Ribagorza: Donde vuelvo los ojos… En el cielo oscuro


Por Feli Benítez

….Y un río es la Naturaleza hablando con un discurso sereno hasta que decide gritar. Es lo que ha sucedido en las últimas semanas: la Naturaleza ha gritado y un río, el Ésera, se ha despertado…

Por Feli Benítez Izuel
Corresponsal del Pollo Urbano en la Ribagorza
www.eltallerdefeli.blogspot.com

Estuve viviendo un tiempo, un año, en una ciudad de la costa oeste norteamericana en la que confluyen dos ríos enormes, poderosos. El Willamette y El Columbia. Son ríos descomunales, inmensos (para hacerse una idea: la cuenca hidrográfica del Columbia tiene una extensión en kilómetros cuadrados equivalente a la superficie de Francia) que, aun cuando discurren tranquilos, impresionan y suscitan respeto.

El azar ha querido que vuelva a vivir en una localidad en la que se unen dos corrientes. Los ríos Ésera e Isábena se vuelven uno al llegar a Graus y continúan su viaje camino del mar mezcladas sus aguas. Comparados con aquellos ríos americanos, estos torrentes nacidos en los pliegues pirenaicos parecen arroyos.

Pero un río, al margen de su caudal o longitud, es una decisión que la Naturaleza tomó en su momento respecto de cuál es el mejor camino para expresarse. Ella decide por donde discurre el agua y el ser humano llega después para establecerse cerca de ella y beneficiarse. Es indispensable que el ser humano tenga presente las necesidades expresivas de la Naturaleza; es necesario que la interrogue antes de tomar decisiones; es aconsejable que la escuche y, sólo la arrogancia puede dictar en sentido contrario, es de necios hacer oídos sordos a la palabra dada o pronunciada por la Naturaleza. Ahora o antes. Nuestro antropocentrismo nos lleva a medir todo con nuestro rasero y el intervalo de una entera existencia humana no es sino una muesca en la línea del tiempo de la vida de un río. Y un río es la Naturaleza hablando con un discurso sereno hasta que decide gritar.

Es lo que ha sucedido en las últimas semanas: la Naturaleza ha gritado y un río, el Ésera, se ha despertado.


La belleza de sus recovecos, las piedras que lo adornan, los animales que lo visitan, la actividad humana que se desarrolla en él y con él…son palabras que evocarán imágenes en quienes lo conocen. Pero el despertar y bajar desperezándose y dando bocados a cuanto le habían puesto en los límites de las sábanas ha hecho que se convierta en sujeto de innumerables atenciones.

En estos momentos, de preponderancia de la imagen como vehículo de la información respecto de la palabra, el río Ésera se ha convertido en cientos, miles de imágenes creadas y distribuidas en todas las direcciones por todo el país. Del mismo modo que a ninguno de nosotros nos entusiasma la idea de que nos den a conocer a otros a través de una fotografía en la que aparecemos airados o en un momento de furia, el río querrá llegar al imaginario colectivo con una imagen más amable. Y si no él, volvemos al antropocentrismo, sí quienes lo amamos y le atribuimos un alma (aunque, estoy pensando, que tal vez no le importe aparecer temible y reírse por lo bajo de la arrogancia de esos seres a los que ha asustado un poco, como un niño que espera detrás de una puerta ¡Bu!).

Llevaba ya un tiempo pensando en la imagen como representación visual antes de que el río se hiciera protagonista. Le daba vueltas a cómo una imagen manifiesta la apariencia visual de un objeto, de lo cómodos que nos hemos vuelto en un mundo en el que otros producen imágenes que consumimos sin cuestionarnos nada y de por qué no se le presta más atención a ese otro tipo de imágenes no visuales: auditivas, olfativas, táctiles, sinestésicas. En ocasiones pienso que me he quedado al otro lado de la brecha digital y aunque uso las herramientas virtuales y me manejo con soltura en el mundo digital, reivindico el sonido bien arquitectado, el olor del campo tras la lluvia, los abrazos y las caricias y el placer de una comida con amigos como actividades esenciales que no admiten sucedáneos.

Y llevaba tiempo pensando en todo ello por varios motivos: uno fue la visita de un invidente (que pertenece a un club de lectura «Leo de tu voz» de la ONCE en Madrid) a mi taller y su solicitud para elaborar un producto relacionado con esa actividad…para ser disfrutado con otros sentidos que no sean el de la vista… otro motivo ha sido la preparación de la exposición que el taller acoge durante este mes de julio: la de la artista Marta Ester, una diseñadora gráfica, que nos ofrece la posibilidad de entender qué hace un profesional de la imagen con ésta para dotarla de intención y sentimiento.­­

Y un motivo más para pensar en las imágenes, en este caso no visuales, que se crean en nuestra mente gracias a estímulos externos fue el excelente concierto de Joaquín Pardinilla con su sexteto en Huesca el pasado mes de febrero. Aquella música me hizo viajar a lugares conocidos e ignotos, me emocionó, me dijo cosas que no había oído antes, apeló a mis recuerdos y me ayudó a construir imágenes nuevas. Presentaban el disco «La hora roja».

Tengo el disco junto a mí. Vuelvo a escucharlo y hay dos temas que me transportan e iluminan de forma especial. Quiere la casualidad que, cogidos ambos y puestos juntos, hablen del momento previo al despertar del río. Son el título de este artículo.

Sean reales o imaginarias, mentales o creadas os deseo un verano lleno de buenas imágenes que atesorar y compartir

P.S. Las imágenes de este artículo son cortesía de Esther Naval, fotógrafa ribagorzana que sabe mirar de otra forma

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