Por José Joaquín Beeme
Un enigmático y transformista señor Traven, anarquista alemán fugitivo de muchas patrias pero finalmente realojado en México, dejó una novela geológica sobre las entrañas del alma, que son como las de la tierra porque lo mismo tropiezas…
…pepitas de oro que duro pedernal, y enseguida vendió miles de ejemplares desnudando unas vidas errantes que se abisman en el desierto soñando riquezas, acariciando espejismos, hechos ellos mismos delirio de lujuria y miedo.
John Huston retomó aquel Tesoro de Sierra Madre veinte años más tarde e hizo partir una recua de desesperados hombres-borrico de la misma ciudad porteña, Tampico, una encrucijada de buscones harapientos que, atravesada la frontera, no iban a dar jamás con el codiciado paraíso al sur del río Grande. Y les lleva igualmente hasta las breñas de la Sierra Madre Occidental donde, más que consistentes filones de mineral solar, extraerán calderilla en forma de arena duramente lavada y bateada.
No ahorra el guión guiños al western clásico, la gringada fascinada por el lado salvaje de la frontera y los indios transmutados en indígenas mexicanos: asalto al tren, acoso de una partida de bandidos, poblado con tribu arrecogida en torno a celebración mágica, desierto con saguaros y helodermas.
El elenco impresiona. Humphrey Bogart / Dobbs, sucio y polvoriento, se despeña en una espiral de locura como un licántropo de la Universal. Su mirada de ávidos alfileres exacerba la que por un momento clavó Sam Spade en un plúmbeo halcón de sueños imposibles. Walter Huston / Howard, filmado con tino por su hijo, es maestro de sabiduría que, tras muchos subidones de fiebre áurea, finalmente encuentra su Noa Noa en tierras calientes. Completa el trío Tim Holt / Curtin, otro minero de fortuna que frecuenta la cárcel y el ínfimo peonaje y acabará, igualmente, en la miseria. El propio Huston (que militó en la caballería militar mexicana) hace unos cameos largando algún peso a aquellos compatriotas desheredados.
Buscadores perdidos, como espectros de Rulfo, en una tierra desolada, cuyo viaje amargo en pos de tesoros evanescentes parece anunciar el de tantos clandestinos que cruzan hoy la raya, alambrada, muro o dique contra la pobretería del Sur global. Las cruces de palo que Álvaro Enciso (proyecto Where dreams die) va sembrando por el desierto de Sonora, del lado de Arizona, una por cada carcasa de migrante que los coyotes abandonaron a su suerte en aquella inmensidad de arena cruda y zopilotes, apenas testimonian una mínima parte de la tragedia.
Bruno Traven lo sabía: un tesoro, ese premio grande que aguarda a todo buen zapador oeconomicus, es el eterno lamín capitalista. No hay tal. Desplazados forzosos, deportados y apátridas de todos los confines continúan vagando sin rumbo en procura de una vida mejor; o de una vida, simplemente. Esperando, al final del camino, una recompensa que nunca llega. Una tremenda carcajada, no se sabe si de resignada fatalidad o de pura desesperación, se eleva en turbios remolinos por los páramos del mundo.