Fotografías de Xavi Buil
El escaparate del mítico bazar zaragozano ‘Quiteria Martín’, una vez más, sirve para que la aragonesa Paloma Marina ejecute, nunca mejor dicho, una instalación a modo de collage en el entorno navideño, donde el folclore español y la célebre fábula del monstruo toman cuerpo en una aventura que nos guía a través de los parámetros económicos y sociales que administran la cotidianeidad.
Un ámbito este en el que surgen las motivaciones de esta artista para resucitar ese renacimiento cultural representado por la vanguardia.
La instalación del escaparate se ofrece como un guiño al ‘King Kong’ de Merian Cooper y Ernest Schoedsack, campeona indiscutible de todas las películas de monstruos, en esencia una fábula de la bella y la bestia, decía, protagonizada por un simio gigante. El monstruo, en realidad, se siente intimidado por la belleza de una joven y lo primero que hace es retenerla como prisionera de amor. Ya saben, solo recuperará su primigenia configuración humana, dice el texto homónimo, al ser amado sinceramente por esa muchacha de buen corazón. Si en la adaptación fílmica es la belleza lo que mata a la bestia, Paloma Marina invierte el mito y es la bestia quien aniquila la belleza. En el centro de la acción, en efecto, el gorila porta en su mano derecha el trofeo de la mujer decapitada.
Son los personajes del folclore español (los baturros, la andaluza, el pamplonica, la fallera) los que ofrecen el regalo navideño (y nevado) al dios de la furia, a quien, por supuesto, no le interesa la figura de Santa Claus, también decapitado. Todo ello en una atmósfera irrealmente onírica, de rara y delirante fascinación, que destaca por su poder imaginativo mediante una insólita mezcla de romance y horror, de danza tribal, una combinación –los frascos de cristal, el huevo de Pascua, las bolsas de cotillón- de inaudita sensualidad y de mágico poder poético.
Como una investigadora de los nuevos órdenes, unidades y sentidos para un mundo ya fragmentado, Paloma Marina trabaja en un proceso emancipador, más allá de la alternativa plástica, y logra, al fin, establecer una peculiar relación entre las partes de un todo, al margen de si la naturaleza de esa unidad es infinita o finita, abierta o cerrada, transparente u obtusa. Una sensibilidad del hecho que acentúa la posibilidad de múltiples y hasta infinitas lecturas, como un intento de estrechar los lazos entre la producción y el consumo. O como reproductor, al fin y al cabo, de la dialéctica entre posesión y alienación.
Al gigantesco gorila, recuerden, lo explotan como atracción de feria. Y de visión, recuerden otra vez, imprescindible. Pero al poderoso King Kong, ay, no le gusta que lo metan en una jaula. Se larga, claro, y causa grandes destrozos en la Gran Manzana neoyorquina. Ahora, maldita sea, Paloma Marina lo mete en el escaparate del bazar ‘Quiteria Martín’. ¡Que tiemble la calle Mayor!