Prsentación del libro: «El intendente Sansho». El último samurai escritor


Por Don Quiterio

      La editorial zaragozana Contraseña acaba de publicar el libro de relatos “El intendente Sansho”, de Ogai Mori, con prólogo de Carlos Rubio y traducción del japonés de Elena Gallego.

    La obra se ha presentado en las dependencias de la filmoteca de Zaragoza en un acto en el que participaron David Almazán (profesor del departamento de Historia del Arte de la universidad de Zaragoza), Alberto Gamón (ilustrador de la mágica cubierta del libro), Kumiko Fujimura (presidenta de la asociación Aragón-Japón), Leandro Martínez (director de programación de la filmo) y Alfonso Castán (editor de la firma).

     El libro es un repaso por la mejor narrativa breve de Rintaro “Ogai” Mori (1862-1922), una de las figuras mas importantes e influyentes, por la variedad y rica cultura de sus estilos, de la literatura japonesa.  Maestro de grandes escritores contemporáneos de su país (Yukio Mishima, Kenzaburo Oé, Yasumari Kawabata, Tanizaki, Akutagawa), la literatura de Mori no ha perdido un gramo de belleza en todos estos años. Los seis relatos que componen la obra poseen un frescor y una calidad exhuberantes. En este camino, la pieza clave (una verdadera obra maestra) es casi la novela corta “El intendente Sansho”, que da título al volumen, compuesto por cinco cuentos más: “El barco del río Takase”, “Las últimas palabras”, “La señora Yasui”, “La historia de Iori y Run” y “Sakazuki”.

     “El intendente Sansho”, perteneciente al género de ficción histórica, narra la odisea, en el Japón del siglo XII, de una familia noble reducida a la esclavitud por un poderoso señor (el Sansho del título) que usa sus ejércitos para ampliar sus propiedades además de defenderse. El joven Zushio  intentará hallar a su madre en medio de dicho escenario de luchas internas. “Sin compasión, un hombre ya no es humano”, dice uno de los personajes refiriéndose al capataz protagonista que dirige un enorme campo de trabajo de esclavos y tristemante famoso por su crueldad. La visión del mundo de Mori (apellido japonés que significa en castellano “bosque”) es negra como boca de lobo: violencia, traición y crueldad están a la orden del día. No es posible cambiar, sólo oponerse permaneciendo fiel a un ideal. La lucha entre el bien y el mal es, a fin de cuentas, una batalla que se libra contra uno mismo, y el amor es la fuerza más poderosa del universo. Aun cuando el amor no pueda conquistar el mundo, puede trascenderlo.

     Ogai Nori llena este relato de una exquisita delicadeza lírica. Belleza, fuerza, sangre, tradición, deseo, muerte, todo se entrelaza y aúna en un texto en verdad de primera, lleno de sudor y katana. Moderno hasta la exasperación y clásico hasta un punto difícil de seguir por un no niponólogo, entre sus obras merecen señalarse “La bailarina”, “Vita sexualis”, “El gato salvaje”, varias biografías y sus relatos históricos. En palabras del estudioso Carlos Rubio, “la multiplicidad de sus facetas –médico, militar, gestor, dramaturgo, poeta, novelista, traductor, crítico, creador del lenguaje japonés- queda diluida en la simplicidad sobrecogedora del epitafio elegido por él mismo. La experiencia vital de Mori se resume en un agudo conflicto bifronte entre lo público –su trabajo- y los privado –su vida personal-, la ciencia –la medicina- y el arte –las letras-, el aprendizaje occidental –primeras obras- y la tradición  de su país de nacimiento –últimas obras-, un microcosmos agónico de la batalla librada a escala nacional por una país que, a fuerza de modernizarse, quería ser al mismo tiempo asiático y europeo. Un lid todavía en proceso”.

     Esta conmovedora historia protagonizada por dos niños que son separados de su madre y vendidos como esclavos a un despótico terrateniente sirve de base para una de las películas más conocidas del director japonés Kenji Mizoguchi (1898-1956), que la filmoteca de Zaragoza ofreció, como complemento, después del evento literario. El cineasta, en efecto, realiza una adaptación del texto en 1954, cuarenta años después de su publicación, con la ayuda de los guionistas Yahiro Fuji y Yoshikata Yoda. Todo se inicia con un antiguo compañero de colegio del cineasta, Matsutaro Kawaguchi, a la sazón uno de los principales escritores de la nueva generación, que se convierte en uno de los más importantes e influyentes colaboradores de Mizoguchi y le pone en contacto con la lectura de Ogai Mori, al considerar que sus universos van paralelos y, sobre todo, el del relato de “El intendente Sansho”, que entusiasma al director nipón.

     Mizoguchi, en su cine, combina el temario tradicional con el contemporáneo, da a los actores una nueva formulación –equidistante del kabuki y de lo occidental- y usa formas rítmicas y plásticas originales como el plano-secuencia. Sus filmes representan la sublimación de un arte exquisito y se puede decir que su concepción del cine es puramente musical, hecha de una gama de modulaciones de progresión casi impreceptible. Esteta, es a la vez un gran humanista, como Mori. Las facultades tanto del cineasta como la del escritor se reafirman en una constancia al servicio de una cierta visión del hombre y del testimonio acerca de una civilización. Mizoguchi y Mori, o Mori y Mizoguchi: la combinación perfecta.

     Vale la pena citar, para concluir, un fragmento de “Nakajiriki”, el testamento literario de Rintaro “Ogai” Mori: “La vejez se acerca. Es un deseo humano bastante común revisar las sombras del pasado de uno cuando la luz de la esperanza del futuro se va haciendo más tenue. La vejez nos invita a entrar en el mundo de los recuerdos. Estudié Medicina y me hice médico aunque, como tal, nunca me impliqué en problemas sociales. Ha sido en el reino de las letras donde he sido más o menos reconocido. Por lo que respecta a la prosa, he hecho incursiones en bastantes relatos como ejercicio para mayores logros, pero fracasé en la novela. Igualmente, en el teatro sólo he escrito algunas obras de un acto, insignificantes si se comparan con la multitud de obras de tres actos que veía a lo lejos. En el campo de la filosofía, sentía cierta perplejidad como médico ante la falta de unidad que hallé en las ciencias naturales y me refugié temporalmente en el pensamiento del inconsciente de Hartmann. Tal vez me sentí atraído por las ideas de Shopenhauer porque todavía tenía vagos recuerdos de los conceptos del confucianismo Sung que aprendí de joven. Por lo que respecta a la historia, mis propias experiencias y encuentros me llevaron al final a escribir biografías históricas para la gente a pesar de ser un género en donde antes esperaba no entrar. Quizá el mismo ímpetu de las ciencias naturales que a Zola le llevó a investigar el linaje de los Rougon-MacQuart hizo que mi obra tomara la forma de áridas genealogías. Sin embargo, jamás fue mi intención ser un escritor o un artista, ni verme como filósofo o historiador. Cuando acertaba a estar en el campo, cultivaba la tierra, y, si estaba a la orilla de un río, me ponía a pescar. En resumen, siempre he sido conocido como un diletante”.

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