La ciudad tejida

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Por Valentín Corraliza

Suele decirse que una ciudad se descubre cuando se sale de ella, para tejerla en nuestra memoria, frágil pero cercana, como bajo el efecto de un encantamiento. El vientre de una ciudad se llena constantemente y no rebosa, es capaz de renacer sin límite, de fluir sin límite, de albergar todos los habitantes con sus historias, unas vidas de niños y grandes, de escritores y tranvías, de templos y palomas.

A Zaragoza, la inmortal, hasta el olvido la recuerda. ¿Quién no pasa por la calle Mayor de cualquier población, nudo vertebral de vivencias y leyendas? ¿Quién no ha quedado alguna vez en la taberna del ‘Entalto’ para declararse o conspirar, siempre para arriba? ¿Quién no recuerda el bazar de ‘Quiteria Martín’, caramelos de postín, el paraíso de la baratija, generación tras generación? ¿Quién no ha propiciado, frente a la barra o el mostrador, tertulias de cabilas urbanas, amasando proyectos y críticas feroces a las bandas culturales que operan al amparo del poder?

 Chus Blasco y Carlos Calvo, o Carlos Calvo y Chus Blasco –tanto monta, monta tanto- están muy orgullosos de que los componentes del grupo UrbanKnitting Zaragoza se hayan fijado en sus respectivos negocios para llevar a cabo una espectacular y tejida exposición de sus fachadas en el espacio denominado ‘tránsito’ del Centro de Historias (hasta el dieciséis de noviembre). Una exposición realizada con mimo, con exquisito gusto, con ese buen hacer que solo los dioses saben y que retoma, a fin de cuentas, las historias que la urbe escribe.

 UrbanKnitting, para centrarnos, es un tipo de grafiti de lana que actualmente está considerado como arte urbano y, de un tiempo a esta parte, se ha expandido por todo el mundo. La agrupación zaragozana nace un día de septiembre de 2011 para que, en efecto, la lana vuelva a estar de actualidad y, con sus intervenciones, poner un punto de calidez y calor en diferentes zonas de la ciudad, con el objetivo, digno y prioritario, de promocionar el aprendizaje de las distintas técnicas de ganchillo y punto y la recuperación de antiguas formas de tejer, adaptándolas a los nuevos tiempos. Desde entonces, en estos tres años de vida, ha vestido con lana la fuente de la Hispanidad, la bola del mundo de la plaza del Pilar, la barandilla del paseo Echegaray y Caballero, el caballito de la Lonja, las ‘majas’ de la fuente de Goya, los cañones de la glorieta Sasera olas diversas acciones realizadas el doce de octubre, para las fiestas pilaristas. Para todos los gustos, pues.

 Ahora, desocupado lector, tome un tiempo y viaje al vientre materno del Entalto, ese calor humano que desprende la bienvenida en su gaceta magdalenera articulada en la riqueza (moral, se entiende), la educación, el trabajo, la seguridad social, la juventud, la vivienda, la ley, las comunicaciones o las ideas. La cultura, al fin y al cabo, porque todos poderes públicos promoverán y tutelarán su acceso a la que todos tienen derecho. Y mejor con una inmejorable ensalada de canónigos, miel, confitura, queso de cabra y tomate cherry, regada, cómo no, de buen vino aragonés (o riojano).

 Asimismo, desocupado lector, tome un tiempo para colocar la vista en los escaparates de la Quiteria, hacer un alto sin necesidad de estar cansado, ni ganas de estarlo, y quedarse embobado ante el surtido de bromas, piñatas, serpentinas, confeti, guirnaldas, banderas, caretas, antifaces, pelucas, frutas escarchadas, frutos secos, anisetes, peladillas, obleas, adoquines, piedras -¡que no sean del Gállego!-, barquillos -¡que no sean del Ebro!-… En la Quiteria, paraíso de la golosina chiquillera, podemos aplacar nuestro enganche al coleccionable, a la letra impresa diaria, semanal, quincenal, mensual, anual, a la pulsera de regaliz, al masticable de fresa o al pipón del gran Facundo, pues no en vano la fundadora Quiteria (allá en la calle del Gallo, la más pequeña de la ciudad y que da nombre a la veleta de la torre mudéjar) instaló la primera fábrica de caramelos de la gusanera y esa tradición hace que su abanico dulcero sea digno del mágico mundo que los niños imaginan en su boquita de agua cuando ven el escaparate.

 La Quiteria y el Entalto, o el Entalto y la Quiteria –tanto monta, monta tanto-, un viaje místico de ida y vuelta, como esas ventanas por las que una mujer se muestra levemente distante y visiblemente hermosa. Disfrute, pues, desocupado lector, de un paseo diurno y nocturno: el día abre puertas y colores que la noche cierra y la noche abre formas y puertas que el día ignora. Ese es el poder del arte, su misterio y belleza, su singularidad y poderío. Hay artistas atados a una sola forma de creatividad, pero el talento de otros no entiende de fronteras entre entornos expresivos. El arte es, ante todo, un estado del alma. Y el Entalto y la Quiteria, o la Quiteria y el Entalto, son sabedores que sus casas son patrimonio ciudadano.

 Bien lo saben los responsables de UrbanKnitting Zaragoza en sus intervenciones de corte artístico, reivindicativo y social, para desarrollar unas acciones benéficas en las que trabajan impartiendo cursos y talleres de manera continuada. O conferencias donde explican el carácter tradicional de la lana y las diferentes técnicas existentes, trabajando en prendas de abrigo y cediendo su labor para recoger dinero en asociaciones, siempre con la reutilización del material tejido y, de este modo, confeccionar mantas que ceden a entidades sociales.

Una treintena de personas –veintinueve mujeres y un hombre, o un hombre y veintinueve mujeres- han contribuido en la realización de esta exhibición, en la que han invertido ocho meses de trabajo y se han empleado mil ovillos de lana. Una exhibición que se redondea con una de las mesas de la terraza cantinera, con una ración de patatas bravas, una jarra de cerveza y un cenicero, para el impulso fumadero. Sin olvidarnos, claro, del árbol frondoso, de la bicicleta diseñada para la calzada o del banco con un vecino del barrio sentado con su perro ladrador. Y para fijarlo todo, y darle mayor esplendor, no podía faltar el audiovisual, conciso y preciso, de cómo se iba creando la intervención, desde el principio, paso a paso, poco a poco. Como la vieja hila el copo.

La ciudad tejida, en fin, como una reinterpretación confeccionada a ganchillo de dos emblemáticas fachadas del barrio de la Magdalena, situadas en un tramo de la calle Mayor. Porque el valor del trabajo está supeditado a que se haga escuchar entre los vientos y mareas de lo mediático. El artista ya no puede, como recomendaba Oscar Wilde, dar a conocer su arte y ocultarse. Más aun, el arte, hoy por hoy, puede llegar a ser un recordatorio incómodo de las servidumbres que acepta el artista para dejar una impronta en los ámbitos de la comunicación y las redes sociales.

Una exposición intensamente tejida, como todo lo que acontece, de punto de encuentro y de protagonismo, en el Entalto y la Quiteria. O en la Quiteria y el Entalto. Tanto monta, monta tanto.

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