Por Don Quiterio
El cine de terror no siempre ha sido el más apreciado por críticos y cinéfilos. Como ocurre con la literatura del género, arrastra el sambenito de ser considerado de mal gusto, superficial e incluso obsceno en su empeño por asustar, disgustar e impactar. La razón por la que muchas películas de terror recurren a los sustos es que simplemente no dan miedo.
El problema es que en cuanto identificas la amenaza, en cuanto el problema es una criatura del inframundo o un asesino en serie, desactivas lo que importa. Tienes de un lado al villano y del otro a una sociedad perfecta. El problema, lo que espanta, es descubrir que nada es perfecto, que la vida en sociedad es el problema.
Contrariamente a lo que podría esperarse, que el cine de terror cuente con el apoyo incondicional de un gran número de seguidores no hace más que empeorar la situación: su éxito popular alimenta la idea de que se trata de un entretenimiento fácil y vulgar, destinado a las masas, bajo la escéptica mirada de una supuesta élite que lo desprecia y condena desde sus alturas no solo intelectuales sino morales. Sin ir más lejos, y moviéndonos en el terreno literario, décadas han tardado figuras como las de Poe o Lovecraft en ser aceptadas por los académicos.
Si algo tiene el cine de terror es su naturaleza ingobernable e insumisa. Contra la creencia general, se trata de la narrativa más subversiva y transgresora, incluso cuando se oculta bajo una capa consciente de moralidad convencional. Al jugar con nuestras pesadillas, con nuestros más bajos instintos, deseos y miedos ocultos, se convierte en vehículo de esas verdades a gritos que nadie quiere ver al reconocer la muerte, el dolor, la enfermedad, la violencia, la perversidad y, en fin, lo que identificamos con el ‘mal’, de lo humano a lo metafísico, de lo cotidiano a lo trascendental.
Saben los que lo ejercen y disfrutan que el mejor cine de terror –y a veces el peor- ha puesto sobre el tapete, antes que nadie y de forma contundente, cuestiones esenciales con un ojo crítico implacable. Porque el cine de terror no necesita presumir de elevación intelectual y artística, solo necesita que le dejen ‘ser’. No es autor quien quiere, sino quien puede. Hay películas humildes cuyo objetivo no es competir con el cine “de arte y ensayo”, sino, simplemente, iluminar las regiones oscuras de la experiencia humana, sin pretensiones vacuas. Algo de esto ocurre con ‘El llanto’, el debut en la dirección del guionista vallisoletano Pedro Martín-Calero, con libreto coescrito por la zaragozana Isabel Peña, también productora ejecutiva con su empresa Caballo Films.
Pedro Martín-Calero se inicia realizando videoclips musicales para grupos como Territoire o The Weeknd, anuncios publicitarios y varios cortos que rueda en Inglaterra (‘Julius Caesar: Shakespeare lives’,’You are awake’). Isabel Peña, por su parte, es la colaboradora habitual del cineasta Rodrigo Sorogoyen (‘Que dios nos perdone’, ‘El reino’, ‘As bestas’ o la serie ‘Antidisturbios’) y profesional que tiene acreditada su precisión narrativa y su mirada feminista.
Ahora, bajo la capa de un relato de terror psicológico más o menos ortodoxo, aúnan sus fuerzas malignas para configurar un excelente guion que la elaborada puesta en escena del director debutante en el largometraje de ficción ennoblece, un enigma sobrenatural, fantasmagórico, que convoca a tres mujeres conectadas sin saberlo (interpretadas por la española Ester Expósito, la francesa Mathilde Ollivier y la argentina Malena Villa), enfrentadas en distintos momentos temporales a una amenaza opresiva que las trasciende, al escuchar el mismo sonido sobrecogedor de un llanto.
El terror entre la soledad y la memoria, lo cotidiano y lo terrible, dándose la mano. Una obra de ilimitadas lecturas, entre los pliegues de la intriga, que esconde una amarga crítica a la sociedad contemporánea y un retrato, esto es, de la soledad de los individuos en el mundo moderno, un mundo inhumano, tan gélido y perturbador como las sombrías imágenes que aporta un portátil cualquiera. El papel de las imágenes en nuestra comprensión de determinadas realidades. La imagen maldita, podría decirse. Una maldición, en efecto, a lo largo del tiempo. Una presencia que a simple vista no se ve. Solo se observa a través de la pantalla.
Y nadie cree a esas tres protagonistas separadas por nacionalidades, experiencias vitales y generaciones que acaban por compartir una misma experiencia aterradora, la de ser acosadas por una presencia que no pueden ver, pero sí puede ser registrada por cámaras. Porque la realidad es huidiza y solamente es aprehensible si la mirada tiene el enfoque correcto en el momento adecuado. Estas mujeres de ‘El llanto’ acaso se ahorrarían los juicios morales si entendieran el verdadero significado de la huida. Lo que parece real puede ser una trampa y la realidad puede ocultarse bajo una apariencia de engaño. El ojo nos confunde.
Atípica muestra del género, en las antípodas de los terrores habituales, con imágenes nada tranquilizadoras, si bien confusa e irregular en alguno de sus tramos, la película navega en lo inasible y apunta al subconsciente del espectador, a quien produce una sensación desasosegante, de sacudida, provocando más preguntas que respuestas. Y queda como un inquietante e insólito drama familiar vestido de horror paranormal, de estilizada atmósfera de pesadilla, conciso en su narrativa, que propone un discurso sobre el maltrato femenino a través de una sombra que cruza generaciones y continentes.
Al final, sin exagerar el gesto, sin doblar en un solo momento la cámara para sorprender o asustar, solo pendiente del más íntimo de los miedos, ‘El llanto’ avanza por la mirada y la imaginación del espectador como un mal augurio, a la manera del cine de Mike Flanagan o de David Robert Mitchell. Porque el más temible de los monstruos vive dentro de cada uno de nosotros. Lo que espanta es descubrir que nada es perfecto, que la vida en sociedad es el problema. Siempre. Y eso sí da pánico.
Título: ‘El llanto’. Nacionalidad: España, Argentina y Francia. Año: 2024. Producción: Isabel Peña, Pedro Martín-Calero, Alma Gimena Blanco, Agustín Bossi, Pablo Bossi, Pol Bossi y Fernanda del Nido. Dirección: Pedro Martín-Calero. Guion: Isabel Peña y Pedro Martín-Calero. Fotografía; Constanza Sandoval (color). Música: Olivier Arson. Montaje: Victoria Lammers. Intérpretes: Ester Expósito, Mathilde Ollivier, Malena Villa, Alex Monner, Sonia Almarcha, Tomás del Estal, Lautaro Bettoni. Duración: 107 minutos.