‘Rolde’, esa rueda o corro de personas, en Sástago


Por Carlos Calvo

   Cuarenta años después de que echara a andar, ‘Rolde’, la revista del “apoyo a la cultura aragonesa”, presentó en la sala Ricardo Magdalena del palacio de Sástago un número doble, el 162-163, dentro de un acto conducido, de forma resuelta y divertida, por el actor y guionista Luis Rabanaque.

   El espacio sirvió igualmente para presentar el libro ‘Viajes a Ultima Thule’, editado por la misma marca en forma de cuaderno de travesías, en el cual Mats Lundhal, escritor y profesor emérito de economía en la universidad de Estocolmo, narra el concierto que José Antonio Labordeta realizó en 1969 en la sureña ciudad sueca de Lund durante su primera gira internacional, un apoyo de los estudiantes de aquel lugar en solidaridad con los presos políticos (¿o políticos presos?) de la España franquista. A lo largo de estas cuatro décadas, junto a la revista propiamente dicha, el sello ‘Rolde’ ha ido publicando libros y más libros: de arte, de lingüística, de antropología, de patrimonio, de derecho, de economía, de historia… Y así.

 

En este número especial de ‘Rolde’, término de la fabla que significa “rueda o corro de personas”, cada uno de los colaboradores, desde sus particulares visiones, han tratado de conformar un motivo de reflexión para relacionar el arte y la cultura de esta tierra nuestra con la memoria y el recuerdo, dando cabida a un buen número de propuestas heterogéneas que se establecen desde diferentes facetas y echando mano de numerosas disciplinas artísticas y enfoques de análisis e investigación. Los contenidos de esta publicación, entre la divulgación y la creación, vienen definidos por José Solana, Fico Ruiz, Jorge Sanz Barajas, Fernando Sanmartín, Francho Nagore, Javier Ascaso, José Pac Sá, Manuel Morell, Carmen Magallón, Octavio Gómez Milián, Enrique Cebrián, Almudena Vidorreta, Jorge Cortés, Juan Ignacio Bernués o Paco Rallo, quien nos nombra en su texto, pues no en balde ‘El pollo urbano’ también ha cumplido cuarenta años como cuarenta soles. A partir de la evocación vivida, Rallo hace un recorrido desde 1977, cuando los españoles recuperan sus libertades. O eso nos contaron. Y habla de la Zaragoza inquieta que se empieza a mover, con las iniciativas de Sergio Abraín en la revista ‘Zoótropo’, la galería Spectrum del fotógrafo Julio Álvarez Sotos, esa formación musical atípica llamada ‘La banda del canal’ o el bar Bonanza de Manuel García Maya, ese refugio de contracultura o modernidad.

  De esto y mucho más se hace eco este número presentado en el palacio de Sástago de la Inmortal, con la presencia de políticos –José Luis Soro no se quiso alargar, o eso dijo, y no paró de hablar en su intervención- y gente de la cultura, algún albañil y hasta un cerrajero. Y se reivindicó hasta la saciedad la personalidad  del cantautor Labordeta, pero no puedo acudir Amaral, maldita sea, para cantar ‘Sin ti no soy nada’. Sin embargo, mientras caían las hojas otoñales en el exterior, ninguno de los intervinientes se acordó de Ramón Gil Novales. Ni de los espías de Felipe I en Francia. Ni de Antonio Serón, el Virgilio bilbilitano. Tampoco de Fidel Pagés, el aragonés que inventó la anestesia epidural. O de Manuel Estevan, el poeta de las cicatrices. O de las once, doce o trece rutas para conocer mejor la provincia de Zaragoza. O de las ilustraciones de Raquel Tejero sobre los poemas de José Luis Saldaña. Alguien dijo que casi mejor. Cada uno con su cadaunada.

  El catedrático Agustín Sánchez Vidal, por su parte, se esmera en la idea de que hay que ser quijotes para cumplir cuatro décadas dedicadas a las artes y las letras aragonesas, desde esa “rueda o corro de personas”, y ofrece un novedoso ensayo acerca del clásico cervantino y la versión cinematográfica del gran Orson Welles, una película inconclusa que filma a lo largo de doce años, los que van de 1957 a 1971. Existen seis horas de rodaje, de las cuales tres están montadas sin diálogo. En 1992, el bueno de Jesús Franco dirige un montaje definitivo del material rodado. El resultado es un experimento a ratos fascinante y por momentos tedioso y fallido. Las secuencias, algunas de fuerza estremecedora, pierden, sin la cohesión interna de una narración completa, su aliento, su ritmo, su ‘tempo’, su destino. Pese a todo, puede reconocerse en esas imágenes el ojo cáustico y tierno de la cámara del cineasta por los pueblos de España en los años sesenta del siglo veinte: paisajes, costumbres, ritos, fiestas y gentes. Bajo las contrarias ópticas de don Quijote y Sancho desfilan sanfermines, moros y cristianos, procesiones y el mismo equipo del filme integrándolos en el rodaje. Así, entre quijotes y sanchos, pollos y roldes, se podría hablar de la edición fantasmagórica de una quimera.

  Como la de esos cinco jovenzuelos universitarios –los cinco magníficos, repetía el maestro de ceremonias Rabanaque, en alusión a la desesperante situación del Real Zaragoza- que fundaron ‘Rolde’. A saber: Carlos Polite, Antonio Peiró, Vicente Pinilla, Igancio López Susín y Pepe Melero. Con su media melena a rizos y sin peinar canas (¿se teñirá el pelo?), este último se encarga ahora del artista de las gasolineras (y otras cosas más) Pepe Cerdá, tan campechano él en su orden, luz y belleza. No estuvo presente, demonios, pero mandó a su señora, la diseñadora Ana Bendicho. Y es que la revista que coordina Javier Aguirre, en este cuarenta aniversario, dedica gran parte de sus páginas a la pintura, con un recuerdo póstumo a Pedro Tramullas y a Eduardo Salavera, e igualmente unas glosas a las trayectorias de Nacho Fortún, siempre en la superficie erosionada de la lámina de zinc, e Iris Lázaro, donde el paisaje se torna un lápiz distante y seductor según va andando, siempre el mismo y siempre distinto, una explosión de vida en una tierra árida y fría de largos inviernos y anchas soledades. El óleo ‘La encina’ de esta pintora soriana de Trévago afincada en Zaragoza sirve de portada para este número conmemorativo, y su obra es objeto de estudio por el escritor y poeta Fermín Herrero.

Mientras Toche Menal y Ángel Vergara, los ‘chamineros’, amenizaban el acto con el sonido de sus instrumentos tradicionales, el arriba firmante iba haciendo fotos –clic, clic, clic- y muchos posaban haciéndose los despistados, mirando al horizonte como si acabaran de encontrar el sentido de su vida. Otros, que de todo había –como en botica-, se sujetaban el mentón con la mano. A veces, para qué negarlo, el ego y la vanidad que esconden ciertos individuos demuestran su pequeñez o su soberbia. Pero no quiero ponerme estupendo, que fue una tarde de fiesta y celebración, y casi todos se mostraron divertidos y distendidos, ofreciendo toda una lección moral. Ni lecciones ni moralejas, pues.

  Acaso el secreto –o el truco- consista en volver a empezar de cero constantemente. En un mundo en el que nos machacan conceptos como liderazgo y competitividad, rendimiento y emprendimiento, en el fondo de nuestros corazones muchos nos sentimos un fraude y agrada comprobar que no estamos solos. Porque los aragoneses somos, al fin y al cabo, esa “rueda o corro de personas”. Así pasen otros cuarenta años. ¡Uf!…

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