de marinero raso. E intentaba bailar claqué un tanto torpemente ante la agilidad de compañeros como Gene Kelly, quien le ayudó considerablemente en esos menesteres. Era la época de los grandes musicales de la Metro Goldwyn Mayer, en la década de 1940, y la de un productor que se convierte en el portavoz de la casa del león, Artur Freed, un organizador de los planteamientos generales a los filmes.

  A este capítulo pertenecen películas de Edward Buzzell (‘Ship Ahoy’), George Sidney (‘Levando anclas’), Richard Whorf (‘Till the clouds roll’), Jack Cummings (‘Sucedió en Brooklyn’), Laslo Benedek (‘The kissing bandit’), Busby Berkeley (‘Take me out to the ball game’) o el gran Stanley Donen (‘Un día en Nueva York’, codirigida por Gene Kelly, que une esta función a las de coreógrafo y actor). Es Donen, precisamente, la culminación máxima de la concepción del género. En sus obras se muestra claramente la funcionalidad en el uso de los distintos elementos musicales, a lo que se les saca todo el partido posible, y su integración en una visión de totalidad como debe ser un filme.

  En ‘Un día en Nueva York’ hay un vitalismo desbordado a todos los niveles. Lo hay en la postura de los tres marineros que quieren aprovechar el día de permiso en la población neoyorquina. Lo hay en las tres chicas que tienen ideales muy distintos, pero que luchan por la felicidad. Se da también en la contemplación de la gran ciudad como algo vivo y multiforme. Y se encuentra, sobre todo, en la coreografía y las canciones que parecen ser el estallido de una persona normal y corriente, como es el grito de “New York, New York” que sirve de apertura y cierre al filme. Una vez los marineros se separan, la película se complica, pasando de lo burlesco al ballet de calidad, este último a través del dueto entre Sinatra y Betty Garrett ‘Come up to my place’, uno de los mejores momentos de la jazzística banda sonora de Leonard Bernstein. Un musical en el que seres cotidianos se nos dan en esa vida de todos los días. Pero no es una vida anodina, sino cargada de ilusiones, en la que la danza y la canción son una forma de expresión más y donde el optimismo que vence las dificultades se afirma como uno de los pilares del ser humano.

  A principios de la década de 1950 Sinatra estaba en horas bajas: tenía problemas con la voz y su popularidad como cantante había disminuido considerablemente, hasta el punto de cancelarse su contrato discográfico con la Columbia. El cine le dio un empujón a ese bajón artístico en ‘De aquí a la eternidad’ (Fred Zinnemann, 1953), ‘Sudolenly’ (Lewis Allen, 1954), ‘Siempre tú y yo’ (Gordon Douglas, 1955), ‘No serás un extraño’ (Stanley Kramer, 1955), ‘Ellos y ellas’ (Joseph Leo Mankiewicz, 1955), ‘Alta sociedad’ (Charles Walters, 1956), ‘Orgullo y pasión’ (Kramer, 1957), ‘Pael Joey’ (George Sidney, 1957), ‘Cenizas bajo el sol’ (Delmer Daves, 1958), ‘Como un torrente’ (Vincente Minnelli, 1958)…

  Ya en la década de 1960, ‘La cuadrilla de los once’, dirigida por Lewis Milestone, abrió paso a toda una serie de películas del oeste o bélicas producidas por Sinatra e interpretadas por él y los miembros del famoso clan: ‘Tres sargentos’ (John Sturges, 1962), ‘Cuatro tíos de Texas’ (Robert Aldrich, 1964) o ‘Cuatro gángsters de Chicago’ (Gordon Douglas, 1964). A estas habría que añadir notables muestras del género negro dirigidas entre 1967 y 1969 por su director fetiche, el siempre interesante Douglas, en títulos como ‘El detective’, ‘Hampa dorada’ y ‘La mujer de cemento’.

  Uno no sabe, en fin, si Sinatra llegó a alcanzar su genialidad de cantante, pero sí entiende que fue un excelente actor. Y en su única película como director, ‘Todos eran valientes’ (1965), Frank Sinatra establece el doble punto de vista, americano y japonés, en una historia de convivencia en una isla de confrontación durante la segunda guerra mundial, pero la realidad es que cualquier conflicto también tiene sus normas, y muy tajantes. No es una comedia, no es un musical, no es un drama bélico, y Sinatra no es el protagonista, sino el farmacéutico. Así cumplió su viejo sueño: “la voz” que quería vender pastillas para la tos.

 

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