Garci en Barbastro


Por Carlos Calvo

   El área cultural del consistorio barbastrense que preside la concejala Pilar Abad dedica a José Luis Garci (Madrid, 1944) un ciclo de cine, en este final de 2024, con la proyección de varias de sus películas, y una exposición, con el coleccionista David García…

…como comisario de la misma, compuesta por carteles nacionales e internacionales, fotografías, libros, carátulas, cuadros, guías, folletos de mano o máquinas de escribir. Todo ello con presentaciones y coloquios a cargo de Luis Alberto de Cuenca, Moisés Rodríguez, Agustín Faro, Noemí Guillermo, Eduardo Torres-Dulce, Javier Urrutia y Conrado Reviriego.

   A mi modo de ver, José Luis Garci no entiende la cultura como un simple acto de comunicación, que también, sino de comunión. En tiempos frenéticos como los actuales, él es la pausa, el sosiego, la calma, la conversación. Y cuenta la vida como nadie, bien a través de su mirada o de su envolvente palabra. Todo lo que nos ha legado la Historia lo reducimos a las letras mayúsculas, pero luego están las minúsculas, y ese es el terreno en el que mejor se mueve Garci, siempre refugiado en aquello que pueda percibir con los sentidos. Ya advierte Álvaro Pombo en uno de sus libros que “el riesgo es siempre la humildad; la soberbia no corre riesgos nunca”.

  Director, guionista, productor, actor, presentador, editor, autor de libros maravillosos como ‘Noir’ y de numerosos artículos con los que obtiene el Mariano de Cavia de periodismo, Garci habla desde otro lugar, el que habita la humildad y a la vez la dignidad, la humanidad y a la vez la generosidad, el abrazo de quien no te da lecciones. El autor de ‘Historia de un beso’ siente más de lo que escribe y sabe más de lo que dice. Es la idea filtrada, la belleza decantada. Tú le miras y tienes la certeza de que mantiene un diálogo interno que darías un brazo por poder escuchar, De Garci me gusta cómo escribe, cómo conversa, cómo percibe el mundo, cómo relativiza las cosas. Es todo un renacentista, un erudito del cine, de la música, de la pintura, del deporte (boxeo, atletismo, fútbol) y de la vida. La cultura popular bien entendida. Porque el director de ‘Sesión continua’ puede ir al boxeo a ver a Galiana y al Prado a ver un Velázquez. Leer un tebeo o ‘Viaje a la Alcarria’.

   Lo que menos me gusta, sin embargo, es el cine que hace. Después de varios cortos y guiones para otros realizadores (Antonio Mercero, Eloy de la Iglesia), Garci debuta en el largometraje de ficción en 1977 con ‘Asignatura pendiente’, película que resume el espíritu de la transición española. Y estampa su nombre como director en dieciocho largometrajes más. ‘Solos en la madrugada’ (1978), ‘Las verdes praderas’ (1979) y su ópera prima, para empezar, forman una suerte de trilogía de las transiciones, pero no terminan de cuajar pese a la sinceridad de su exposición. Porque resultan en exceso blandas, dialogadas y discursivas, en un autocomplaciente lamento por los cuarenta años de tiempo perdido.

  En su filmografía, el autor de ‘Sesión continua’ tiene una inclinación natural a elaborar con las palabras un artificio lírico, a sobrecargar con emocionalidad verbal los sentimientos que sus personajes ya expresan con sus actos y sus gestos, a redondear hasta la floritura. Y esto lo vemos en las cinco películas programadas en este ciclo: ‘Volver a empezar’ (1982), ‘Canción de cuna’ (1994), ‘El abuelo’ (1998), ‘You´re the one’ (2000) y ‘El crack cero’ (2019), su último filme.

   Oscar a la mejor película de habla no inglesa por la academia de Hollywood, ‘Volver a empezar’ es una castaña de una sensiblería decididamente preocupante, repleta de nostalgia y mecida por el ‘Canon’ de Johann Pachelbel. Cuenta la historia de un famoso escritor que llega a Gijón, su ciudad natal, procedente de Estocolmo, donde acaba de recibir el Nobel de literatura. Ha estado ausente durante cuarenta años y ahora se reencuentra con su primer y gran amor. Garci pretende desarrollar, sin conseguirlo, un obra atenta a los sentimientos, al paladeo, al aroma, al detalle de lo ya transcurrido pero que aún puede ser revivido por sus personajes, el elogio al viejo amor, a la vieja amistad, a la vida ida.

   ‘Canción de cuna’ es la enésima adaptación de la homónima obra teatral de Gregorio Martínez Sierra (en realidad, escrita por su mujer, la feminista María Lejarraga), quien dirigiera él mismo una versión argentina en 1941, el drama de una niña recién nacida que aparece abandonada en la puerta de un convento en la España de finales del siglo diecinueve. La primera adaptación es una producción estadounidense dirigida en 1933 por Mitchell Leisen. Más tarde, el mexicano Fernando de Fuentes hace lo propio en 1952 y el español José María Elorrieta lo hace en 1961. Garci, por su parte, ejecuta una versión en exceso tierna, academicista y formalmente pobre. Estructurada en dos partes –la segunda, cuando la niña ya se ha echado novio, es muy inferior a la primera-, la película narra con silencios el día a día de esas “madres sustitutas”.

   ‘El abuelo’ es la cuarta puesta en imágenes de la novela de Galdós, tras la primera silente de José Buchs (realizada en 1925), la segunda de Román Viñoly (en 1954) y una tercera que Rafael Gil titula ‘La duda’ (en 1972). Garci no siente temor alguno a utilizar el texto literario y hacerlo resonar, en un trabajo hecho con pausa, coherencia y convicción, pese a un preciosismo fácil que mezcla el clasicismo con el academicismo y la pomposidad de unos diálogos excesivamente machacones, algo que no hubiera gustado nada a Buñuel. Una radiografía de lo español y sus habitantes en un drama familiar que retrata la decadencia (también económica) de la aristocracia y el final de una época -finales del diecinueve y principios del veinte- regida por valores en desuso como el honor.

    Ya desde el título, ‘You´re the one’, hasta la fotografía en blanco y negro de Raúl Pérez Cubero, este romance intimista en la España de la inmediata posguerra, protagonizado por una mujer emocionalmente pasiva pero fumadora activa, remite al melodrama nostálgico hollywoodense de toda la vida, premisa pretenciosa a la que el director sabe dar cierta unidad. Ella es la hija de una acaudalada familia de Madrid, una mujer educada en los mejores internados de Suiza e Inglaterra, refinada y cultivada, que viaja hacia un pueblo asturiano donde pasó los veranos de su infancia, huyendo de la capital. Allí ha visto encarcelar a su novio, un destacado pintor antifranquista. En la tranquila Asturias pretende recuperarse de esta pérdida que la ha sumido en una gran depresión, y los vecinos harán que no se sienta sola por primera vez en mucho tiempo. Un relato narrado con firmeza y cariños, en el que la emotividad vive contenida en los rostros de los intérpretes.

   Finalmente, ‘El crack cero’ es un modesto filme negro dedicado al escritor James C. Cain e influido por thrillers de la categoría de ‘Perdición’ (Billy Wilder, 1944), ‘La brigada suicida’ (Anthony Mann, 1947), ‘Los ojos dejan huella’ (José Luis Sáenz de Heredia, 1952) o ‘Johnny, el frío’ (William Asher, 1963). Se trata de una suerte de precuela en torno a ese detective privado cortado por el patrón de un Marlowe o un Spade con aroma a coñac, a loción de barbería, a billares y a partida de mus. Y protagonizado por Alfredo Landa sucesivamente en 1981 y 1983, papel que ahora hace suyo Carlos Santos.

   La narración avanza en el Madrid otoñal de 1975, con la muerte de Franco ya cercana, entre escenas en interiores, fundidos y breves transiciones con imágenes de la vieja capital, pero todo queda demasiado glacial y exento de emoción. También se cruzan diálogos que bordean el ridículo y sentencias marmóreas con interpretaciones tan sorprendentes como la de Miguel Ángel Muñoz. Es, sin embargo, una película de impecable factura: las volutas de humo de los cigarrillos, los claroscuros, los decorados, el mismo amor por Madrid que Woody Allen por Manhattan…

   Un título superior a los dos ‘cracks’ anteriores, dedicados entonces a Dashiell Hammett y a Raymond Chandler, porque la trama está mejor armada y la dirección de Garci  demuestra que sabe filmar: el asesinato en un único plano general es ejemplar. Y es, al mismo tiempo, coherente con el gris velado de la fotografía en blanco y negro y la puntuación musical de un piano herido. Una trama sencilla que se enreda para una película conversada, susurrada, tan austera como su puesta en escena: leves movimientos de cámara, planos fijos, planos y contraplanos… Uno de los mejores títulos del realizador, lo que tampoco significa mucho.

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