Chile: Traigo el postre

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Por Klaus Dillemberger

   La tarde prometía ser amena.

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Klaus Dillemberger
http://notas-de-un-emigrante.blogspot.com.es/

Corresponsal del Pollo Urbano en Chile

   Habían venido a la ciudad de Víctor un amigo suyo con un grupo de compañeros, todos arquitectos, para ver un gran evento de exposición de arquitectura que bien merecía la pena  cruzar el país entero  para verlo. Ya que venían, los había invitado a cenar en su casa para celebrar el reencuentro. Iban dos años que no se habían visto.

   Venían cinco- tres hombres y dos mujeres, una de ellas, ELLA. Su amigo Rudolfo se la presentaba como su ex, Virginia. Era alta, flaca, de pelo moreno rizado corto y ojos chispeantes. Le gustaba. Mucho. Mientras Víctor preparaba espaguetis con salsa de salmón, acompañado de una ensalada de tomate con albahaca fresca, tarareaba para sus adentros la canción de jarabe de palo » la flaca».  Charlaban y la visita comentaba su excursión del día. Habían traído vino en abundancia y la gran mesa redonda de la cocina de Víctor permitía acomodarse con holgura. Después de la cena pasaban a jugar a las cartas, una especie de guiñote nórdico que se jugaba en parejas.

   Cada pelota que le lanzaba Víctor en la conversación que acompañaba a las cartas, ella la cazaba con agilidad y la pasaba con un disimulo que a  Víctor la verdad que no le daba pista alguna que si le caía bien a ella, si se burlaba de él o si mañana iba a salir el sol o quizás no. Pero eso sí, en un momento dado buscaba  su pie el de ella debajo la mesa y marcó un cariñoso  toque.  Una fugaz clavada de mirada acompañado de una sutil y sugerente subida de ceja con una sonrisa burlona le indicaba que había dado con el pie deseado, que no es lo de menos en una mesa tan poblada de gente. Y no apartaba el suyo, mantenía el toque.  Parecía  todo dicho, o no, quien sabe. El resto de la tarde trascurría con risas, charlas y buen rollito. En un momento dado alguno de los comensales dijo: «chicos, mañana hay que madrugar, que hay programa» y se hacían la idea que la velada se iba acabando.

   En la despedida, Víctor  le dijo a la flaca en voz baja para que no se entere nadie de los demás: «¿Porque no te vienes a comer  mañana?» Y le contesta: «Veré lo que puedo hacer»…

   Al día siguiente por la mañana, mientras recogía la cocina, se puso a pensar que preparar para comer para impresionar a la mujer, si es que acudía, y como crear un ambiente que permitía  derivar el momento hacía una tarde de alegría en la cama con ella.

   Optó por unos pinchos de gamba a la plancha y una ensalada mixta, la especialidad de la casa- lechuga de la buena, rúcola, queso fresco, jamón Praga cortado muy fino, rabanitos, aguacate, un poco de apio, un huevo duro, algún que otro tomate cherry,  manzana y nueces, aderezado con un aliño de aceite de oliva, vinagre balsámico de verdad, hierbas variadas, un roce de ajo y unas gotas de angostura. Cuando estaba en medio de los preparativos, sonó el timbre. Su corazón dio un sobresalto. !Había venido!¡Ella! Abrió la puerta de la calle con el portero automático, dejó la puerta del piso abierto y seguía preparando la comida. Vivía en un cuarto piso sin ascensor, así que a la estrella le costaría un rato subir. Cuando llegó arriba, dijo «¡Uff!» respirando hondo y Víctor salía de la cocina limpiándose las manos en el delantal que llevaba puesto y le dio un beso en la mejilla. «Me alegro que hayas podido venir» dijo, «adelante».  Entraron en la cocina. Ella vio los preparativos para la comida, sonrió y metió la mano en su bolso. «Yo traigo el postre» dijo y lanzó sobre la mesa una caja de preservativos. El miró la caja y luego a los ojos de ella, sonrió también y dijo: «Mmmh, excelente propuesta» y añadió: «¿Y si empezamos con el postre?» «¡Estupenda idea!» contestó ella y se le abalanzaba a los brazos. Las gambas podían esperar.

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