¿Hay justicia internacional para todos?


Por Agustín Gavín

    No es fácil distinguir las diferencias de los conceptos masacre, limpieza étnica, ejecuciones en masa o genocidio y es que se mezclan adjetivos y términos jurídicos.Lo cierto es que con el paso de los años la historia cataloga los hechos y hace dudar de la propia condición humana.


Agustín Gavin

Corresponsal Internacional del Pollo Urbano y Presidente de www.arapaz.org 

     Tampoco es fácil aclararse con las diferentes respuestas que ha dado la comunidad internacional a través de sus instituciones a la hora de dirimir responsabilidades penales.

  Lo anterior podemos verlo a lo largo de la historia reciente, desde los juicios de Nuremberg después de la segunda guerra mundial hasta nuestros días con las sanciones a China por parte de Bruselas, Reino Unido, Canadá y EEUU por el trato que el gobierno está dando a la minoría musulmana de uigures en la provincia de Sinkiang, una “minoría” de ocho millones de personas.

 

   Ha habido masacres bélicas en Balcanes. Vukovar, Srebrenica, Kósovo,  en África, Ruanda y Burundi,  Somalia, Congo y en Oriente Medio las interminables guerras civiles de Siria, Yemen o Libia y seguro que nos dejamos más de una. También entrarían en el capítulo de arbitrariedades los bloqueos económicos impuestos por la comunidad internacional que, lejos de solucionar el problema político de los gobiernos totalitarios en países con déficit democrático, hacen pagar a la población civil los platos rotos, mientras se consolidan los sátrapas del momento porque manipulan la información a través de los medios.

     En los años 90, muchos ciudadanos todavía yugoslavos, ante el bloqueo internacional sobre la Yugoslavia de Milosevic, se pensaban que su desgracia era una continuación de la segunda guerra mundial porque las televisiones machacaban con recuerdos de la invasión hitleriana y el papel colaboracionista del gobierno croata de entonces con el nazismo satanizando a Alemania. Mientras tanto, en lo que quedaba de la República Federal de Yugoslavia, es decir Serbia y Montenegro, mafias locales hacían su negocio con el estraperlo de productos de primera necesidad, del tabaco, del alcohol, el combustible mientras el armamento moderno llegaba igualmente a través del Danubio a pesar de las fragatas de vigilancia que cumplían las indicaciones del bloqueo ordenado por Naciones Unidas. Eso sí, se agotaron las vacunas infantiles y escasearon los medicamentos,  los apagones de luz reducían la esperanza de vida en los hospitales, hubo intoxicaciones letales por comer alimentos destinados a los animales del zoo de Belgrado y la desesperación de la sociedad civil se volvía en contra de los objetivos planificados por la comunidad internacional. Cada día Milosevic se afianzaba más en el poder utilizando el ultranacionalismo como aglutinante electoral. La persistencia de la fiscal del Tribunal Internacional para los Crímenes de la antigua Yugoslavia, la suiza Carla del Ponte, hizo valer la no pertenencia de dicha Corte Penal al organigrama del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Su testarudez, su calculado aplomo y asumiendo riesgos personales  hizo que gran parte de los criminales de guerra ya genocidas por ley, estén cumpliendo ahora condenas. En el genocidio de la región de los Grandes Lagos se creó otro tribunal especial,  el Tribunal Penal Internacional para Ruanda. Al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no le quedó más remedio que desbrozar las dificultades por las que pasaba el equipo jurídico de Carla del Ponte y colaborar con él.

     En septiembre de 1982 se produjo la tragedia en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en Beirut Oeste que eran una consecuencia más de la guerra entre palestinos e israelitas, fruto de la controvertida solución impuesta después de la segunda guerra mundial para crear el nuevo Estado de Israel.

Durante dos días se ejecutó una terrible venganza por parte de la falange libanesa después de que fuera asesinado el presidente libanés de esa formación política Bachir Gemayel. Valió todo, desde armas blancas para matar a mujeres niños y ancianos o fusilamientos de jóvenes en edad de combatir, ante la impasividad, en el mejor de los casos, del ejército israelí que había invadido poco antes el Líbano tomando partido por uno de los bandos enfrentados en la guerra civil 1975-1990, precisamente el del primer ministro asesinado, se supone que por la OLP, aunque hay dudas de la intervención de los servicios secretos sirios. Las bengalas del ejército israelí alumbraron a los actores de la masacre durante la noche mientras los jefes militares observaban los hechos desde los tejados de la embajada kuwaití  sin intervenir. Unos hablan de doscientos muertos, otros de más de dos mil, ya se sabe que en las guerras una de las primeras víctimas es la verdad,  lo que está claro es que la justicia pasó de largo.

Esto está reflejado en una película de animación, “El vals con Bashir” con tintes autobiográficos, que consiguió un Globo de Oro  en el festival de Cannes en el 2008 y que da una idea de la tragedia que se vivió allí. Su director Ari Folman estuvo allí con 20 años. La película profundiza en las consecuencias psicológicas con el paso de los años en los soldados que vivieron la tragedia.

La comunidad internacional condenó unánimemente los hechos, para unos masacre, para otros limpieza étnica o asesinato en masa, depende quien relate la historia. El jefe del ejército de Israel, Ariel Sharon que mandaba en las fuerzas que invadieron Líbano, fue investigado por la comisión Kahan en Israel en 1983 y tuvo que dimitir como Ministro de Defensa pero eso no impidió que con el paso de los años fuera primer ministro de su país. Parece ser que nadie se había planteado en este caso crear un tribunal internacional para delimitar responsabilidades.

Sabra y Chatila ocupan un espacio en la capital libanesa equivalente a la extensión de dos campos de futbol, llevan desde 1950 acogiendo refugiados palestinos continuamente, incluso ahora llegan los que se llaman doblemente refugiados porque ya lo eran en Siria y tuvieron que huir por la guerra que cumple estos día su décimo año.

Se han construido tres o cuatro alturas para viviendas sobre las iniciales casetas convertidas hace tiempo en tiendas, almacenes, talleres, garajes o cafeterías en unas calles estrechas e insalubres, coronadas a escasos metros del suelo por una red de cables eléctricos de alta tensión que presagian posibles electrocuciones. Los cables son frecuentemente sorteados por sistemas manuales con canastas y poleas para subir a los pisos alimentos y materiales, que no caben por las estrechísimas escaleras por llamarlas de alguna forma. Son 35.000 personas hacinadas en esos cuatro o cinco kilómetros cuadrados ya que las leyes libanesas no les permiten sobrepasar esa extensión, tampoco pueden acceder a algunos trabajos como los ciudadanos libaneses, por ejemplo pueden ir a la universidad pero no ejercer luego en el país. Los asesinados en 1982 están enterrados en lo que hoy es un memorial en un cementerio entre callejones estrechos que sólo puede ser visitado con autorización de los responsables de los campos.

Carla del Ponte renunció a investigar el conflicto Sirio ante las dificultades que tuvo por la falta de cooperación del Consejo de Seguridad. En su libro de memorias “La Caza, Yo y los criminales de guerra”, llama a esa falta de colaboración muro di gomma. Pídeme lo que quieras que te lo rebotaré a ti. Esa sensación la tuvo desde el comienzo de su carrera en Suiza cuando ayudó al juez Falcone, asesinado después en una autopista italiana con parte de su séquito, a deshacer la madeja de las cuentas de la mafia italiana en los bancos suizos. El muro di goma continuó con sus arduas investigaciones en las guerras balcánicas hasta que consiguió llevar al Tribunal de La Haya a  Milosevic, Mladic, Karadzic, Biljana Plavsic , criminales croatas, algún bosnio y dejó encima de la mesa para investigaciones futuras la financiación del Ejército de Liberación de Kosovo, con el tráfico de órganos de prisioneros serbios que incluso salpican al actual presidente Kosovar, antes de ser enviada de embajadora suiza a Argentina. En una entrevista que Carla del Ponte  dio a un diario europeo, la entrevistadora hablaba de que la embajada era un auténtico bunker y es que quizá sea una de las personas más amenazadas por intentar averiguar la verdad y encausar a los actores y cómplices de los genocidios, masacres, asesinatos en masa o los nombres que se quieran poner. Pero en el caso Sabra y Chatila no habrá efecto retroactivo. Carla del Ponte, como decíamos más arriba, renunció a la Comisión Investigadora de las Violaciones de los derechos  Humanos en Siria: debió de ver otro muro di gomma, esta vez en los intereses estratégicos del G7 en la región. El tablero de los conflictos en Oriente Medio es un puzle donde los trocitos los encajan muy pocas manos.  Da la sensación de que la justicia de los organismos internacionales tiene lagunas, probablemente planificadas interesadamente.

Las fotos son de Sabra y Chatila y realizadas por Nieves Uhegún y Mirtha Orallo.

Artículos relacionados :