La Zaragoza cambiada (y olvidada)


Por Don Quiterio

Al parecer, la historia en el centro de historias se la pasan por los mismísimos jerónimos. Se veía venir. En un principio se llamó Centro de Historia.

Luego, la academia de la lengua española aconseja escribir los nombres comunes, no propios, con minúscula. De centro de historia, pues, pasamos a centro de historias. Ya resultó extraño el cambio del vocablo “historia” por su plural, es decir, “historias”. De este modo, de la historia pasamos a las historias, y de las historias… a las historietas, en la mejor tradición del gran Vázquez. En el centro de historietas, finalmente, se puede ver la exposición maltitulada “Zaragoza desaparecida”, sobre el ocio en el pasado inmediato, un recorrido por esos espacios que los zaragozanos compartieron entre la postguerra y la transición: cafés cantantes, cines, bares, el Ebro… Indudablemente, hay algo mágico y tradicional en la fotografía en blanco y negro. Todas las distracciones del color desaparecen y lo que te queda es la estructura y la forma de un lugar, objeto o persona. Tiene algo que no deja indiferente. Sí, ya sé que hay también instantáneas en color, y olvidos que claman al cielo -¡por el amor de dios!-, pero, por lo menos, el blanco y negro otorga la poca coherencia que tiene este pretendido mosaico de recuerdos que reconstruyen la memoria sentimental de la ciudad y sus gentes.

Con el blanco y negro se inicia la fotografía. Los grandes iconos de la fotografía están capturados en blanco y negro, y hay una gran cantidad de historia (y de historias, y de historietas) dentro de estas imágenes, por lo que no es de extrañar que, a día de hoy, siga siendo tan popular como cuando vio la luz por primera vez. El blanco y negro se usa en todos los géneros fotográficos, desde el paisaje al retrato, pasando por la fotografía urbana. Y esta fotografía urbana es lo único que da sentido a una exposición mal planteada, maniquea y falsa, en la que encontramos los locales y actividades más populares de distintas generaciones junto a mapas de la ciudad antes de que se produjese su crecimiento, planos de la construcción del barrio del Actur, varias piezas originales y diversos materiales gráficos, agrupados en distintas zonas temáticas para prestar atención a los cambios de hábitos sociales y la transformación progresiva que sufre la ciudad durante el siglo XX, y sus gentes y sus calles, y sus monumentos y sus fiestas, y sus comercios y su entorno natural.

Así, la exposición se convierte en un diálogo entre dos o más generaciones que permite distinguir los diferentes ciclos que Zaragoza ha ido cumpliendo como ciudad, con sus cambios y desapariciones. Todo, en apariencia, muy bonito. Ahora bien, si son todos los que están, no están todos lo que son. Es el problema de un centro de historietas. Todo, además, en un batiburrillo al que, muchas veces, no le encuentras ni los pies ni la cabeza. O sí.

Si se es un poco crítico, la exposición se cae por su mismo peso, por muchos carteles de cine que se hayan puesto, y libretos antiguos, y revistas de espectáculos, y periódicos de la época, y vestidos de las vedettes (Marga Castillo, Mary de Lis, Corita Viamonte), y bares y restaurantes (Espumosos, Salduba, Abdón, Bienvenido, Ambos mundos, Las Vegas), y salas de fiesta y cabarets (Oasis, Plata, Cosmos, Pigalle, Venus, Cancela, Capri, Aída, Rumbo, Corinto, Río Club), y medios de transporte (tranvías, trolebuses, autobuses, vespas), y billares, futbolines y boleras (Tubo, Coso, Santo Dominguito de Vals, plaza San Miguel, plaza España), y el Ebro cuando sufre una auténtica transformación con la construcción del Náutico y de Helios…

Y los cines. ¡Ah, aquellas salas de antaño!: Victoria, Coso, Fuenclara (luego Arlequín), Latino, Pax, Norte, Dorado, Avenida, Actualidades, Gran Vía, París, Palacio, Coliseo, Goya, Roxy, Dux, Rialto, Torrero, Venecia… Y el teatro Argensola, Fleta o Circo. O los grupos de teatro locales. Por cierto, abro inciso: ¿Por qué no aparece la compañía “El Grifo”? ¿No llegó a llenar el Principal? ¿Se tratará de una vendetta del actual municipio al peor estilo napolitano? ¿Estamos tontos o qué?

Ahora que ha muerto Borau, todos serán loas y tal, pero los de siempre esconderán que de la cantera de “El Grifo”, por poner solo un ejemplo, salió Chema Mazo, uno de los protagonistas, junto a Imperio Argentina, Alfredo Landa y Carmen Maura, de “Tata mía”. ¡Viva la cultura! Lo dicho: la historia en el centro de las historietas, en la mejor tradición del gran Vázquez, se la pasan por los mismísimos jerónimos.

En realidad, la exposición es una suerte de continuación de “Zaragoza, la ciudad sumergida” (Onagro, 2008), un libro en el que su autor, Eduardo Laborda –al que tampoco llaman, ni reconocen, ni nada de nada-, escribe e ilustra una pequeña gran historia de la ciudad, con un despliegue de valiosos documentos, fotografías, postales, pinturas, revistas, publicidad o carteles, que rezuman historia de la buena, investigación y profundidad por los cuatro costados. Sin embargo, ¡maldita sea!, en esta “Zaragoza desaparecida” todo es superficie, banalidad y amontonamiento por amontonamiento, sin estudio y con “olvidos” alarmantes cuando no directamente sospechosos. ¡Ay, la gloria y el oro cuánto mal han hecho a la especie humana! Sobre todo a esa especie que careció de ellos.

En fin, termino de ver este simulacro de exposición, salgo a la calle y no hace sol porque se ha hecho de noche. La gente pasea y esas cosas. Y camino pensando en lo que he visto y no visto -¡ah, el gran Julián Marías!-, camino, digo, hasta que mis zapatos se deshacen por el camino, y sigo mi marcha, caminando, hasta que mis zapatos desaparecen en el camino. Pero no importa. Continuaré con los muñones, si es preciso, sin parar… Sí, no importa. El trayecto es lo que cuenta. Esta es la absurda moraleja de este simulacro en el centro de las historietas, en la mejor tradición del gran Vázquez, sobre la Zaragoza sumergida y desaparecida, cambiada y olvidada. De la Zaragoza ninguneada.

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