La dama del cuplé


Por Fernando Gracia Guía

    No fue un estreno, porque hace unos años ya se pudo ver en nuestra ciudad, pero para muchos de los que fuimos al Teatro del Mercado, sí lo fue.

    Además, tampoco importaba demasiado. La obra era intemporal, no era un texto al socaire de las modas, como tantas otras. Para algunos, que luego no se pasan a comprobarlo, sería un asunto rancio. Tota, se trataba de recordar una figura nacida a finales del XIX y desaparecida hace seis décadas…

     Raquel Meller nació en Tarazona, aunque pronto pasó a vivir con su familia en Barcelona. Su carrera fue increíble, se codeó con los mejores, no solo en el Paralelo sino en París o Nueva York. Podría decirse que fue una de nuestras primeras estrellas internacionales y sí puede afirmarse, como especialistas del género lo han dicho y escrito -Javier Barreiro es uno de los mejores ejemplos, y además es de los nuestros- que dignificó y elevó la calidad del cuplé hasta límites no superados.

    Sobre ella, en un sugerente, muy bien documentado, magníficamente vestido y muy medido en su ritmo y coherencia teatral, trata el espectáculo que la Compañía Tribueñe nos ofreció en el Teatro del Mercado, bajo el bello título de “Por los ojos de Raquel Meller”.

     En el fondo podría decirse que se trata de un musical, con fondo biográfico y claro interés divulgativo. Con un montaje sugerente que seguramente se habría lucido mucho más en un escenario mayor, el texto viene a ser una suerte de flash back en el que la estrella recuerda en sus años postreros algunos avatares de su azarosa vida.

     Un elenco entregado, con Helena Amado al frente en el rol de la turiasonense, canta, baila e interpreta con un agradable acento de la época. Cuando cantan suenan como se supone lo hacían en aquellos años. Matizan, deletrean -qué delicia que se les entienda toda la letra, y no como a tantos ejemplos actuales- y de esa forma nos sumergen durante un par de horas en aquellas atmósferas que quieren rememorar.

     Si algún leve reparo se le puede poner a la función es que la primera parte es tan redonda, que en algún pequeño momento decae algo en la segunda. No obstante ello se subsana con un hermoso epílogo en el que la Meller interpreta su inolvidable Relicario. Y aquí el verbo interpretar hay que tomarlo en su más amplio sentido.

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