Malabrocca el pícaro de la bicicleta


Por J.L.C.

     La primera maratón olímpica femenina fue en Los Ángeles´84 y la atleta Joan Benoit se llevó el reconocimiento de todo el estadio como la primera ganadora de la prueba.

    Gabriela Andersen de 39 años entró en el Memorial Sports Arena veinte minutos más tarde, lo hizo tambaleándose, con la gorra ladeada, deshidratada y desorientada. Se negó a recibir asistencia médica y, ante un púbico maravillado, dio toda la vuelta a la pista para desplomarse cuando cruzó la línea de meta. Sin lugar a dudas fue la atleta más aplaudida de aquellos juegos olímpicos. El público mostraba su reconocimiento a alguien que se entrega hasta el final con independencia del puesto que ocupaba en la clasificación porque el mérito estaba en superar los límites personales. Grabiela Andersen se convirtió en una heroína.

   El ciclista Malabrocca ya había experimentado la sensación del reconocimiento del público en el Giro de 1946 cuando se clasificó el último de la competición, y se convirtió en un héroe popular al que el pueblo aplaudía porque lo importante era pedalear hasta el final. El puesto era lo de menos. La diferencia entre Gabriela Andersen y Luigi Malabrocca fue que el italiano comprendió muy pronto la idiosincrasia de un negocio en el que sus emolumentos aumentaban si llegaba el último y así, muy pronto planificó sus carreras para terminar en  el último lugar. Pasó de la épica del héroe a la travesura del pícaro.

   El Gato Negro presentó en el Teatro del Mercado de Zaragoza la obra Malabrocca, una versión teatral inspirada en la novela Maglia Nera de Matteo Caccia que, traducida y adaptada por Rafa Blancas, nos cuenta las aventuras y desventuras de un ciclista para convertirse en el eterno perdedor al que los espectadores adoran.

    La narración de la picaresca tradicionalmente es responsabilidad de Juglares y trovadores como los interpretes más adecuados para captar la atención del auditorio y será por eso que, en cuando Rafa Blancas se presentó sobre el escenario, arqueó las cejas, abrió los ojos, encogió los hombros y sonrió, sentí que comenzaba el juego de contar historias, la hora de los romances de ciego y así el actor, en lugar de apuntar con un bastón sobre las viñetas que ilustran la historia, se pertrechó con un sombrero, unas gafas y  par de maletas como elementos para saltar de un capítulo al siguiente, de personaje a otro, auto tunear las cuerdas vocales para conseguir voces diferentes y componer escenas multitudinarias, el arte de la interpretación a la vista de todos, sin trampa ni cartón, si acaso con la ayuda de un espacio sonoro y unos audiovisuales tan sencillos como eficaces y que aportaban densidad a una narración que se percibía clara, diáfana, con un magnetismo que atrapaba. La aparente sencillez de quien cuenta anécdotas en clave de humor, sin embargo dejaba espacio para mostrar el contexto histórico en el que se desarrollaba la historia, un país devastado por la guerra de carreteras destrozadas y sin combustible donde la bicicleta se convirtió en el medio de transporte de las gentes populares, que veían en el esfuerzo de los ciclistas la metáfora de sus vidas.

  La responsabilidad de llevar hacia adelante toda la arquitectura teatral del texto, la interpretación y la coordinación con los efectos técnicos recae en la excelente cadencia del pedaleo de Rafa Blancas y sin embargo, cuando el humor tapizaba todo el ambiente, la función tuvo un momento para detenerse, Blancas se bajó del carrusel de personajes y, desde los ojos quien sabe si del actor o del hombre, contó la gesta de las gestas de la historia del ciclismo mundial y fue ahí, cuando el desenlace fue recibido por los espectadores con una abrumador silencio, cuando noté el pinchazo de la emoción.

    Malabrocca es una función en la que se destila la esencia del teatro, la importancia de la voz desentraña una narración aliñada del buen gusto en candilejas, canciones y sonidos para convertir la tragedia de la vida en esa proteína del humor que te obliga a cambiar de piñón para ascender la montaña de la reflexión.

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