Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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Una Italia forzadamente bilingüe, alemán con subtítulos por las calles, periódicos y escuelas enteramente germanizadas, ladino e italiano como fragmentos de un viejo palimpsesto imperial.
Alto Adigio: tierra de sutura, herida en un mapa que sólo una generosa, generosísima autonomía ha sabido cauterizar. No es difícil toparse, en sus recoletos cementerios, con cruces de la Wehrmacht que honran a sus caídos en el Volga, las Ardenas, Normandía. Botín de guerra tomado a los austríacos, sus ciudadelas, de aire germánico, son visitadas mayoritariamente por alemanes, acogidos por sus lejanos parientes de la «marca inferior». Caballos montanos, vacas de leche, cerrados valles de abetos donde tallistas habilidosos te abren sus talleres y amplias casas de madera, dispuestas como un belén alpino, han sido reconvertidas en B&B u hotelillos familiares. El club alpino italiano, en estas cumbres dolomíticas, fue declaradamente antijudío y portaba en sus mochilas las retadoras doctrinas del Übermensch. Después de bajar de los ochomiles casi sin vida, sin falanges en los pies y sin uno de sus hermanos, uno de estos hombrones del norte, el aventurero trentino Reinhold Messner, se ha erigido en símbolo de empresas imposibles y pureza deportiva de alta cota. Promotor de sí mismo, se reinventó en memorialista y divulgador medioambiental, parlamentario verde y hasta rico mecenas para, ganándose a políticos de vario pelaje, rehabilitar castillos (Bruneck, Sigmundskron-Firmian, Juval) con los que articular un museo difuso de la montaña. Sus numerosos y multitraducidos libros, su memorabilia de escaladas y fetiches de expediciones extremas, sus colecciones de arte budista y tibetano, o la de paisajistas del hielo, su granja de yaks, las proyecciones de documentales sobre hitos del alpinismo o pueblos de la montaña, sus exposiciones fotográficas sobre la involución de los glaciares, consiguen transmitir —sostenido el conjunto más por una pasión personal que por un definido criterio museístico— un mensaje fuerte de conservacionismo, de biodiversidad y armonía con la naturaleza, hostil en la medida en que podamos nosotros hostilizarla. A veces un hombre-anuncio (y lo es, rostro mediático por excelencia) sirve a una buena causa, y yo creo que su narcisismo se hace perdonar al lado de sus batalleras campañas contra la mercantilizadora colonización de las cumbres.