Debut… ¡y despedida!


Por Germán Oppelli

   Hace unos días tuve ocasión de pasar por Soria al ladito de su plaza de toros. Inmediatamente, vino a mi memoria que allí, en su ruedo, debuté como payaso ‘musical’.

  Mi compañero Henry y yo aún simultaneábamos nuestros cómodos empleos con la aventura payasil. Conscientes de que en aquel tiempo si no eras musical eras un payaso de andar por casa, aprendíamos solfeo: claves de ‘fa’ y ‘sol’, respectivamente. Llevábamos ya cerca de un año y yo ya estaba de hacer notas tenidas con el saxo hasta donde ustedes se imaginan…

  Actuábamos donde podíamos: colegios, bolos, emisoras de radio tan en boga entonces… Justo en una de ellas, un representante nos propuso unas actuaciones en una compañía de variedades, siempre y cuando fuéramos musicales. Y aquí empezó la odisea.

  Para empezar, nuestro profesor se negó rotundamente, diciendo que no estábamos preparados suficientemente. Ante mis repetidos ruegos, no obstante, accedió. Faltaban treinta días para la primera cita artística y la pieza elegida por nuestro mentor fue ‘La marcha sobre el río Kwai’. Sí, esa, la de los silbidos, que a mí me pareció una auténtica chorrada, pero adujo que era la más sencilla. Y que bastante haríamos si la sacábamos adelante.

  Llegó el día señalado y yo pensaba, la verdad, que nos salía bastante bien, aunque, claro está, todo controlado por el piano que marcaba el compás. A medida que iba transcurriendo la función, mis impulsos juveniles se iban desvaneciendo. Mi última esperanza era el tiempo, que amenazaba tormenta.

  Por fin, salimos a actuar y también la temida parte musical. He de decir que la orquesta se negó a acompañarnos por no llevar las partituras adecuadas. A mí me da que se olían la tostada. Las primeras notas salieron acompasadas, pero a medida que aquello iban avanzando… ¡dios, qué desastre!

  Íbamos cada uno por un lado sin podernos poner de acuerdo. Yo solo pensaba en la forma de terminar, pero ¿cómo?… No duraría más de un minuto aquel desaguisado, cuando, de pronto, empezó a caer una tromba de agua que desalojó la plaza en un suspiro.

  Cuando procedíamos a desmaquillarnos, se acercó el representante y nos dijo: “¿Sabéis que me ha comentado el concejal de fiestas?”. Que nos van a meter en la cárcel, pensé yo. Pero le dijo que todos los payasos son la hostia: primero tocan mal para que la gente se confíe y luego se arrancan con un pasodoble que pone a la gente de pie. “Lástima que a estos no les ha dejado el tiempo”.

  En la tranquilidad del regreso no sabía qué agradecer más, si a la oportuna lluvia que nos libró de un seguro abucheo o aquellos benditos payasos que en su día hicieron lo que el municipio esperaba de nosotros. Es obvio que el representante no nos dio más contratos hasta que nuestras aptitudes musicales pudieran escucharse sin sobresaltos y no tocando precisamente el dichoso ‘Puente sobre el río’…

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