Por Javier López Clemente
Es importante no confundir la figura del clown con la del bufón, mientras el primero es ingenuo y siempre está guiado por las buenas intenciones.
El bufón es inteligente y usa el humor con acidez, su intención va más allá de la burla o el chiste y su actuación tiene diferentes objetivos que van desde el consejo hasta la crítica y no le hace ascos a restregarle al público las miserias que esconcen en la oscuridad de la sala. Con estas premisas, Leo Bassi cumple a las mil maravillas su función de bufón.
El espectáculo, en palabras de Javier Vallejo, se sitúa dentro del género cabaré político para mostrarnos la vida de Mussolini con la intención de convencer a los progres de las maravillas del fascismo y para que no se dejen engatusar por otras etiquetas políticas que tienen mucho más de paja de pijo que de grano fascista.
Leo Bassi comienza la función con gran energía para que el humor con el que ridiculiza situaciones y personajes políticos sea dinámica y el público entre con fuerza al terreno de la chanza, el chiste en una dinámica propia del vendedor de humo y serpentinas que te embolica sin la pretensión para que no pienses mucho, que todo tenga que ver con la sensibilidad de la piel y los jugos de las tripas. Risas a peso sin importar la brocha gorda. Pero conforme avanza la función y de poquitos a poquito, el humor más grueso y jocoso se va diluyendo para dejar paso a un relato histórico y político que entrelaza la historia de Europa con la española y así, el ambiente de la sala se transforma, el silencio empieza a ganar territorio ante la metamorfosis del bufón histriónico en contenedor de historias. La magia funciona y las risas, que han desaparecido debajo de las mascarillas, han dejado paso a la reflexión. Mussolini el payaso, la caricatura en blanco y negro que hace gestos ridículos a las cámara de la época es capaz de conducir la historia de una forma violenta de ver el mundo hasta situarla en la ciudad de Zaragoza para contarnos, y excusen que evite los interesantes prolegómenos, las huellas que el fascismo ha dejado en un lugar tan emblemático como la estatua del emperador Augusto situada entre las murallas romanas y el Mercado Central, en cuyo pedestal podemos leer la siguiente inscripción: A XVIII E.F. que significa: Año dieciocho de la era fascista.
Cuando saqué la entrada para ver este espectáculo lo hice con la esperanza de encontrarme al más salvaje de los bufones que explota manzanas y sandias en el morro de los espectadores y sin embargo, terminé con la percepción de asistir a una alerta mordaz porque, por muy mediocre que nos parezca el mensaje del fascismo, no sabemos qué dirección van a tomar los vientos de una historia azotada por mensajes antidemocráticos que buscan asustar a los ciudadanos para minar la esperanza en las democracias liberales, y precisamente por eso es tan importante la voz del bufón porque “si el miedo de la gente es la base del fascismo, el humor tiene la función hacer desaparecer ese miedo».