Desde el diván: ‘Los puentes de Madison’ de Clint Eastwood.


Por José María Bardavío

      El marido y los dos hijos de Francesca (Meryl Streep) han ido a una feria de ganado y estarán ausentes unos días. En la granja, al atardecer, bajo el porche, lee un rato a William B. Yeats su poeta preferido.

 

Título original: The Bridges of Madison County

Año:1995

Duración: 135 min.

País: Estados Unidos Estados Unidos

Dirección: Clint Eastwood

Guion: Richard LaGravenese (Novela: Robert James Waller)

Música: Lennie Niehaus

Fotografía: Jack N. Green

Reparto: Meryl Streep, Clint Eastwood, Annie Corley, Victor Slezak, Jim Haynie, Sarah Kathryn Schmitt, Christopher Kroon, Phyllis Lyons, Debra Monk, Richard Lage

Productora: Warner Bros., Amblin Entertainment, Malpaso Productions

Género: Romance. Drama

     Francesca nació en Italia pero vive hace años en Iowa. Ese libro que lee Francesca es el puente  que da a sus deseos más íntimos. << Pisa con suavidad porque estás pisando mis sueños>>. Y el recién llegado que llamó a su puerta hace –también- dos días, el fotógrafo Robert Kincaid que ha venido a fotografiar para National Geographic la joya local, los puentes de Madison, ha resultado ser la cristalización misma de los deseos más íntimos de Francesca.

 

    Robert (Clint Eastwood) se ha introducido con la sutilidad del gran poeta irlandés en la oscuridad del aletargado deseo de Francesca – y el de millones de granjeras en todo el mundo, como aseguraba la crítica ante el éxito de la publicación de la novela de Rober J Waller  que dio origen a la película que había vendido ¡sesenta  millones de copias! en un par de años.

     Como si el simbolista Yeats –viendo nosotros la película-  se transformara en el sutil taumaturgo de la cámara fotográfica que entra en la vida de Francesca, el poeta de la luz, el capaz de convertir la realidad objetiva en el oro de las imágenes. Lo que hace el fotógrafo con Francesca, mujer tan suave y apacible como el nombre sugiere, es fotografiarla en el sentido más profundo del concepto: Traer a realidad, extraer de ella, hacer evidente, motorizar, su alma secreta que vive y late en silencio bajo una vida sin pasión alguna.

     Kincaid deja al aire el corazón latino, romano, franciscanamente pasional, que duerme en el centro del alma de la italiana. El apellido del fotógrafo sugiere el ruido del gatillo de la máquina al abrir el objetivo mientras que Francesca sugiere las suaves, verdes, floreadas pendientes de las colinas toscanas. Y es que Kincaid al llamar por casualidad a la puerta de la casa, solicitando información sobre los puentes, establece en el acto el paso al otro lado del puente, del dormido al despierto, de Francesca. Esa luz que entra por la puerta es la luz que sale del alma de Francesca al conocer a Robert Kincaid. Es así, notando nosotros el milagro, lo que permite hacer creíble el despertar erótico de la granjera ante la maravillosa llegada del príncipe entradito en años que viene a fotografiar puentes pero sobre todo a construirlos mágicamente.

    Esa excepcionalidad de los puentes cubiertos levantados en el interior de la remota Iowa, es la maravilla del amor al descubierto que fotografía, que convierte en realidad, la llegada del fotógrafo. Porque lo que realmente fotografía el fotógrafo es el corazón de Yeats bombeando con sangre sabia el corazón de Francesca.

  Francesca se levanta de la mecedora sintiendo la sensualidad de una noche tan cálida. Desliza la palma de la mano por el mentón y el cuello y se abre el vestido para que la brisa acaricie su cuerpo. Pero como ni siquiera el paraíso se libra de los mosquitos, recoge todo y sube al dormitorio. Y allí, ante el espejo, mientras se aplica el calmante, repara en su cuerpo desnudo, y se acaricia el vientre, las caderas y mira complacida su propia tierra ignota. Luego se acerca al secreter y escribe una nota mientras susurra el contenido. Arranca la hoja y apaga la luz. Conduce la furgoneta en plena noche. El perro corre delante. Llegan al puente. Baja, clavetea en la entrada la hoja de papel: <<Ven cuando las  luciérnagas están volando, ven esta noche, a cualquier hora>> Vuelve a la furgoneta y conduce de vuelta a casa.

   Al día siguiente, Francesca sale del baño arreglándose el pelo. Se ha puesto el vestido nuevo y al acercarse a la ventana ve desde lo alto a Robert que se está  lavando cerca de la torre de metal del depósito de agua.  Utiliza el agua de un cubo y se frotar con brío la cara y el torso. Francesca no deja de mirarle desde la ventana. De repente siente un estremecimiento seguido de un cierto pudor, y se retira hacia el fondo de la habitación diciéndose a sí misma <<¡Oh esto es ridículo!>>. Vuelve de nuevo a la ventana impelida por la decisión que elimina la represión surgida de un pudor ancestral. En esos instantes en el que el deseo se impone a la censura, percibimos el sonido de un piano;  al poco los violines subrayan la calidad lírica del deseo. Y vuelve a la ventana a mirar a Robert. Se trata de un plano contrapicado con el intenso azul del cielo al fondo,  el brazo izquierdo varonilmente espléndido secándose con una toalla mientras Francesca percibe el pujante deseo ahora decididamente carnal. Cuando termina de secarse, Francesca vuelve a retirarse de la ventana, para emplazarse ante el  espejo que ocupa la pared del fondo. Se pone unos pendientes felizmente resuelta a embarcarse en la aventura con el fotógrafo que ha entrado en su vida como una  brisa irresistible. En el fondo del reflejo, la consola sostiene un reloj.

     Como le sucedió a Cenicienta, todo depende del tiempo: su marido y sus dos hijos estarán ausentes cuatro días.  “Queda poco tiempo”,  se dice a sí misma – también Julieta– bajando decidida la escalera, “sólo cuatro días”.

     Pero esas luces que ventilarán sus almas van a ser tratadas con enorme pericia pues prevalece la mesura, los silencios,  la poética de las pequeñas cosas, una carnalidad sobria, perforada por arrebatos entre místicos, emocionantes y orgásmicos:

    <<I don’t want to need you if I can’t have you>> y el sentirse sumidos en lo excepcional << This kind of certainty comes but once in a lifetime>>. Lo que prima es la inefabilidad del amor, trascendiendo los cuerpos como en una ascensión de sentimientos hasta lo más diáfano y puro:

    Francesca entra en el dormitorio repara en  la bolsa de viaje y el pantalón sobre la cama. Sonriendo recorre con el dedo índice la superficie de la bolsa mientras escucha el ruido del agua al otro lado de la puerta. Robert, de pie en la bañera, recibe el agua de la ducha. Francesca recoge la ropa que se quitó antes de entrar en el baño, la levanta, se la lleva al rostro para olerla delicadamente. Luego sale del dormitorio.

    Robert baja las escaleras vestido con ropa limpia. Francesca está en la cocina:

-¿Puedo ayudarte en algo?

-No, no. Lo tengo todo preparado. Sólo voy a refrescarme un poco; voy a darme un baño.

-¿Pongo la mesa?

-Ah sí, muy bien.

-¿Te apetece una cerveza para el baño?

-¡Oh! Sí. . .  está fresquita. Coge un vaso, se los da mientras le dice sin dejar de sonreír: La cena estará lista dentro de media hora.

      Francesca está desnuda en la bañera. A su lado un taburete sostiene el vaso de cerveza. Está ensimismada mirando a lo alto: <<Pensé que él había estado allí sólo unos minutos antes. Estaba tumbada justo donde el agua se había deslizado por su cuerpo, me pareció intensamente erótico. Casi todo lo relacionado con Robert Kincaid me había empezado a parecer erótico>>.

     Robert está buscando un canal de música en la radio cuando Francesca aparece en lo alto con un traje nuevo:

-Estás maravillosa, si no te importa que te lo diga.

Suena el teléfono. Robert saca dos cervezas de la nevera y se sienta. Se trata de una amiga que le habla de un famoso artista que está por la región fotografiando los puentes. Francesca acaricia el cuello de la camisa del fotógrafo sentado a su lado; promete a su amiga  que le llamará luego, y cuelga. Robert ha puesto su mano encima de la mano de Francesca y, mientras se levanta, se acerca aún más a ella y, mirándose profundamente, bailan suavemente siguiendo apenas la música:

-Si no quieres que siga, dímelo ahora.

-Nadie te está diciendo que no sigas.

      Francesca está tumbada sobre Robert en la bañera. Vemos unas velas sobre el taburete que sostuvo el vaso de cerveza: << Tenía pensamientos acerca de él con los que no sabía muy bien qué hacer;  y  él leía cada uno de ellos. Todo lo que yo sentía, todo lo que yo deseaba, él me lo daba. Y en ese momento, todo lo que había sabido de mí misma hasta entonces, desapareció. Me comportaba como otra mujer, y sin embargo era más yo misma de lo que jamás había sido antes>>.

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es

Artículos relacionados :