Por Eugenio Mateo
El famoso creador y genial artista, Miguel Ángel Arrudi, se ha mudado. En su antiguo estudio buceamos muchas veces en sus proyectos pero el lugar se le quedaba estrecho para cobijar una actividad tan frenética como la suya.
Ahora, dominador como nadie de los espacios, ha convertido un local comercial en un espacioso estudio taller a la vez que domicilio donde reposar o aislarse. Para allí nos fuimos invitado por el inclasificable creador de la inolvidable rana de la Expo, llamada a ser realmente la mascota del evento si no hubiera sido por la permanente actitud de nuestros «próceres» de acudir a lo de fuera, con el complejo que otorga el «catetismo» provinciano de que lo de casa no vale.
La mano del diseño transgresor de Arrudi ha conseguido separar la obligación con el sosiego. La zona donde pinta reúne lo necesario para un buen desarrollo de sus obras; a la vez, la zona de diseño y creación multimedia es un lugar preferente y espacioso. La separación con la zona de vivienda se ha resuelto con un espectacular muro acristalado que es en sí mismo una audaz obra de arte. El dormitorio ofrece el aspecto de un mural tridimensional en el que la abstracción no relega al sueño a una mera víctima de las pesadillas, cosa que sucede a menudo en procelosas paredes que parecen abatirse sobre el durmiente. Se nota su oficio como diseñador de largo recorrido.
Vemos el mega proyecto en el que está inmerso, junto con famosos arquitectos como Fernando Bayo o Mariano Longás. Se trata del concurso convocado en State Island, en Nueva York, para crear un gigantesco parque sobre la zona y restos del antiguo vertedero de la ciudad de los skylines, recuperando para los habitantes un espacio de ocio y esparcimiento a la manera que lo hacen los norteamericanos: A lo grande. Este concurso está en fase de nominación y a final de año sabremos si el extraordinario proyecto de Arrudi resulta ganador. Sería una prueba definitiva que lo catapultaría a la escena internacional, cosa que merece desde hace tiempo.
En verano, Arrudi vive en las alturas, allá donde la montaña se junta con el cielo. En su refugio de Ibonciecho vive jugando al cross golf, pastoreando las vacas a su cuidado, pintando, dejando que las nubes le empapen con sus tormentas y sobre todo, meditando. Desde su atalaya, Arrudi se integra en el paisaje, como un macho montés o un águila escrutadora de los horizontes. Las obras a continuación son una colección de papeles, a modo de puzzle, con un sólo protagonista: los perfiles abismales que cada mañana le saludan. Son los últimos legados del artista. De momento.