Colección de monodosis de azúcar diseñados por el artista Sergio Abraín.


Por Eugenio Mateo

-Por favor, póngame un café-

Llega la taza blanca con el alma oscura y sin darle importancia abro el sobrecito del azúcar, le doy vueltas a la cucharilla, la espuma resiste a la vez que bebo el primer sorbo, sorbo sólo preludio.


Colección de monodosis de azúcar diseñados por el artista Sergio Abraín. CAFE BABEL. ZARAGOZA

Sobre el platillo el estuche vacío del azúcar me obliga a mirarlo, adivino en seguida la mano del artista y me digo por lo bajo -¡jóder! que tío más grande-

 


Me he visto de pronto frente a un Polifemo vulnerable ante Ulises y me he compadecido de los cíclopes por ser hijos de dioses para acabar dando por hecho que a los cíclopes también les gusta el café. Si fuera uno de ellos, qué mejor final para después del vino envenenado.


Dejo perder la mirada por el local, otra vez, como muchas veces antes, que acaba atrapada en el mural de enfrente y me siento a salvo por un rato. Me he bebido el café casi sin darme cuenta, olvidé el protocolo, tal error merece nuevos sorbos, además esta vez no abriré el sobrecito sin darle importancia. No me doy cuenta de que las historias calientes se mezclan con el café y me doy lástima por olvidar tantos escenarios.


El largo placer del sorbo corto se remansa en la lengua y vienen a la memoria algunas lenguas en el lúbrico recorrido de la cafeína.

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